El martes 10 de diciembre de 2024 falleció en Madrid a los 87 años el doctor Danilo Bartulín Fodich, médico hasta la última hora de Salvador Allende y uno de los amigos más cercanos de Gabriel García Márquez. Hijo de un inmigrante croata, Danilo nació en la ciudad chilena de Castro, capital de la isla de Chiloé, el 4 de junio de 1937. Estudió medicina en Santiago de Chile y se graduó en 1963. Ya entonces contaba con la confianza y la amistad de Salvador Allende. Cuando este asumió la presidencia del país en 1970, el doctor Bartulín fue designado oficialmente médico jefe de la Presidencia de la República. Y si Danilo acompañó a Allende en la cima de su fama, también supo mantenerse a su lado en aquellas horas difíciles del 11 de septiembre de 1973, durante el terrible asedio militar que sufrió el Palacio de la Moneda.

Al escuchar contar de sus labios el suceso, no se puede reprimir un cierto escalofrío. Aquel día estaban los dos bajo la mesa presidencial, tratando de evitar los cascotes que caían del techo durante el fuerte bombardeo. «La Moneda ardía por varios lados, y Allende me dijo: “Danilo, tú has sido mi mejor y más leal amigo. Si quedo herido, pégame un tiro”. Y yo le contesté: “Presidente, usted es el último que tiene que morir aquí”». Tras el golpe de Estado, el general Augusto Pinochet asumió el mando supremo del país, y el doctor Bartulín comenzó un triste itinerario de torturas sin nombre, cárceles multitudinarias y solitarios calabozos: estuvo en el Estadio Chile, en el Estadio Nacional y en la Cárcel Pública de Santiago. Fue condenado a muerte junto al cantante Víctor Jara en un juicio sumario y luego, sin razón aparente, enviado al campo de concentración de Chacabuco, en el desierto de Atacama.

Tres años después pudo exiliarse a México, donde coincidió con Gabriel García Márquez. Las familias de ambos entablaron muy buena amistad, hasta el punto de que “el Doc” fue durante mucho tiempo el médico de cabecera de los García Barcha. «Gabo no tenía molestias médicas importantes; me limité a acompañar la infancia de sus hijos y a llevar el control de su presión arterial, pero nuestra relación personal era casi diaria. A veces, cuando estaba escribiendo alguna novela o algún cuento, me pedía que le explicara cómo podíamos matar o enfermar a alguno de los personajes. Yo le ayudé, por ejemplo, a armar el informe de autopsia de Santiago Nasar en Crónica de una muerte anunciada, porque a Gabo le ponían pegas para consultar el expediente original».

Con el propósito de promover los derechos humanos en Latinoamérica, Gabriel García Márquez decidió crear en diciembre de 1978 la Fundación Habeas, como una plataforma humanitaria en favor de los presos políticos y desaparecidos en los diversos regímenes totalitarios de Latinoamérica y el Caribe, cualquiera que fuese su signo político. Para esta iniciativa, Gabo no tuvo ninguna duda en elegir a Danilo Bartulín: alguien que, por su compromiso político, había sufrido en sus propias carnes la prisión, la tortura y el exilio, sería, sin duda, el mejor secretario que Habeas podría tener. Con sede en México, Habeas fue un proyecto que se sostendría a pulso con fondos de los derechos de autor de las obras de Gabo. Durante varios años, las gestiones sigilosas de Gabo y de Danilo se extendieron desde Argentina a Cuba, en una especie de diplomacia paralela que actuaba en la cordialidad doméstica de antesalas y pasillos. Y allí donde el buen peso de su influencia no alcanzaba, buscaron la mediación de la Casa Real, de Felipe González, de Bill Clinton o del mismo Papa. En varias ocasiones le hablé al doctor Bartulín del interés de dar a conocer los resortes secretos, los hallazgos felices y los laberintos ciegos en que los dos se vieron implicados en aquellos años. Sería como una historia secreta de las Américas. Pero él mantuvo siempre una infranqueable discreción diplomática al respecto. «Quizá algún día se sepa», me decía sonriendo.

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