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En Cielo rojo (Roter Himmel, Alemania, 2023), seductor film 10 del agudo autor total alemán nordrenano de 60 años Christian Petzold (Seguridad interior 00, Phoenix 14, Undine 22), el antierótico novelista treintón atorado en su tercera novela Leon (Thomas Schubert) experimenta contratiempo tras contratiempo sin parar durante su retiro playero báltico para escribir en paz y a solas en la casa de su amigo afrodescendiente aspirante a fotógrafo de arte Felix (Langton Uibel), ya que el auto de éste se avería a medio camino, debe cargar sus pesadas maletas varios kilómetros, los incendios forestales de la región se aproximan cada vez más peligrosamente y debe pernoctar asediado por insectos en una pérgola fuera del pequeño cuarto compartido con su compañero, pues la casa está prácticamente tomada por la alivianada vendedora de helados sobrina de amistades Nadja (Paula Beer) que se la pasa fornicando con el fornido salvavidas Devid (Enno Trebs), del que ipso facto el inhibido Leon siente rabiosos celos interrogándolo humillantemente, aunque el rescatista de playa (como él se autocalifica orgulloso) no tardará en cambiar a la chica por el simpático Felix para iniciar con él un tórrido romance, dejándole el camino libre al agobiado Leon que, al calor de las dudas y las fugas, intenta interesar a la enigmática Nadja con la permisiva lectura de su novela en proceso (con el ridículo nombre de Club sándwich) que, tras leerla de inmediato tiradota de bruces en su cama, la fémina califica de “mierda”, y no de “sensiblera” como cierta anónima mucama lectora previa, impronunciables epítetos que reconfirma tácitamente el generoso editor del novelista Helmut Werner (Matthias Brandt) en una devota aunque severa visita expresa de trabajo durante la cual termina relegando al inepto autor al admirar tanto las cuestionadísimas fotos de Felix sobre personajes mirando el mar como el talento analítico literario de Nadja en trance de redactar su tesis de doctorado (“¿Por qué no me lo dijiste?”/“Porque nunca me lo preguntaste”), antes de sufrir un desmayo y ser llevado de emergencia a un hospital por la joven, puesto que Leon no se atreve a manejar sin licencia, exacto cuando las llamas sin control del Cielo Rojo invaden la zona y un jabalí muere ante la atónita mirada inerme del novelista, como anticipo de la tragedia de los amantes Felix-Devid, fatalmente alcanzados por el fuego devastador, remitiendo y abismando al infeliz Leon a los estrechos límites de su infranqueable fragilidad viril.
La fragilidad viril explora así diversas fases de la tragicomedia de una vieja masculinidad, tomando como ejemplo, presa y cobayo para disección a un patético ejemplar humano demasiado humano, sus desesperantes actitudes de espera y titubeo en el camino o en la ventana de la casa invadida o en el simbólico bosque ardiente o dormitando en el pasillo del hospital donde amanece con Nadja confiadamente recostada en su hombro, su confrontación constante con sus sagrados impulsos vitales, su reacia negativa a meterse al mar, su burlita mezquina ante un retrato del extinto colega vanguardista magnífico Uwe Johnson, su teutona obediencia ciega a leyes y reglamentos, su dejadez abatida y castigada persiguiendo por la arena playera las hojas impresas de su novela, en suma, su desventajoso contraste con la nueva masculinidad representada por el desinhibido flujo de los afectos que une sin problemas ni telarañas mentales a los gozadores del ejercicio físico-amatorio Felix y Devid, sólo ellos a la altura de la magnificente e insoportable levedad del ser de Nadja.
La fragilidad viril consuma el prodigio de ir creando bajo su apariencia de relato trivial cotidiano con benévolo acaso benéfico humor ácido, un discurso narrativo con dos dimensiones dobles, pues en una primera se establece el paralelo entre la intriga de amoríos domésticos y la amenaza de los reales-metafóricos incendios forestales, y en una segunda se va descubriendo la dimensión secreta de una inquietud subrepticia, subyacente, lanzándose entonces de lleno, con fotografía antiefectista de Hans Fromm (esa lluvia de ceniza, ese resplandor bioluminicente marino-solar-flameante) y cero música de fondo (salvo la estrictamente diegética) a la vivisección del comportamiento errático y casi bufo o burlable-burlesco del varón disminuido al enfrentarse a un amor intimidante para el que no está preparado, el hombre famoso que no obstante su éxito y nombre se halla superado y desbordado por la vitalidad femenina, por la ligereza de los afectos espontáneos de los compañeros homosexuales-bisexuales y por sus propias genuinas e inextirpables inseguridades puestas de manifiesto por Ella.
La fragilidad viril va dulcemente convirtiéndose poco a poco en un ensayo psicofilosófico en acto sobre el poeta romántico hebraico-alemán por excelencia Heinrich Heine, centrado en su concepto acerca del Temblor de los Sentimientos, esa íntima oscilación indefinible e indecisa y socavadora más allá y más acá de las demasiado asertivas Afinidades Electivas de Goethe) que es también el temblor de la representación (pausada, fúlgida, sublime) y el temblor telúrico (como el relato El terremoto de Chile de Von Kleist), tal como se expresa a través de un poema recitado de memoria por la posbretoniana heroína surrealista mutable Nadja, cual encarnación del inconfeso amor loco, en el punto clave referente a los Astra, la raza de “aquellos que mueren cuando aman”, los Astra en que devienen los amantes gays quemados vivos por el Cielo Rojo del incendio forestal y cuyos cadáveres enlazados aparecerán semicalcinados e inseparables, dignos de ser sublimadoramente equiparados por montaje con aquellos celebérrimos cuerpos heterosexuales juntos bajo las cenizas volcánicas de Pompeya por toda la eternidad.
Y la fragilidad viril cambia al final de régimen narrativo, abrazando un tono subjetivo y terriblemente grave, pero abierto a una piadosa esperanza comprensiva y mutante.