Habla con autoridad. Gerardo Cantinflas García está sentado mirando un muro barrido por el sol, y en sus manos sostiene un cuaderno repleto de recortes de periódico. Lleva gorra. El cielo se nubla y se limpia con gotas. Es la mañana de un miércoles, pero también es la tarde de un martes. Las voces de familia escapan de la ventana de un edificio de los pajareros en la Morelos, esa colonia que alguna vez estuvo dividida por un antiguo arroyo que la atravesaba, antes de que a bordo de un barco llegara el idioma español. En avenida del Trabajo y su cruce con la calle Jarciería destaca un centro de artes y deportes del gobierno de la ciudad denominado Pilares; río arriba, una perrera estacionada alerta sobre el peligro que representa ingresar al barrio bravo; de aquí salieron reconocidas figuras del boxeo.

A Cantinflas lo visito en el Pilares dos veces. Lo conozco desde 2019, la última vez que pisé el deportivo Morelos, en la calle de Rivero; con él entrené en forma, pero la pandemia lo jodió todo. Gerardo García, de 54 años, es un exboxeador que fue campeón intercontinental por el Consejo Mundial del Boxeo (CMB) en peso minimosca, que son 49 kilos. Inició a los 11 años y debutó a los 19. Ganó Guantes de Oro en el 88, el torneo amateur que hizo posible que pugilistas crecieran como la espuma, y al año siguiente ya era profesional. Su marca son 36 peleas, seis derrotas y 23 victorias por nocaut. Su cara está castigada, como la de todo peleador.

El reencuentro es desconcertante para Gerardo García, no me reconoce de tanto cábula con el que se cruza, pero insisto hasta que recupera el apodo que me puso: el Alemán. Simón. El equipo de Cantinflas es pequeño, apenas cuenta con una gobernadora amarrada a una columna de cemento, un costal colgado de una estructura de metal, y un lazo sujeto al otro extremo para mejorar el movimiento de caderas, un par de guantes, cuerdas, sus manoplas grabadas con su mote y una bocina donde hace sonar a Héctor Lavoe con Calle luna, calle sol, un pregón a la medida del barrio. Son escasos jóvenes los que practican boxeo en el patio del centro. El ring no está habilitado sino hasta cinco días después. El ambiente está flojo. Es que llegas tarde, me dice, pégate una vuelta luego. Órales.

La larga espera

A la vuelta, Gerardo pide chance, a ver si el arquitecto del Pilares abre el cuarto donde descansa el cuadrilátero. Ora sí hay más morros pegándole recio, pero como que no es lo mismo, verdad, falta el ring, le digo. Deja que venga ese cabrón, me dice. Lo que sí abre es su diario de recortes. Un joven Gerardo aparece en fotos junto a otros peleadores, también con su entrenador don Panchito, ya fallecido, era un anciano cano de aspecto famélico pero correoso; suelen darse. Gerardo entrenaba en el gimnasio profesional Otomí, en Temoaya, Estado de México. Acá ando, dice. Nos venían a ver del periódico Esto, salí en el Ovaciones, el Unomásuno, mira, también en EL UNIVERSAL. Ahora hay que ir a hacer fila para que te hagan caso, rezonga. Ve este, lo que dije. En el titular se lee: PRIMERO EL CAMPEONATO, Y LUEGO LA GRINGA. ¿A poco no? Ríe y carraspea. Del Esto estaba el periodista José Luis Camarillo, bien cuate, ahora no sé quiénes estén. Camarillo fue jefe de la sección de boxeo en el Esto durante 46 años. Ya no sale impreso, ¿verdad? Ya no, chicotió, le respondo. De 1982 a 2015 compré a diario el Esto, todavía tengo periódicos en mi casa de mil 500 pesos, cuando no se devaluaba la moneda, me cuenta. Una época bonita. Cómo no, le digo.

Los reflectores sobre el boxeo mexicano parpadean desde hace un par de años. La publicidad con la temática ha decaído. Por ejemplo, Gerardo me cuenta cómo es que las páginas de diarios como el Récord pasaron de desplegar los combates, a cuatro páginas, a optar por una y luego media plana. Estaba la lucha libre, todavía, pero lo que orita más sale publicado es el futbol, comenta. Lo dejo hablar.

Cuando era peleador pagaba, en aquel tiempo, 30, 40 pesos, pero luego no tenía y pasaba dos meses y no me dejaban entrenar, tenía que ir a conseguir y yo me pregunto, cómo no tener 40, ponle 50 pesos, en el 92. Ahora lo tienes y sigue siendo caro. Hay gimnasios que cobran 400, 500 pesos por la inscripción y la mensualidad, me dice porque él enseña de a grapa en el Pilares; claro que recibe sueldo, así funciona el programa. Yo digo una cosa, si tú sabes de box, da box, porque conozco a quienes se jactan; yo doy box, dicen, y les enseño a usar pesas y a comer, pero el box es muy celoso. En Cuba los profesores son diferentes unos de otros porque uno te enseña a dar el golpe, otro te manda a correr y otro más te enseña a comer. Aquí en México le hacemos a todo, ¿no?

También te salen profesores de no sé dónde, agrega García, que no han peleado, jamás en su vida se subieron a un ring. Oye, ven Cantinflas, me decía Adelaido Galindo, que es capacitador del sistema de certificación de entrenadores, el Sised, tú deberías darles en su madre a estos cuates, en su vida se han puesto los guantes pal frío, a mí me costó trabajo estar aquí, ve esta cortada, este chipote. Llegan con tres peleítas, pierden una y ganan dos por default, dice.

Gerardo Cantinflas García porta un diario de recortes; él fue campeón en peso minimosca. Foto: Diego Simón /El Universal
Gerardo Cantinflas García porta un diario de recortes; él fue campeón en peso minimosca. Foto: Diego Simón /El Universal
Para Cantinflas, este diario es una especie de memoria donde conserva sus días de gloria sobre un cuadrilátero, momentos del boxeo internacional importantes, figuras deportivas que se hicieron iconos de la cultura del boxeo. Foto: Diego Simón /El Universal
Para Cantinflas, este diario es una especie de memoria donde conserva sus días de gloria sobre un cuadrilátero, momentos del boxeo internacional importantes, figuras deportivas que se hicieron iconos de la cultura del boxeo. Foto: Diego Simón /El Universal

El arquitecto sigue sin presentarse. El calor se prende a los cuerpos. ¿Todos los días está obligado a venir?, cuestiono. Prefiere no arriesgar, sólo delinea un gesto de: Ya sabes la respuesta. En realidad, no la sé, pero hago como que sí. Gerardo aprovecha el momento para invitarme a la clase masiva de boxeo, el 17 de junio. Chance voy, chance no, le digo. Tiro la piedra y escondo la mano. El sí participa; sale contentote en la plancha del Zócalo que es un asadero; lo veo en mi fon días después.

Uno de los cábulas se acerca con confianza e interviene en la plática, se llama Ray Bernal, también exboxeador amateur, gallo con noventa y pico de peleas. Otros morrillos también se integran por tiempos, es un relajo con pinta de entrenamiento. El Canti desembucha. Hacer del Pilares un gimnasio bien armado es su proyecto. Porque así no se puede. Muchos te dicen: el que es perico donde quiera es verde, sí, pero yo entreno a mis chavos aquí y tú con costales, peras y ring; sí hay cierta ventaja. El box es un deporte de alto rendimiento, ¿qué requiere?: un gimnasio de alto rendimiento. Yo siempre les digo a mis chavos que no se agüiten, que aquí está el gimnasio más grande del mundo: en el patio caben cinco cuadriláteros, sólo imagínenlo, platica. Déjame decírtelo así, el box es Nobel.

Sus grandes momentos me los narra. Rememora los nombres contra los que salió al quite allá en un ring de Culiacán en el 94, en la gloriosa Arena México en el 95, un extremo diciembre del año siguiente en Mazatlán. Pero su primera pelea a diez rounds, esa sí fue todo un carnaval de la ironía. Mi papá apostó en mi contra, dice fiestero. La pelea era con la Chispa Rodríguez en Guadalajara, él ya estaba clasificado, sexto del mundo. Las apuestas estaban 100 a diez, era 100 y el nocaut, él tenía que ganar por esa vía para que tú le pagaras diez pesos y si yo ganaba, claro que cobrabas 100. Y la pelea está buena en un raund: lo prendo y lo tiro, se levanta, pam pam, me cruza, me tiro hacia atrás y lo cruzo, tambalea, toca el piso, le cuentan y como andaba tocado, se acaba la pelea. Mi jefe se acercó a festejar; se le olvidó cobrar, es más, ni sabía dónde. El policía que resguarda el inmueble se acerca a cotorrear. ¿En qué estábamos? Aclaro el anecdotario. Con Fernando Montiel perdí la pelea del año por un punto, me precipitaron, tuve que agarrar más cancha; a Isidro Pérez, el que quebró 100 mandíbulas, le gané; con Jesús el Tigre Chong estuvo reñida; a Pablito Tiznado le gané de calle, y fue por el intercontinental del Consejo Mundial de Boxeo, quiobo.

¿A poco sí eras famoso, mi Canti?, le pregunta uno de sus alumnos. Te estoy diciendo, hijo, responde. Fíjate, antes estaban los dichosos Seis a las Seis, seis peleas a las seis de la tarde en el Coliseo, y luego en la Arena México, salíamos allá por 1989 en la Revista Azul: Box y Lucha. Otra publicidad que no jala el tema de boxeo como antaño, además, se hizo digital. ¿Qué pasó con los Guantes de Oro?, le digo, no he oído mucho de ellos. Ya tienen que no se hacen, desde 2012, y llevaban como 60 años haciéndose aquí en la ciudad, pero ya nada. El estado de Nuevo León realizó este marzo el torneo: participaron 531 peleadores, investigo aparte. Veo una fotografía de Cantinflas abrazado a un costal y lo cotorreo. Se parece a Manny Pacquiao. ¡Qué pasó! Pacquiao se parece a mí, yo salí primero. Y usted profe, ¿qué piensa del box dentro de las artes marciales mixtas?, pregunta un joven atlético. Es una pinche salvajada. Es que ahí no hay reglas. Imagínate, en el box tiras un recto y, si no atinas, la mano va a su lugar, allá tiras un jab y, si fallas, metes un revés de regreso, te dejan ir el codo.

Rostros familiares aparecen en la libreta. El círculo formado a su alrededor se distancia para recuperar el ritmo de las rondas, pero todavía hay fisgones. Hay una fotografía significativa para Gerardo. Está junto a su sobrino Ismael Cantinflitas García, más conocido como Chucky. Ismael era peso pluma, pero el desmadre y no otra cosa lo arrastró hasta perder. Cantinflas maquilla las palabras, que no sea él quien cante. Pero ya sabes, mano, se fue de culero. Acabó en la penitenciaría con condena de diez años y hace como dos semanas lo mataron a puñaladas. Pintaba para buen boxeador, escribió Cantinflas en un mensaje de despedida en Facebook, y que acompañó con otra imagen de periódico con la leyenda: CHUCKY BUSCA CORONARSE EN GUANTES DE ORO.

A puerta cerrada, ¿y el candado?

Está macizo el mundo de las drogas. En Tepito el narcomenudeo de inicios de los 90 y principios de los 2000, rebajado a lo local, dio un salto a las grandes ligas desde la primera década de este siglo. Se han documentado las rutas comerciales que suben del sur hacia el norte y conectan con el barrio bravo. No se diga de los cargamentos, transportados por tractocamiones, detenidos el año pasado y el antepasado. Noticia de última hora. Prendan las alarmas. Este contexto se ha comido por entero la idiosincrasia que creó el boxeo y otros deportes, fajarse y perder ya no es opción, las generaciones de hoy están quemadas, chavitos deschavetados que prefieren el cuete, el dinero y los accesorios de última gama; la vida hasta donde tope.

Al costo, así me lo pasa Alejandro Chicano Ángeles. Antes te dabas un tiro con alguien y ahí se quedaba, ahora no se quedan con la espinita, vienen y hasta con la familia se meten, cuenta. Es el coro de Lavoe: Póngame oído/ en este barrio a muchos guapos/ lo’ han matao. Le hablo a Gerardo García de Chicano Ángeles. El hombre fabrica guantes de boxeo y el equipo que se ocupa en un gimnasio deportivo, su taller está ubicado en la calle Peralvillo, a un costado de la galería José María Velasco. No me suena su nombre, recalca el Cantinflas. Con Alejandro acuerdo verlo en la cantina La principal, en la esquina de Jesús Carranza y Matamoros. Un contacto en común nos hace el favor. Hay que tocar, es a puerta cerrada. Don Eduardo Patiño lleva años atendiendo este negocio. Es bonachón, como un abuelo. Este es periodista de EL UNIVERSAL, anuncia Chicano a los tres presentes de la cantina, entre ellos dos cábulas arrimados a una mesa que se las curan conmigo. Te cuento lo que quieras saber de Cuauhtémoc Blanco, pero a mí sí me pagas por la información, ¡qué pasooó!, dice uno antes de salir.

Alejandro invita un par de tragos. Don Lalo sirve un Tom Collins y un Cool Blue. A su salud. Le externo que quisiera no terminar mi bebida porque sabe bien. Qué curioso, joven, un amigo un día se me acercó y me dijo: Óigame, Lalo, no vaya usted a pensar mal, pero tengo miedo de acabarme el trago. ¿Por qué?, le pregunté. Es que me da miedo que el otro que sirva no sepa igual. Carcajadas. La música que nos llega no es de la cantina, afuera las chelerías no se sosiegan, truenan las bocinas. Chicano es amistoso, la suya es la sonrisa incisiva. Me habla un poco de las condiciones oficiales que requiere un guante y afirma que el maquilado en nuestro país es el más requerido por el CMB. No en balde se asocia a Cleto Reyes con los guantes.

Adentro del establecimiento la charla se centra en la cultura, las letras y los poemas de José Emilio Pacheco. Alejandro Ángeles está casado con una frase que se antoja escuchar en una esquina antes del último asalto: El triunfo es hoy. Lo que nos lleva a hablar del bofe antes de partir. Le pregunto a Chicano qué piensa de la disciplina. El boxeo se ha vuelto un deporte de apreciación. Más adelante en su taller me explicará el porqué. Don Lalo siempre atento. A él también lo involucramos. ¿Usted qué piensa? Espera un momento antes de formular: es el arte del ballet rudo.

Caminamos a su taller instalado en una casona. El portón es negro. La lluvia asoma. Entramos. La visita es a las prisas, sólo para acordar el día de la entrevista formal, también porque hay que curarse la cruda. Al salir, las gotas caen como laminazos. No hay fijón, en dos días reboto.

Antes de ver a Chicano, acudo al deportivo Maracaná, porque dos estampas flashean mi memoria. De la libreta de Cantinflas sobresale Sugar Ray Leonard en un fondo oscuro, de pie en la lona, los guantes rojos y un garabato impreso por su mano: el autógrafo que el estadounidense regaló a Gerardo García mientras estuvo un día cualquiera en la plaza Buenavista firmando chuches. Me lo platicó. Y luego otra icónica imagen, gloria sobre gloria. Aparece Cantinflas esquinado a la derecha, a su lado está el boxeador Diego Ávila abrazando a un joven Julio César Chávez. ¿Sabías que Diego Ávila le ganó a Julio César en una pelea?, inquiere Gerardo. Sorprendido le confieso que no. Verdad de Dios. El beso a la cruz de mano. Búscalo, está en el Maracaná.

Entonces llego al deportivo ubicado entre Toltecas y Bartolomé por el motivo referido. Qué onda, profe. Quiobo, cuate, ¿qué hacemos?, ¿pa qué soy bueno? Le respondo con otra pregunta. ¿Es cierto, profe, que usted boxeó con Julio César Chávez? Pelié, lo repite, pelié con Julio César. La única derrota que tuvo Julio César Chávez jue conmigo, él ya teniendo como 40 disputas, o sea estaba invicto. Jue la final del campeonato nacional amateur, se hizo aquí en la ciudá y le gané 4-1, ya ve que son cinco jueces. Ora sí que llegó a la final por ¡Culiaacaán!, y yo representando al Distrito Federal. La única derrota que tuvo en amateur, insiste. Aunque Diego le ganó a Julio César, estoy obligado a aclarar que Chávez jamás perdió un combate cuando subió a profesional.

En el gimnasio me encuentro a Ray Bernal sobre el ring con una contrincante mujer; es Monsterrat Pérez. Cómo olvidarla. A los 14 años su padre la llevaba al deportivo Morelos y él mismo la entrenaba. La hacía subirse con él al cuadrilátero y le tiraba duros correctivos. Cuando alcanzó la edad de 17 años, Monse pegaba con fiereza. Y no por algo se batió en duelo con la representante de México en Tokio 2020, Esmeralda Falcón. En 2022, El Gráfico la llevó en sus planas con el encabezado ME VEO EN PARÍS, en referencia a los Olímpicos de 2024. Gerardo compartió el logro, de nueva cuenta, en Facebook. Digamos que fabrica su publicidad.

Arriba del cuadrilátero marcan dos golpes arriba y dos abajo. Practican lo que en el lenguaje de las trompadas se llama Escuelita de boxeo. El conocimiento entra a chingadazos, suelen decir los mexicanos. Ávila corta la plática para darles instrucciones a los dos. En la Sierra de Chihuahua tienen la costumbre de abrir la pelea a su estilo. ¡Denseeen!, grita Ávila.

El profesor de boxeo Diego Ávila durante una lección en costal con la boxeadora Monserrat Pérez. Foto: Carlos Mejía /EL Universal
El profesor de boxeo Diego Ávila durante una lección en costal con la boxeadora Monserrat Pérez. Foto: Carlos Mejía /EL Universal


El entrenador es originario de Xaltocan, Tlaxcala, nacido en 1959. Ora sí mi cuate, retoma el punto. ¿Por qué decidió boxear?, pregunto. Yo era muy peleonero, ya ves que cuando uno es adolescente se le da, y ahi donde vivía, en mi cuadra, había muchas broncas y cada rato me trenzaba, y un día un señor me dijo: ¿Por qué no te metes al Plan Sexoanal (Equisde), al Sexenal? Le dije no y pasó por mí dos o tres días después, me llevó y pagó mi inscripción, ahi empezó mi historia. De ahi salí subcampeón de Guantes de oro. Pero los Guantes los ganó en el 77, me platica. Él se chutó 60 peleas amateur y más de 80 profesionales.

Ávila tiene problemas con la retención, pero igual intenta sacar el dato. Yo pelié por todos los campeonatos, hasta por los del Bimbo y Marinela. Por ejemplo, la pelea de campeonato con Jíbaro Pérez… A ver, por decir, el campeonato de Norteamérica, y luego el de las Américas, pinches mamadas, ¿no?, pero eran campeonatos, era una buena feria, en ese entonces me pagaban, por pelea, 5 mil dólares; todavía el dólar ‘taba en 2.50, ¿no? no como orita, pero de todos modos era buena pinchi lana. Yo fíjate que tuve bonita carrera, hice 86 peleas profesionales y nomás perdí 16 —el cuerpo lo echa hacia atrás—, ¡tuvo bien! Logré lo que todo boxeador quiere ser. Luego me asegura que la época bella del boxeo mexicano le tocó a él, y también a los de atrás. En la capital dio espectáculo 20 ocasiones, más menos, la mayor parte de su carrera la forjó en Estados Unidos, en ciudades como Chicago, Arizona, Nueva York y San Francisco. A donde iba, ganaba, dice el hombre de bigote embrochado.

El gimnasio, observo, está casi vacío. Le comparto esta inquietud a Diego. La pandemia lo jodió todo, confirma. Antes había un buen de gente desde tempranito hasta la tarde-noche, no había equipo que no se estuviera usando: los costales, las peras y el espejo, pa’ hacer sombrita. El sonido restregado de las pieles y tableros. Maestro, le digo, Cantinflas me dijo: Si tú antes me mencionabas cuáles eran los diez mejores gallos, te los decía de pe a pa: Fermín Morales, Pepillo Valdés, la Pulga Villanueva; los mejores pluma, aitá; los mejores ligeros, orales; pero ahora pregúntame, ¡nohombre!, no sé. Sí, sí, tiene razón, vuelve a confirmar Ávila meneando la cabeza. En gallo, de campeón estaba Carlos Zárate, pinche Zárate, el mejor jab. Una vez boxié con él, dice mientras se lleva las manos a la mollera, ¡no mames, pinche Zárate! De retador estaba Lupe Pintor, Rodolfo Martínez, había cabrón, estaba cañón, antes no boxeábamos, nos madreábamos. Fíjate, incluso tuve combates manager de los más chingones: José Medel, Cuyo Hernández, Lupe Sánchez, pura chilada, presume Diego. Los madrazos no jueron caricias.

Me despido de Diego Ávila prometiendo regresar a entrenar con él. Atrás dejo el Maracaná, un gimnasio formador de leyendas.

Un paréntesis

Chicano abre la puerta de la casona. Sobrio. La hora del sol es amable. Alejandro me presenta a su familia: su hijo Josué, su hija Valeria y su esposa Marina. Un negocio familiar. El taller está formado por máquinas de pedal para cocer y demás instrumentos de medida, corte y confección. Me explica que usan dos tipos de piel para los guantes, el más empleado es de cabra. En mis manos tengo uno de 16 onzas que es de entrenamiento, más tosco. Josué llega con un par mediano. Esos son los de campeonato para pesos como el tuyo. (Es que estoy monstruote). ¿Te cae? Así merito. Alejandro me detalla que los guantes de boxeo son solicitados en peleas de campeonato del CMB. Ellos también le maquilan guantes a otras marcas sin tema, aunque tengan la propia: Ángeles hermanos. El año pasado, por ejemplo, acordaron con No boxing, no life, la marca de Saúl Canelo Álvarez, producirle mil 500 ejemplares.

La familia Ángeles se ha dedicado por años a fabricar guantes de boxeo, gobernadoras, petos, manoplas, costales. Su negocio está ubicado en la calle Peralvillo, junto a la Galería José María Velasco. Foto: Carlos Mejía /El Universal
La familia Ángeles se ha dedicado por años a fabricar guantes de boxeo, gobernadoras, petos, manoplas, costales. Su negocio está ubicado en la calle Peralvillo, junto a la Galería José María Velasco. Foto: Carlos Mejía /El Universal
Foto: Carlos Mejía /El Universal
Foto: Carlos Mejía /El Universal

Muchas personas del medio conocen el equipo de Chicano. El problema, aclara, es que cuando un boxeador va a elegir los guantes con los que peleará, Ángeles hermanos no figura en la mesa de selección por falta de dinero; tan sólo cuesta 50 mil pesos que tus guantes aparezcan, dice, ya es decisión del pugilista cuáles usará. (Como muestra ese proceso, pero a nivel basquetbol, la película Air: la historia detrás del logo). Aprovecho el paréntesis. Entre los personajes que han empleado Ángeles hermanos están el Payasito Hernández, Antonio Pitalúa, la Chiquita González, por mencionar. Hay relación hasta con los managers, afirma.

¿Cómo ve Chicano el panorama actual del boxeo?, también lanzo esa moneda porque, como todo tepiteño, él practicó el arte del ballet rudo. El boxeo se ha convertido en un deporte de apreciación, retoma el hilo. Ahora cuidan más a un boxeador, más si es de rango mundial, ahora es puro gimnasio, y con gimnasio me refiero a que no corren como antes. Las nuevas generaciones tienen otra mentalidad, ya no tienen la cultura del esfuerzo, hablo de aquí, el barrio. Había gente como Gilberto Román o Julio César que entrenaban en el Ocotal, la Marquesa, esos cabrones se iban a correr 12, 15 kilómetros, eso les permitía tener una enorme resistencia, llevar la pelea hasta el final, y bien; hoy disfrazan la pelea para que lleguen al final, estos cabrones ya no quieren correr ni la vuelta a la manzana. Ahora es mejor que una mujer dé espectáculo, ellas son las que ahorita están dando box. Hace más de 20 años eso no se veía, que hubiera gimnasios mixtos con mujeres entrenando. Es otra generación, otra mentalidad. Mientras se expresa, Monse aparece de nuez. Hasta París, campeona.

¡Por fin llegó el arquitecto!

Ya era hora, ya llegó ese cabrón. El arquitecto del Pilares es un adulto regordete que levanta el traste apoyado por un bastón. Su cabellera abunda bajo una gorra que después se quita. Cantinflas corre a encontrarse con éste mientras el despapaye se relaja. Ven a ver el ring, me pide Gerardo. Vamos todos, qué pasó. El coloso descansa subiendo una escalinata, al fondo a la derecha. Trabajadores del gobierno sacan del cuarto varias tablarrocas. El cuadrilátero llevaba una lona que yace encimada en sí misma a su costado. Arriba, el techo está filtrado por agua porque en el centro del ring un espejo húmedo ondula. Un chamaco amaga con subirse, pero el profesor lo frena. ¡Eeepa! Le exige paciencia. Al salir de la habitación, los alumnos se reinventan con el espacio del Pilares en esa zona descubierta. Que aquí pongamos unas peras, dice uno; acá metemos otro costal; chingue su madre, le sigue el juego otro. Cantinflas se contagia de la imaginería. Ves, Alemán, qué te dije: el gimnasio más grande del mundo.


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