El orden medieval separaba bien el Infierno, el Purgatorio, el Paraíso. En Paraíso, Tabasco, un niño portaba los nombres de dos íconos: Alighieri y Zapata.
Un mito (lo tenemos claro desde Claude Lévi-Strauss) nace de la reiterada presencia de un relato en muchas bocas y en muchas plumas y nunca es idéntico a sí mismo: se expande con variaciones que lo enriquecen y lo vuelven más profundo, luminoso y enigmático.
Reiteración y variación: relato fundador. O, al menos, cohesionador.
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Las diversas versiones de la muerte de Dante Emiliano nos distraen, confunden, desalientan más. Y aun así el relato debe permanecer hasta que haya un mínimo asomo de justicia. Si no alcanzamos el mito, al menos alcancemos esa meta ya casi utópica: cierta mínima reparación del incalificable daño.
Mi libro Los argumentos de los asesinos. Mecanismos de justificación en personajes de Juan Rulfo (México: UNAM, 2017) busca contribuir al análisis de lo más incomprensible: la frialdad (¿inhumana?) de los sicarios.
He leído “Rico”, cuento de Ana García Bergua incluido en Leer en los aviones (México: ERA, 2021). El texto vuelve arquetípica una típica secuencia de escenas.
Dos jóvenes varones viajan en autobús. Uno es Pablo; el otro, Rico.
Rico es uno más de esos asesinos que Fernando Vallejo exhibió con lujo de minucias en La Virgen de los sicarios (1994, película en 2000).
Pablo está a merced de Rico porque Rico posee una pistola:
Hacía un calor de los mil demonios. Afuera desfilaban los restos de viejas fábricas, en medio de unos llanos más bien solitarios, sembrados de chatarra. Pablo sentía náuseas, se preguntaba cuándo llegarían al campo, por lo menos para ver un paisaje hermoso antes de morir. […] Pensaba en Diana, en que Diana no podía imaginar lo que le pasaba ahora (p. 53).
Las pantallas del autobús exhiben una película inevitablemente norteamericana.
Todas las pantallas desafían el concepto de Martín Heidegger de mundo-a-la-mano: están aquí y no nos son asibles; acercan el mundo, aunque sea ilusorio.
El siglo XXI nos ha puesto a-la-mano más objetos y más imágenes y espejismos que ninguna otra época. Y nos resulta muy difícil —se ha dicho— construir modelos que abarquen todas las determinaciones de una época plagada de paradojas: de “dobles fondos” y caminos sin salida y de soluciones contradictorias, a veces muy atractivas unas y otras.
Rico y Pablo tienen a-la-mano aquella película, que refleja lo esencial de la situación de ellos mismos: malos contra buenos o, de modo menos bipolar, un malo carente de empatía (Rico) contra un atolondrado que tiene una novia y que de algún modo se involucró en un asunto turbio del que la voz narradora no nos dice nada porque lo que importa es lo atolondrado del muchacho, así como las facilidades para el mal, mayores que para el bien.
La película complica la escena:
La pistola yacía un poco adormecida en el asiento y el muchacho [Rico] miraba la película que había comenzado en las pequeñas pantallas. Los diálogos doblados al español resonaban entre el ruido del motor y los ronquidos de un pasajero (…). Se trataba de una familia convencional, de esas típicas americanas, todos rubios y felices; de repente el hombre era amenazado por una banda criminal. Si no quería meter a su familia en problemas, debía ayudar con un robo. (…) El muchacho [Rico] miraba muy atento, hasta parecía sentir simpatía por los niños. Cuando uno de los malvados amenazaba al hombre con llevarse a su hija menor, una rubiecita con cara de ángel, pareció enojarse. A Pablo lo irritó que los matones verdaderos no simpatizaran con los matones de las películas. Lo quiso poner a prueba: qué horrible niña, que se la lleven [los malos de la película], dijo. Aquél [Rico] lo miró con furia, murmuró qué clase de monstruo era. Los Gómez te van a hacer cachitos cuando les diga, le escupió (p. 54).
Esto sugiere la personalidad dividida, disociada, del sicario.
Más adelante Pablo retoma su estrategia. Al ser imposible que lo ayuden personas-a-la-mano (los otros pasajeros), no tiene “a-la-mano” sino al cine:
¿Cómo se llama [tu novia]?, le preguntó Pablo. […] Se llama Violeta, dijo Rico, ¿contento? Es un bonito nombre, respondió Pablo, me imagino que la llevas al cine, en tus tiempos libres. Rico sonrió: últimamente tengo mucho trabajo, pero sí, nos gustan las películas. Sólo buenas películas, ¿eh? Y meneó la pistola un poco en broma. Pablo creyó ver un resquicio, una grieta: las que acaban bien como esta que vimos, me imagino, ésas son las buenas. El rostro de Rico se iluminó un momento. Sí, le dijo, no como la tuya, ésta no va a acabar bien. Y sus ojos volvieron a las cavernas (p. 55).
El mundo-al-revés comienza con la perversión de las palabras: matar es un “trabajo”.
(Hormiguero, de Fernando Solana Olivares, es otra lectura contemporánea de nuestras recomposiciones y descomposiciones.)
La onomástica de la literatura nos avisa: “Rico” es un nombre irónico, pues el personaje es miserable en todo sentido; “Pablo” acaso remite a una religiosidad que no puede resolver nada, pues religión —lo recuerda Solana Olivares— viene de religar, y la violencia desliga, desorganiza, desgarra.
Una simple conjetura: ¿los padres de Dante Emiliano imaginaban para él un mundo de grandes íconos y realizaciones? Este niño tan valiente, inmerso en un ámbito que pareció ayuno de leyes, nos deja un par de lecciones.
Una: necesitamos más educación médica básica para saber cómo actuar cuando se presenta una emergencia de este tipo (Dante Emiliano agonizó en la calle, lúcido por media hora; un hospital estaba a diez minutos; la ambulancia tardó en llegar).
Dos: ¿qué visión del orden contemporáneo nos daría Dante Alighieri? ¿Más que el concepto de “orden” utilizaría “caos regulado” o “reglas magras en la alta incertidumbre”?
Tres: ¿qué nos diría Emiliano Zapata de la posesión de muchas tierras en vastas zonas de nuestro territorio? ¿Más que de Tierra y Libertad (mayúsculas) hablaría de tierra y esclavitud (minúsculas) en muchos casos, considerando el reclutamiento forzoso de gente joven?
Cuatro: ¿es que Dante Emiliano se estaba resistiendo justo a un reclutamiento ilícito, lo que nos hablaría de una urgencia de mano de obra por escasez de ella o por expansión del jugosísimo negocio, al extremo de buscar a alguien de doce años? Entonces Dante Emiliano merecería ser un ícono de la resistencia. Y el ícono apunta al mito. (No nos extrañe que busquen culparlo; en “la hora actual con su vientre de coco”, ya no falta mucho para que veamos en cárcel, ¿preventiva?, a un recién nacido; esperaría décadas).
Cinco: ¿la ya vieja doble “política” de privilegiar a un cartel sobre otros y dejarlo moverse con libertad y hasta con protección a cambio de que se porte sensato sería un doble error: los carteles actúan conforme a un esquema extremo de expansión y libre competencia y, aunque hagan pactos, no podrán cumplirlos, pues sus dinámicas de maximización de ganancias son más poderosas que todos sus “acuerdos”?
Seis: revisemos a fondo los fundamentos acerca de cómo enfrentamos la inseguridad en el país.