En una muy fría mañana del diciembre madrileño, un habanero abrigado llamado Leonardo Padura descansa de las intensas tardes que la Casa de América le dedica. Ha llegado a la capital de España para formar parte de esa lista de escritores a los que la institución le consagra una semana de homenaje y retrospectiva, la “Semana de autor”, pero también para seguir conversando de su última novela, la cubanísima Personas decentes (Tusquets). Sin quitarse el abrigo ni las mañas de gran conversador, y antes de un cigarrito fumado en los jardines de la célebre Residencia de estudiantes donde se hospeda, Padura se hace un hueco en la agenda para hablar con nosotros.

Tu última novela, Personas decentes es, según tus propias palabras, tu novela más negra. ¿Es una vuelta a las esencias?

No, creo que no. En mi novela Pasado perfecto había un muerto. En Vientos de cuaresma hay un muerto. Y digo que esta es la más policial porque hay cuatro. Dupliqué la cifra de cadáveres. Así que, por una cuestión cuantitativa, digo que es la más policial de mis novelas. Pero, en definitiva, a mí lo que me interesa es poder penetrar a una realidad que yo quiero analizar desde un punto de vista muy social. Una de las bondades que tiene una novela policíaca es que te permite hacer cualquier tipo de experimento literario: puedes irte a la fantasía, a la Historia, o a este tipo de novelas más sociales y, por momentos, existencial.

¿Qué tipo de escritor hubieras sido si el crimen no hubiera ocupado tanto de tu tiempo de escritura?

No lo sé, no puedo hablar de una literatura que no escribí. Pero, mi novela La neblina del ayer está estructurada en dos lados, como los discos de 45 revoluciones, porque habla del bolero en los años 50. Una cara A y una B. En la cara A estás leyendo algo que intuyes que es una novela policíaca, pero no hay muerto. El muerto aparece en la primera página del lado B. Es decir, lees la mitad de la novela sin que haya muerto. Se puede escribir novela negra sin que haya un crimen que motive una investigación. Pero a mí me interesa el género porque una muerte es un asunto extremo, aunque sea la muerte de una persona poco significativa. A ver, no es lo mismo el asesinato de Trotsky que el de un ciudadano normal, tiene connotaciones diferentes, pero a nivel humano, tiene el mismo valor, porque es una vida que se ha estropeado por un acto de violencia.

Esa fuente de enorme riqueza ha sido también fuente de enorme violencia


Leonardo Padura, escritor cubano

La violencia, quizás, es el eje más importante en el que gira la novela contemporánea en América Latina, ¿coincide?

Sí, es uno de los grandes problemas que tienen las sociedades latinoamericanas contemporáneas. La violencia ha aparecido en casi toda la novela contemporánea latinoamericana, no siempre en la estructura de una novela policial. Por ejemplo, en el caso de Colombia, era un país que tenía un largo historial de novelas sobre la violencia con poca literatura de investigación criminal. Ahora, muchos de los nuevos escritores empezaron a trabajarla desde la perspectiva de la novela policial. Lo que ha pasado en El Salvador, en los últimos 20 años, desde los gobiernos semidictatoriales o dictatoriales que asesinaban a sus enemigos políticos, después el auge de las Maras, ahora las políticas de Bukele… Todo ha funcionado sobre la base de la violencia. Y es un problema que allí se está tratando de resolver con métodos que son muy peligrosos. El origen de todo tiene que ver con sus grandes niveles de desigualdad. Eso es el motor de la violencia. Y no se va a resolver hasta que se alcance una vida digna. Además, el añadido del último medio siglo, de que nos hemos convertido los productores y exportadores de la droga que se consume en los Estados Unidos. Esa fuente de enorme riqueza ha sido también fuente de enorme violencia.

¿La novela latinoamericana tiene como distintivo la necesidad de registrar la pobreza, la desigualdad?

El escritor tiene toda la libertad del mundo de escribir una novela sobre, digamos, un señor que cultiva rosas. Pero creo que, en toda América Latina, los escritores abren la ventana y lo que ven es un mundo violento.

La novela más conocida de Colombia, después de las de García Márquez, es El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince. Es una novela de la violencia llena de lirismo, de amor filial, de aprendizaje de la vida… ¿A partir de qué? A partir de un hecho muy violento.

En el caso de México, la literatura de la violencia viene desde el siglo XIX. Pero, a partir de la Revolución Mexicana, pues toda la literatura que se escribe tiene mucho que ver con esa violencia. Cuando lees los cuentos de Rulfo, por ejemplo, incluso en cuentos en los que no hay un asesinato, tu sientes el aliento de la violencia. Y hablamos de un autor modélico de la literatura latinoamericana y especialmente mexicana.

En el caso de Cuba, la violencia tiene una característica diferente porque es un país donde la violencia física no es tan importante como la existencia de un Estado controlador, que no siempre aplica una violencia explícita, pero es una violencia que la gente siente. El temor de las personas a tener cualquier enfrentamiento con ese Estado, la lleva a tener comportamientos entre los cuales está no ser físicamente violento, pero sí lo es a nivel psicológico, mental.

¿Ya se ha escrito la “Gran novela cubana”?

Hubo un momento en que se aspiró a que se escribiera la gran novela de la revolución cubana y Carpentier fue uno de los que se empeñó en hacerla. El resultado fue funesto, fue La consagración de la primavera, que es una mala novela, literariamente. Está muy bien escrita, muy bien organizada, pero… incluso tiene momentos que son hasta ridículos, en ese necesario apoyo de justificación y exaltación del proceso revolucionario.

Ahora, en la novelística cubana más contemporánea, Pedro Juan Gutiérrez ha hecho un aporte, Abilio Estévez ha hecho otro, yo por mi lado he escrito mis novelas. En ese gran panorama está la gran imagen novelada de la realidad cubana.

No sólo pertenezco a una cultura, sino que pertenezco a una lengua


Leonardo Padura, autor de "Neblina del ayer"

Causa cierta sorpresa tu defensa de tu localía, esto de repetir que eres “un escritor habanero”, siendo que, en general, los autores quieren ser reconocidos como universales y no solamente locales. ¿Cómo has hecho para poner esta localía como un valor a tu favor?

Creo practicar esa máxima de Miguel de Unamuno, que dijo: “En el arte hemos de hallar lo universal en las entrañas de lo local, y en lo circunscrito y limitado, lo eterno”. Entonces, partiendo de una realidad muy concreta como es la cubana, y desde un espacio específico como es La Habana, he podido asomarme al mundo. Y esto no es un intento personal, porque recuerda que hace un siglo Virgilio Piñera escribió ese verso famosísimo: “La maldita circunstancia del agua por todas partes”. Los cubanos hemos tratado de superar esa insularidad geográfica para que no se convierta en esa insularidad moral o espiritual, para asomarnos al mundo. Los dos grandes nombres de la literatura cubana del siglo XX, Carpentier y Lezama Lima. Más universales, imposible. Entonces, sí se puede hacer desde esa pertenencia local un carácter universal. Los dublineses de Joyce son historias muy dublinesas y muy universales. O sea, esto no impide la pertenencia, incluso una pertenencia militante como la que yo profeso.

¿Y cómo juega en esta pertenencia el uso que haces de la lengua?

Bueno, no sólo pertenezco a una cultura, sino que pertenezco a una lengua. Pongámoslo en términos de estudios lingüísticos: una lengua tiene normas específicas. Las de una lengua española, una lengua caribeña, una lengua habanera. Escribo con la norma habanera. Mi lenguaje es habanero. Mi pertenencia la he convertido en permanencia. Porque mientras hay una gran cantidad de escritores cubanos dispersos por el mundo, yo sigo en La Habana, en el barrio, en la misma casa.

Da la impresión de que no se puede conversar contigo sin mencionar la palabra política. Y también da la impresión de que literariamente eres un milagro político y que políticamente eres un milagro literario. Porque por un lado eres más político que nadie, en el país de Latinoamérica donde, probablemente, sea más difícil hacer política ¿Cómo has logrado caminar por ese borde tan complicado?

Lo primero es que nunca he tenido una militancia política partidista y eso se refleja en la posibilidad de tener una inmensa libertad. Cuando perteneces a un partido, y más a partidos tan centralizados como el comunista, en el que tu obediencia está estipulada como parte de esa pertenencia, de esa militancia, pues eso te limita. Mi mayor opción de libertad ha sido no participar activamente de la política. En mi literatura, sin usar argumentos en los que la política sea un componente esencial, poder hablar de política. Tal vez la excepción sea El hombre que amaba a los perros, porque trabajas con una figura como León Trotsky e inevitablemente tienes que hablar de política. Trotsky almorzaba, cenaba y después defecaba política. Pero como trabajo con personajes de muy diversas cataduras éticas, políticas, sociales, económicas, eso me permite moverme con mayor libertad en ese territorio.

Cuando el escritor juega a ser político, está afectando a su literatura. O bien es utilizado por los políticos, o bien esa politización de la literatura te lleva a un espacio en el que todo se resuelve entre partidarios y enemigos. Esto se ve en Cinco esquinas de Vargas Llosa, una novela sobre sus heridas políticas. Lo cual está muy bien, Mario tiene el derecho de hacerlo. Pero, si comparas la dimensión del asunto político en Cinco esquinas con Conversación en La Catedral, te das cuenta de que hay una enorme distancia.

Si por arte de magia pudieras tener delante al Padura de los 18, de los 20 años, ¿qué le dirías?

A esa edad me preparaba para ingresar a la Universidad… Le diría: “Mira que eres ignorante. No sabes absolutamente nada y vas a arrastrar esa ignorancia toda tu vida”. Ése Leonardo Padura había invertido la mayor parte de su tiempo a jugar beisbol y muy pocas a leer. Después tuvo que leer mucho.

¿Qué te gustaría que se diga de ti cuando ya no estés en este mundo?

Sobre todo, me gustaría que dijeran: “Coño, fue buena gente. Fue buena persona. Una persona decente”.

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