En "La sudestada" (Argentina, 2023), arrollador opus 2 ficcional de la dupla integrada por el porteño de 44 años Daniel Casabe y su paisano de 42 Edgardo Dieleke (luego de su también conjunto "Cracks de Nácar" 11 y el documental "La forma exacta de las islas" 12), con guion de ambos más Agustina Liendo, Martín Mauregui y Juan Sáenz Valiente basado en la homónima novela gráfica de este último, mención especial en el Bafici 2023, el anárquico detective privado solitario y redondo con gafas patéticas Jorge Sabueso Villafáñez (Juan Carrasco) que nada hace por confirmar o refutar su fama de husmeador de secretos así tenga que perseguir a viudas o expoliar discapacitados, debe por encargo del marido otoñal exgalán presa de celos irracionales Ricardo (Edgardo Castro), seguir a la exbailarina elevada a enérgica coreógrafa experimental de 65 años Elvira Schulz (Katja Alemann), en sus ensimismadas visitas eternas al zoológico urbano y en sus traslados por barcaza a un melancólico islote en el Río de la Plata donde la misteriosa mujer ha comprado en secreto un chalet ruinoso para su exclusivo disfrute a solas y la práctica al desnudo de sus futuras coreografías rompedoras con su vanguardista minigrupo de danza ultradisciplinado, pero esta vez el sabueso metódico y huraño cae en su propia trampa, contando con la ayuda de una tormenta brutal y el providente desplome de una enorme rama noqueadora sobre la bella madura bajo la lluvia que convierte al acechante detective en providencial salvador femenino, quedarse en el lugar junto a la inaccesible Elvira y enamorarse sin salida de esa mujer objeto de una fascinación inesperada que le invade sueños, fantasías y pesadillas, violando toda ética y disciplina profesionales pese al apoyo afectuoso de sus vetustos amigos barriales, asistiendo a los ensayos de danza y devorando manuales para apreciar mejor ese arduo arte corporal, pero cuando Elvira rescate una libreta ahogada donde el meticuloso Villafáñez anotaba y dibujaba todos sus movimientos detectivescos, el pobre tipo va a ser por ella citado en falso en la soledad isleña para que se despedace a puñetazos con su ahora adversario visceral el contratante hiperceloso Ricardo que acabará despidiéndolo y reduciéndole a un monigote aullante cuyos gestos y alaridos le proporcionarán paradójicamente a la medio cruenta medio bloqueada Elvira la inspiración que ansiaba para una nueva formidable coreografía en la exacerbación de un sarcástico vórtice dancístico.

El vórtice dancístico ha sido ipso facto etiquetado como un apasionante cruce peligroso o desconcertante híbrido de géneros fílmicos, pues sirve en copa angélica y venenosa a la vez, un bizarro y delicioso coctel que mezcla y agita al gusto, original e indeslindable, detonante y retadoramente subjetivo, para que te las arregles como puedas, el thriller heteróclito, novela detectivesca anacrónica y decadente asombrosamente revitalizada, atmósferas oníricas, amor loco senecto y contagioso, desarrollo argumental atípico, euforia desencantada y fascinación surreal bella como el encuentro de un paraguas obsequiado por el mejor amigo y encontrado en una cancha de tenis cubierta pero también a la orilla de un islote afectado por el cambio climático producido por azotantes vientos del sudeste, una sudestada cosmológica y cosmofánica, en pos del inteligente juego concertante y las acrobacias formales de un nuevo cine lúdico si los hay.

El vórtice dancístico puede efectuar cual espía o espectador ideales un vehemente y apabullante homenaje a la danza experimental, en particular un tipo de danza gestual y retorcida postPina Bausch (la Pina de Wenders 11), con algunas epifanías supremas casi autónomos que proporcionan el corto Ring-Side de Marie Louise Alemann (79, donde aparecía Elvira/Katja cuando era una dinámica joven hermosa incontrolable) y la coach dancística Diana Szeinblum (cuya obra Adentro ha sido retomada para los ensayos y para la escena final), una danza carismática y disruptiva hecha de impulsos sincopados y ademanes súbitos, con sólo tres bailarines y una bailarina dominante.

El vórtice dancístico ostenta como inconmensurable highlights secuenciales tan inesperados como la señera figura vigilante del Sabueso Villafáñez en la ventana de su alto edificio del antiguo grandioso Buenos Aires en declive pero magníficamente visto desde adentro y desde afuera y acercándose a su efigie inmóvil para ignorarla y cada vez más lejos desde otras empequeñecientes distancias, el simbólico suelo fracturado que poco a poco se traga onírica y realistamente al infeliz detective inerme, o los humillantes billetes que van y vienen sobre la mesa de una taberna porque el airado contratante Ricardo supone erróneo que serían rechazados por dignidad en una situación y en un mundo adversos a ese impulso inexistente e improbable.

El vórtice dancístico remite de inusitada manera irónica, en cuanto al comportamiento de su complejo e irreductible héroe acechante, tanto a la dinámica de la psique infantil (pasmada) como a la psicogénesis de los estados maniaco-depresivos (innombrables), exacto los extremos aunque interrelacionados objetos de estudio de la fabulosa psicóloga metafreudiana vienesa Melanie Klein, quien llegó a ser metafóricamente tajante en sus reflexiones sintéticas, según las cuales “Quien come del fruto del conocimiento, siempre es expulsado de algún paraíso”, al igual que ese detective de pacotilla irreal que de pronto ha comido tardíamente del fruto prohibido del conocimiento de la atracción-fascinación erótica y del conocimiento de la más socavadora danza vital, para ser expulsado sin remedio del hipotético paraíso de su inestable o altiva, mezquina e ínfima zona de confort.

Y el vórtice dancístico abandona al inexpugnable Villafáñez bailando desnudo cuan ridículamente rollizo, adiposo y pielcolgante es, en medio del fondo en negro de un precine vuelto juguete filosófico de apostura imparable acaso volcada al infinito.

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