En Guasón 2: Folie à Deux(Joker: Folie à Deux, EU, 2024), escalofriante opus 11 del exdesmadroso productor-director brooklyneano otrora experto en comedias sobre crudas descomunales de 53 años Todd Phillips (Viaje de pirados 00, Guasón 19), con guion suyo y de Scott Silver y Bob Kane, un jodidísimo criminal incontrolable Arthur Fleck alias Joker/Guasón (Joachim Phoenix en su máximo mínimo) purga condena en una prisión-manicomio entre crueles burlas, arbitrarios castigos bárbaros y algún rencor latente en espera del zarpazo final, cuando de pronto cede a la instantánea labor seductora de la sexosa psiquiatra mitómana Harley Quinzel Lee (Lady Gaga horrendamente atractiva) que se ha asilado allí para conocerlo e involucrarlo en un recién descubierto mundo musical al que el pobre tipo se deja arrastrar a cada impulso vital o necesidad de omnicompensatoria existencia imaginaria, mientras su esforzadísima abogada defensora madura también fascinada por él Maryanne (Catherine Keener) lo lleva a juicio para demostrar su inocencia a causa de su irresponsable Yo escindido, pero en plena conflagración tribunicia el hombre acosado toma una pírrica iniciativa para defenderse solo, provocando su hundimiento absoluto, pero a la hora del veredicto la amante Harley deserta y una bomba devastadora los reúne felizmente de nuevo, aunque sólo sea para que, decepcionada de él, ella vuelva a abandonarlo y permita que el subsumido Joker sea acuchillado por una justiciera mano psicopatológica en prisión, cual acto supremo de un henchido y vociferante silenciado humanismo escombro.

El humanismo escombro hurga a sus anchas y se ceba estéticamente en la negatividad (quasi de magia negra) y en el decadentismo (supraBelle Époque) para gozar el espectáculo del Mal hecho como única finalidad y por el mal mismo, sin cortapisas ni apenas la disculpa de la defensa titánica y a ultranza de un ego vulnerado, fragmentario y deshecho desde su nacimiento mismo, hasta las atropelladas y ampulosas etapas malditas de la derrota subrepticia e interior pero objetivada tangible por doquier, una derrota fundamental y fundamentadamente contagiosa, que arrastra consigo a la fotografía de Lawrence Sher en marchitos colores fuliginosos constantes, desde la inaugural fotogenia del físico esquelético cuerpo del Joker (tributario del más terrorífico lyncheando-cronebergiano cine del cuerpo) y en brutales planos sintéticos (ese sádico zape en la profundidad del campo al eufórico Joker que había osado abrazar al custodio carcelario en el frontground), aliándose en su oscura eficacia con edición de Jeff Groth que pasa sin transición de la elipsis audaz al reincidente videoclip con perfiles besucones, aunados a la atronadora música de Hildur Gudnadottir cual amenaza continua e ininterrumpida en su acecho siniestro.

El humanismo escombro jamás se aparta ni supera el juego ni el rejuego metamórfico interno de la Historia de los géneros del propio Hollywood para proponer y desarrollar los grandes temas novedosos de la seducción perversa primero, en seguida el histrionismo autofágico y al final la fantasía derrotada, la derrota mórbida e implacable, la complacencia malsana y sublime en la derrota, a modo de antithriller, antihistorieta (sin rebasar los postulados divertidos de los DC primigenios), antisuperhéroes estridentemente pueriles, antiexpectativas cualesquiera de sus públicos semicautivos, antirromántico (los amantes sólo se rejuntan en la empinada escalera colosal prístina para separarse sin remedio ni remedo por siempre) y sobre anticomedia musical, porque aquí tanto las fundacionales “Bewitched” y “That’s Entertainment” a la cabeza de muchas otras canciones acaban fungiendo como letra irónica y autosuficiente experiencia pasional por encima de la explícita y estipulaba función experiencial pura que le asignaban la tradición e incluso el premionobel Bob Dylan.

El humanismo escombro desperdiga el tema de la promiscuidad duplicadora y triplicadora, sometiendo, unciendo, tropezando y haciendo caer sin red de protección a su infeliz supervillano en la dialéctica menos trascendente que trasdescendente de lo Uno y lo Múltiple, procedente por sorpresa de la historieta original misma, donde el mercurial e inasible personaje es a la vez homicida gratuito, payaso diabólico y comediante desatado, inexorablemente en los tres casos (o locazos), para convertirse en ese Guasón 2 que rechaza el salvador argumento de la desechable abogada defensora: su pretendida personalidad dividida por insuperables traumas infantiles en la imposible integración de un Yo único, para actuar en defensa de sí mismo como asesino confeso (con atenuantes), pintarrajeado de payaso circense y al servicio de sus desplantes como histrión en reiterada fuga fantasiosa, tres personalidades que van a fundirse en una sola, paradójicamente libertaria, que clama “Soy libre” en el momento cumbre con los brazos abiertos bajo reflectores ilusorios, convocando y consumando o consumiendo una identidad múltiple que en el cómic original planteaba la realidad de varios Jokers sucesivos (todos prendados prendidos perdidos sin éxito de Harley), una identidad múltiple que se asoma programáticamente desde el dibujo animado del prólogo donde el antihéroe danzaba con su sombra hoffmannescamente viva, una identidad múltiple que ya comparte la enardecida multitud de sus fans e imitadores, esa identidad múltiple pronta a perpetuarse merced al vientre de Harley embarazada, para asegurar la continuidad y prolongar de manera acaso indefinida la saga del Joker como figura mítica inmediata y franquicia redituable a trompicones sadomasoquistas.

Y el humanismo escombro abandona al desdichado Joker referencial (¡sólo referencial!) baleado por un psicótico anónimo en la prisión y por su amada Harley en un dúo bailable de su folie à deux (la locura entre dos titular), demolido como humano y boqueando como escoria, aunque escombro será, más escombro enamorado.

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