Los seres humanos se han contado un sin número de ficciones filosóficas, científicas, religiosas que han tomado como verdades a lo largo de los siglos. Algunas de éstas han prevalecido sobre otras y conformado la realidad que habitamos. Entre las ficciones que se han contado está el mito del progreso sustentado en la ciencia, según el cual un mayor conocimiento permite a los seres humanos tener control de su destino. Sin embargo, en El silencio de los animales John Gray afirma que “la ciencia y la idea del progreso pueden parecer unidas, pero el resultado final del progreso en la ciencia es mostrar la imposibilidad del progreso en la civilización. La ciencia es un disolvente de la ilusión —continúa el filósofo inglés— y, entre esas ilusiones que disuelve, se encuentran las ilusiones del humanismo”, que se basa a grandes rasgos en la idea de que el animal humano es superior al resto de los seres vivos por su capacidad de razonar.

El mito del progreso está estrechamente vinculado con el colonialismo aún presente, la explotación de recursos, la imposición de nuevos valores cuyos mecanismos y consecuencias revela ante nuestros ojos humanos horrorizados Joseph Conrad en El corazón de las tinieblas. A más de cien años de la publicación de la obra de Conrad podemos percibir la complejidad y los alcances de la destrucción ecológica y de patrimonio intangible. Después de diversas investigaciones sobre el territorio, la artista contemporánea Ursula Biemann decidió un cambio de perspectiva en su práctica artística provocado por la magnitud de la crisis ambiental y climática: pasar de un marco global a uno planetario. “Este cambio de atención abrió una nueva visión sobre y en el mundo. Ya no es sólo una cuestión de examinar las actividades que tienen lugar en la superficie del planeta, sino también prestar atención a las delgadas y frágiles capas de la biósfera, por encima y por debajo de la corteza terrestre donde la vida puede florecer”, explica Biemann en el ensayo Devenir Universidad que forma parte del catálogo que acompaña su exposición Devenir Tierra, actualmente en el Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC).

La obra de Biemann (Zúrich, 1955) se caracteriza por explorar los ensamblajes dinámicos de los diversos actores (no sólo humanos) cuyas acciones dan forma al paisaje político actual. Deep Weather (Tiempo profundo) de 2013, que forma parte de los videoensayos relacionados con su investigación sobre la hidrósfera, muestra las interconexiones entre la extracción de crudo en las zonas petrolíferas al norte de Canadá y las inundaciones en el Delta del Ganges. La artista contrapone en el video, imágenes de progreso en el norte que hablan de un beneficio económico y los métodos rudimentarios de supervivencia de una comunidad en Bangladesh que enfrenta con sacos de arroz rellenos de lodo las inundaciones —debido a la alteración de la química atmosférica— de las pocas tierras de cultivo del país. La extracción desmedida de recursos por parte de empresas y corporaciones ha ignorado en beneficio propio los efectos negativos en un sistema tan complejo como la Tierra.

Ante la devastación de proyectos de explotación minera y petrolífera, de monocultivos, en territorios que pertenecen comúnmente a comunidades indígenas, en una acción sin precedentes, en 2008, la Constitución de la República de Ecuador estableció una ley para proteger la naturaleza. Dentro de este marco jurídico la naturaleza deja de ser simple proveedora de recursos y adquiere el estatus de ente titular de derechos. Realizado en colaboración con el arquitecto brasileño Paulo Tavares, Forest Law (Selva jurídica) aborda la lucha de los pueblos shuar y sarayaku, quienes habitan en la selva amazónica al este de Ecuador, para proteger la naturaleza y sus territorios a través de medidas legales. Para el pueblo sarayaku la selva está viva y es “una compleja arquitectura cosmológica que alberga todo tipo de seres, humanos y no humanos, profundamente entrelazados y mutuamente constitutivos e interdependientes”. En Devenir Universidad, Biemann documenta y hace un registro visual de la idea de crear una universidad indígena, propuesta y llevada a cabo por la comunidad inga al sur de Colombia. Multidisciplinaria y sin sede fija, la universidad indígena apuesta por una educación biocultural que conciba el territorio como un espacio de conocimiento y análisis donde suceden relaciones múltiples. “El conocimiento no es un ejercicio mental, es una experiencia encarnada”, dice la artista en relación al proyecto.

John Gray afirma en el libro citado que “desde un punto de vista estrictamente naturista (...) no hay jerarquía de valores en la que los seres humanos se encuentren cerca de la cima. Simplemente hay animales variopintos, cada uno de ellos con sus propias necesidades. La unicidad humana es un mito heredado de la religión que los humanistas han reciclado en ciencia”; y a partir de ésta producir diferencias que validen empresas como la dominación de la naturaleza. En Manifiesto Cíborg, Donna Haraway apela a la imagen del cíborg —un híbrido entre organismo y máquina— como una promesa ilegítima capaz de subvertir la ficción heteropatriarcal de la unicidad humana. En el mundo cíborg “la naturaleza y la cultura son reelaboradas; la primera ya no puede ser el recurso para la apropiación o incorporación de la segunda”. Acoustic Ocean es una búsqueda de ciencia ficción para concebir y relacionarnos de otra manera con el planeta, escenificada por la artista y bióloga marina Sofía, de la comunidad originaria sami, al norte de Noruega. Enfundada en su traje naranja de neopreno y armada con instrumentos tecnológicos que le permiten ir más allá de sus capacidades humanas, la bióloga marina despliega varios hidrófonos sobre las rocas como si fueran tentáculos propios mientras canta. Luego la vemos lanzarlos al agua y sintonizar las trasmisiones de varias especies marinas para crear un tipo de radio de los animales cuyo sonido llena el paisaje marítimo desolado. Durante el video escuchamos las bellas y singulares vocalizaciones de otros mamíferos que de algún modo le dan la razón a John Gray cuando dice que “no es que el resto de criaturas no tenga lenguaje. El discurso de las aves es más que una metáfora humana (...) Solo los seres humanos utilizan palabras para construir una imagen de sí mismos y una narración de sus vidas. Pero si el resto de los animales no tiene este monólogo interior, no está claro por qué esto debería situar a los seres humanos en un plano superior”.

Las grabaciones que escuchamos en el video fueron realizadas en la década de los 70 con tecnología desarrollada en los 40 cuando se descubrió un canal submarino donde el sonido de baja frecuencia viaja largas distancias. Llamado SOFAR (Sound Fixing and Ranging), el canal, que hace posible la comunicación entre las ballenas, se utilizó en actividades de espionaje durante la Segunda Guerra Mundial, pero también por primera vez se captaron otros sonidos. Actualmente, la contaminación sonora del océano es tan alta —advierte Biemann— que ya no es posible grabar el lenguaje de los animales.

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