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“Dicen que cuando en una familia nace un escritor esa familia está acabada”. Así nos recibe la Verika de Nada es verdad (Libros del Asteroide) de la escritora, traductora y guionista italiana Verónica Raimo. Se trata de una novela que muchos categorizan como autoficción y que, convenciones aparte, trasciende ese rótulo con una narración ácida, inteligente y afectuosa, teñida de reflexiones sobre quiénes −y cómo− somos en nuestro universo familiar.
“Mi hermano y yo hemos acabado siendo escritores los dos (…). Yo digo que es gracias a todo el aburrimiento que nos transmitieron nuestros padres”. Así, Raimo va dando cuenta de una madre religiosa e hiperaprensiva que busca padecer las desgracias en compañía de otros como una forma de felicidad; un padre paranoico y estricto; un abuelo compasivo que le heredó un yunque de zapatero que ahora usa como tope de puerta, y un hermano a quien, en el reparto de papeles, le correspondió ser el genio de la casa.
Raimo dice que sus momentos de soledad más profundos los ha vivido en la taza del inodoro, admite que estuvo enamorada del padre Serafino, profesor de Religión, y cuenta que ha vivido de manera esquizofrénica entre Roma y Berlín, escribiendo siempre sus libros en las casas de otros. Con episodios así va llenando las páginas de este libro en el que nos revela cómo cada uno en la familia −“un único organismo comprimido y hacinado dentro de la casa”− tuvo su papel en la construcción de cada personaje. Así le va tomando cariño al tiempo muerto de soledad que es, en la ficción y en la vida real, una parte fundamental de su propio personaje.
Su narradora dice que “Intentar leer un libro es contraproducente. Si es bueno me pongo a pensar que nunca llegaré a escribir un libro así, de modo que ¿por qué razón obstinarme en ser escritora?”. ¿En qué momento de su vida llegó a la escritura?
Mi primer libro lo escribí como una especie de accidente. Estaba en Berlín porque gané una beca para cursar una maestría y tuve que estudiar para algo que −en ese momento me di cuenta− era muy aburrido para mí. Comprendí que no quería seguir mi carrera académica sobre el cine democrático y el cine republicano, así que empecé a escribir esta especie de historia muy pequeña, con cosas que no me habían ocurrido a mí. Il dolore secondo Matteo es una historia muy rara sobre un hombre que trabaja en una funeraria. El ánimo y el talante en el que yo me sentía escribiéndola, y las cosas que decían los personajes la convirtieron en esta novela extraña de la que yo ni siquiera estaba segura de que fuera una novela. Se la envié a un amigo mío que trabajaba en una editorial, y él y todos la adoraron. Eso no sucede muy a menudo; escribes y escribes, te rechazan una y otra vez, tú insistes… Yo no estaba segura de lo que estaba escribiendo ¡pero a las personas les gustaba! Toda la frustración vino después de eso, con el segundo libro, porque yo sabía que debía tomarlo más en serio. Y cuando empecé a considerar esta como una profesión verdadera, empecé a sentirme más frustrada, atascada. Así que no sé cuándo llegué a ese punto; solo sé que ahora quiero volver a estar en esa posición de riesgo y también de total libertad, cuando no sabía si vendría otro libro.
¿Era mejor escribir sin la presión de los editores, del mercado?
Claro, tenía más libertad y, por supuesto, ahora siento más miedo, porque tengo este pesado sentimiento de responsabilidad. Después de Nada es verdad hay mucha más presión sobre mí como autora porque se imprimieron muchas copias y eso nunca me había pasado. Es hermoso, por supuesto, pero siento mucha presión y su efecto me está llevando a no hacer absolutamente nada en términos de escritura. Ahora mismo estoy traduciendo Oliver Twist de Charles Dickens, lo cual me hace muy feliz y además me da una especie de excusa o de coartada para no escribir. Detesto tener esta presión que me hace sentir un mayor temor a fallar. Es normal que este libro venda más, o que venda muy poco, y por eso mismo creo que es equivocado considerar la vida de los escritores como una carrera lineal. Cada libro es diferente y cada uno se escribe en un momento diferente; algunos son más comerciales que otros, o se publican en el momento y el lugar correctos, pero siempre están la presión y la expectativa: si vendes, tienes que seguir vendiendo. No creo que esta sea la mejor situación para los escritores.
En Nada es verdad usted nos muestra que hay un momento en el que algunas madres vuelven a ser como niñas. ¿Cómo construyó ese registro narrativo?
No lo había pensado así, pero es cierto. Puse a ese personaje de la madre en una posición muy incómoda; la describí en unos momentos no muy agradables pero quise mostrar algo de ternura. Tal vez ese fue mi modo de mostrar este tipo de afecto; sin eso, habría sido un personaje completamente diferente: mala, fea, desagradable, porque ella también hace cosas muy repugnantes y que pueden ser vistas como violentas, pero es una violencia llena de afecto; si le das algunas características infantiles la haces un poco más humana. Pienso que tal vez fue la única manera en que yo podía lidiar con ella porque, por supuesto, también hay mucha rabia, tanto en mí al escribir sobre ella, como en el personaje ficcional de la hija. Creo que yo estaba tratando de encontrar un equilibrio entre la rabia y la ternura.
Otro rasgo esencial en la novela es el humor. Muchas de las historias sobre familias son dramáticas o sombrías, pero en su novela llegamos a lo emocional más profundo, al dolor y la violencia con muchos tintes de humor. ¿Cómo fue el trabajo narrativo?
La intención estaba, pero yo no pensé el libro así desde el comienzo. Yo estaba trabajando en un monólogo cómico para una amiga mía que es actriz, y me pareció interesante. En ese momento estaba escribiendo muchas cosas que eran algo divertidas y empecé con una pequeña pieza para teatro para un colectivo femenino de actrices. Creo que escribir para otra persona me dio la distancia y la libertad que me permitieron superar algunas limitaciones personales. Aunque siempre ha habido algún tipo de ironía en mis libros, nunca había hecho algo así. Este fue mi primer intento de escribir algo largo y divertido, que luego se convirtió en un libro. Busqué inspiración en escritoras −principalmente− que hubieran hecho algo similar, pero no las encontré. Para escribir sobre la familia de un modo divertido a pesar de lo trágico y lo profunda que es la historia, mi inspiración principal fue David Sedaris, e intenté hacer lo que él hizo en su libro. Otra inspiración esencial fue Philip Roth con El lamento de Portnoy, y fue como si yo estuviera tratando de escribir de alguna manera esa historia, pero desde el punto de vista de una hija en lugar de un hijo. No sé cómo logré hacerlo, pero sí sé que quería escribir esa historia de esa manera, porque era una voz que tenía dentro y nunca había experimentado antes.
Desde el título, Nada es verdad, usted nos hace pensar sobre las trampas de la memoria. ¿Cómo la concibe o la define?
Una de las ideas de este libro vino porque, hablando con mi hermano −que también es escritor− me di cuenta de que tenemos muchos recuerdos diferentes, no solo sobre la interpretación de los hechos, sino sobre los hechos mismos. Entonces me sorprendieron las vicisitudes de la memoria. También ocurre que desde hace algunos años me di cuenta de que vengo perdiendo la memoria. Yo estaba muy orgullosa de ella; siempre recordaba todo, los pequeños detalles, el nombre de mis compañeros o cosas tontas como la ropa que tenía alguien en una fiesta de hace veinte años. Era una memoria completamente inútil, pero muy brillante y vívida, que empezó a desaparecer lentamente. Para mí fue algo muy doloroso, porque yo era la que recordaba las cosas. No es que esté enferma; supongo que es un proceso natural y para otras personas no es algo grave, pero yo siempre me he preocupado mucho por recordar las cosas correctamente. Entonces es como si admitirlo en este libro me diera la libertad de aceptar que quiero y deseo recordar las cosas. Es una manera de aceptar mi pérdida de la memoria y también su relevancia de alguna manera. Este libro me ayudó a aceptar eso.
De alguna manera el libro también es un elogio al aburrimiento, y usted lo dice en más de una ocasión: se censura socialmente el no hacer nada y siempre estamos obligados a hacer cosas.
De alguna manera envidio a los niños de ahora porque parece que están entretenidos todo el tiempo. Aunque a veces parece demasiado, si pienso en mis horas de aburrimiento, los envidio un poco… pero para mí esos enormes momentos de nada, de vacío que tuve cuando era una niña y que todavía tengo, son tan fundamentales en mi vida, en mi identidad. No me gusta hacer maratones de series, por ejemplo, y tengo algunos hábitos de gente vieja, como hacer cosas místicas o simplemente caminar. Nunca he sido una adicta al trabajo, nunca he querido llenar mis días y mis horas con cosas. Además soy una persona muy tímida, me despierto tarde, voy a almorzar y luego al mercado a comprar cosas, así que tengo la vida de una persona de ochenta años y me siento muy bien con eso. Me gusta todo este ritmo hecho de nada y no lo cambiaría por nada del mundo. Necesito ese espacio vacío de nada.
En la novela usted también habla de las varias versiones de uno mismo: “Acabo convenciéndome de que no estoy mintiendo, de que existe una versión de mi vida en la que realmente sufro una narcolepsia incapacitante”. ¿Cómo ve esa versión de usted misma que protagoniza este libro?
Algunas versiones son mucho mejores… (risas). Algo muy bonito y al mismo tiempo muy doloroso de ser escritora es que puedes inventarte en una versión mejor o en la que puedes corregir tus errores o tus defectos. Pero entonces, cuando te das cuenta de que es algo falso, también es muy triste. Es como que constantemente sabes en qué medida eres un fracaso y siempre estás tratando de crear personajes que toman algo de ti y tal vez lo hagan mejor o incluso peor. Pero estás constantemente lidiando con tus errores y con las cosas que no tienes y que no puedes lograr; estás constantemente pensando demasiado en ti mismo en una versión mejor o peor. Todo este tipo de reflexiones te están cuestionando constantemente de alguna manera, y tal vez no te guste, pero igual lo haces.
Desde nuestra experiencia como latinoamericanos sentimos una cercanía con su narración: la cultura de la madre, alrededor de la cual gira mucho de la vida familiar, los asuntos religiosos y la manera en que estos inciden en nuestra forma de asumir la vida…
Yo sentí mucha conexión con los lectores españoles y los del mundo latino que viven en Italia. A la novela también le ha ido bien en Turquía, un país que es similar a nosotros respecto a la fuerte estructura familiar y la religión, la opresión y una especie de relación con el patriarcado que es más política y más difícil. Cuento esto en comparación con otros países como Alemania, donde el libro no fue completamente entendido; estaban muy serios preguntándose por qué deberían reírse de eso; no lo entendieron. Los alemanes no tienen ningún tipo de ironía, tal vez por razones históricas, y también supongo que hay una gran diferencia con nosotros respecto a las relaciones con la familia y la religión. Creo que esa es precisamente la explicación de por qué se siente la cercanía en nuestro caso. También fue divertido −y puedo entenderlo− que la gente haya reconocido a su propia madre en ese libro, e incluso las madres mismas se reconocen en el personaje. Para mí fue un poco más divertida que la figura de este padre que estaba construyendo un puente, que era como un prototipo de algo, porque para mí era algo muy único y personal. Fue extraño pero muy bueno compartirlo con otras personas. Sí creo que hay algunos factores culturales y sociales que hicieron que la gente leyera el libro y lo hiciera con tanto gusto.
Pensando sobre las preguntas políticas y los problemas políticos en el libro, la narradora dice: “Por las noches mi abuelo y yo nos metíamos juntos en la cama, los dos en camiseta y calzoncillos. Cuando entré en la pubertad mis padres empezaron a preguntarse si tanta promiscuidad bajo las sábanas no sería inapropiada”. ¿Cómo se lee esto a la luz de hoy?
Es una pregunta muy difícil de responder porque, por supuesto, no puedes borrar tu historia personal y tus afectos. Ahora las cosas parecen diferentes, pero no me gusta cuando todos se ponen muy críticos y en actitud de juzgar cada cosa: “Esto es malo, es perverso”. Es una actitud muy de moda que no entiende los matices, los grises, las diferencias culturales, el contexto. Y también es una idea muy blanca, esto de enseñar y exportar el feminismo, como Estados Unidos, que está tratando de “exportar” la democracia para el mundo. Sobre este tema me encanta el cine de la argentina Lucrecia Martel porque ella puede describir ese tipo de sensualidad dentro de la familia de una manera muy bonita, con todas sus contradicciones y matices. Me interesa mucho más ese tipo de complejidad, que decir que algo es sencillamente malo o equivocado, o que no hay otra posibilidad de expresarlo.