De “la hija de Jacob, su esclava, de las regiones de Circasia” habla un acta notarial que el escritor e investigador italiano Carlo Vecce encontró en los Archivos Estatales de Florencia. Con ese documento firmado por Piero da Vinci, padre de Leonardo, se comprueba que la madre del artista llegó a Florencia como esclava para ser posteriormente liberada el 2 de noviembre de 1452 por su ama, Monna Ginevra. Así nace el relato polifónico que el investigador construye en su novela Caterina, publicada por Alfaguara en 2024.

Como bien lo dice uno de los narradores de Vecce, “Aristóteles no entendió nada, ni tampoco la santa Madre Iglesia entendió nada de lo que está escrito en los Evangelios. Yo he visto, a lo largo de mi vida, que lo que de verdad mantiene todo en pie es el trabajo de las mujeres”. De Caterina, mujer que como tantas, fue “el verdadero y absoluto fundamento de la sociedad humana, de la economía y de la vida”, heredó el genio florentino la idea de la libertad, el amor por los animales y la pasión por el movimiento.

Usted es un apasionado por Da Vinci y de sus investigaciones ya tenía algo de información sobre Caterina; ¿cómo fue el trabajo entre ese mar de archivos?

Puedo decir que hubo un doble proceso de investigación: uno antes de Caterina y uno después. Ella me ha interesado durante los casi cuarenta años que llevo estudiando el Renacimiento y a Leonardo da Vinci. Por mis manos ha pasado mucha información: investigaciones, manuscritos que he encontrado en todo el mundo, en las grandes bibliotecas de Madrid, Londres, París, también en Italia. Cuando llegó Caterina todo cambió; encontrar este documento (el acta de libertad) me hizo empezar una nueva investigación para confirmar si realmente se trataba de la madre de Leonardo da Vinci, porque yo no creía que lo fuera. Era imposible que él, un gran genio de la humanidad, fuera hijo de una esclava extranjera.

Y eso cambió por completo su mirada como investigador...

Así es. Pasó de ser la investigación tranquila de un profesor, a una investigación furiosa, casi confusa con muchos libros y lecturas rápidas, y totalmente secreta porque no podía hablar de Caterina con nadie. Yo tenía que llegar al final de esta historia, de esta investigación y lo logré. Debo decir que un historiador intenta trabajar de manera objetiva y sin permitir que se involucren las emociones, pero yo me emocioné demasiado con la historia de Caterina. Me emocioné por sus sufrimientos cuando descubrí que era una esclava y supe de las humillaciones que tuvo que vivir una joven mujer de doce, trece años, y cuando me enteré de que había pasado una parte de su vida sin ser libre. Todo eso influyó mucho y entonces dejé de ser un historiador para empezar a imaginar, a hacer algo más. Sin saberlo, me estaba convirtiendo en un escritor.

Precisamente sobre ese desligarse de la objetividad histórica y del rigor para abrir paso a la emoción, ¿cuál fue el mayor desafío de escribir ficción y fabular la vida de una persona real?

Yo nunca antes había escrito una novela. Como profesor de literatura italiana conocía teóricamente el proceso de la creación literaria y también lo enseño, pero nunca había experimentado lo que significa imaginar y escribir desde dentro. Para mí es la primera vez, y algunas cosas no sé describirlas, no sé cómo sucedieron. Yo tenía conocimientos y documentos sobre hechos, cosas reales. Todas las personas que aparecen en este libro son reales; no hay una sola que yo haya inventado, no son personajes de fantasía. Pero en la historia, como también pasa en la literatura, hay muchas zonas vacías entre un documento y otro; ahí intervienen la imaginación, la emoción y el involucramiento porque tú te sientes parte de la historia, sientes que las personas te están hablando y tú las escuchas. Cuando escribes, escribes sus palabras.

¿Por qué decidió trabajar una narración polifónica y en primera persona?

Fue algo que nació de manera espontánea. Yo tenía la historia frente a mí pero no sabía cómo contarla. ¿Debía ser yo como narrador externo, como profesor? No; debía ser uno de ellos, ser una voz de aquel tiempo. ¿Debería ser Caterina? No. Y también tenía que comprender cuál era la mejor manera de contar su historia, qué periodo de su vida, si el final, el comienzo... Además, Caterina cambió a lo largo del tiempo, como cualquiera de nosotros; ella no fue siempre la misma y se fue convirtiendo en muchas personas diferentes, como en una metamorfosis continua. Por eso en cierto punto pensé que el único modo de narrar a Caterina era el movimiento, y en algunos momentos específicos de su vida, a partir de las personas con las que se cruzó. Así la novela se convirtió en un caleidoscopio, en un prisma. La visión polifónica nos permite ver a Caterina en movimiento; no es una visión estática, sino dinámica.

Y suponemos la complejidad de construir la voz de cada personaje.

Fue muy difícil porque cada personaje tiene una voz diferente y yo tenía que imaginar que era esa persona. Si era una mujer, yo tenía que ser esa mujer, vivir todo lo que ella vivía; si ella caía enferma, yo también me enfermaba; si ella perdía al niño, yo también pasaba por el mismo sufrimiento; si ella se enamoraba, yo también. Fue muy bonito porque no es fácil encontrar la vida de estas personas y tratar de comunicarla a los lectores, transmitir la misma magia. Si un lector me escribe y me dice que también se ha imaginado que es como esos personajes y ha caminado como ellos en ese mundo, eso me hace feliz porque quiere decir que he podido comunicar mis sensaciones y mis emociones.

¿Cómo ve ahora a Leonardo da Vinci a la luz de su madre?

Es raro porque yo tenía miedo de que Caterina cambiara todo lo que yo sabía de Leonardo, pero no fue así. Conocer la vida de esta mujer me llevó a conocer algunos elementos fundamentales de la obra de Leonardo que nunca habían sido explicados. Siempre se ha dicho que en él había un gran espíritu de libertad; el amor por la naturaleza, los animales, los caballos, los pájaros; la pasión por el movimiento, y el amor por la vida, que en el Renacimiento no eran cosas comunes. Los otros artistas no amaban tanto a los animales; en cambio, cuando Leonardo veía los pájaros encerrados, los liberaba porque se sentía mal al ver esas criaturas vivientes prisioneras, sin libertad. Sus contemporáneos decían que Leonardo era un poco loco, pero no era eso; era el amor por la libertad. Caterina me hizo entender de dónde venían esos rasgos de Leonardo que habían sido un misterio, un enigma. Ahora entiendo que todos esos valores vienen de ella, y fueron los que la ayudaron a sobrevivir. Caterina fue una esclava pero tenía un espíritu de libertad, fuerza y coraje; esa es la verdadera libertad. Su amor por la naturaleza era inmenso porque ella venía de un mundo salvaje, no civilizado; nunca había visto una construcción de piedra, nunca había visto a alguien escribir, no sabía qué era eso. Ella venía de un mundo en el que tenía estrecho contacto con la naturaleza y eso fue lo que le enseñó al pequeño Leonardo en sus primeros diez años de vida.

¿Cómo podemos entender la vida de Caterina a la luz de hoy? Es claro que muchas cosas no han cambiado: ella fue esclavizada, maltratada, despojada, abusada…

En mi opinión, la historia de Caterina es muy importante; la siento casi como una historia del presente y eso me tocó mucho. Antes de ella yo era un estudioso y profesor dedicado a los libros; vivía en las bibliotecas y no miraba mucho el mundo exterior, pero Caterina me abrió los ojos y me hizo descubrir que el mundo a nuestro alrededor no es tan bonito, que hay países donde la gente vive en medio de la prosperidad y enorme riqueza, mientras el resto del mundo pasa hambre. La madre de Leonardo vivió en condiciones de esclavitud, tuvo que trabajar para sobrevivir, como hoy pasa con quienes trabajan casi como esclavos para las multinacionales y para incrementar la riqueza de quienes ya son ricos. ¡Eso no es justo! En el mundo de hoy viven millones y millones de mujeres como ella; por eso el mensaje de Caterina es uno de liberación. Debemos abrir los ojos y aprender a reconocer y ayudar a los migrantes, a los pueblos más pobres, a nuestros hermanos. Deberíamos dejar de hacer guerras. Ese es el mensaje de Caterina y de Leonardo. Es la belleza de lo que ambos nos dejaron.

¿Cómo ha recibido su país el hecho de descubrir que Leonardo no fue “puramente” italiano, sino que fue hijo de una mujer de otra región (y además iletrada), algo que tal vez muchos no imaginaban?

Es algo interesante porque casi todos los lectores italianos se han apasionado por esta historia. Para ellos no ha sido ningún problema descubrir que Leonardo no es solo italiano, pues esa ha sido una característica de nuestra cultura durante siglos. Si volvemos a los romanos y a los griegos vemos que la península italiana siempre ha sido un lugar de encuentro de muchos pueblos diferentes; no hay una sola etnia. Esas son ilusiones modernas que además resultan trágicas, pues han llevado a grandes asesinatos, magnicidios, suicidios. Deberíamos eliminar para siempre esas ideas de la etnia pura y de la pertenencia nacionalista a una cultura o a una sola civilización, pues es una idea completamente equivocada. Por eso también el mensaje de esta historia es algo que nos hace avanzar. Leonardo es universal porque no solo pertenece a un pueblo, sino que es un producto de otros pueblos y otras culturas.

¿Cómo lee usted las literaturas que están contando la historia desde la ficción?

Este tipo de literatura que parte de la historia y de hechos reales es la que me gusta más; la de los escritores que solo hablan de sí mismos me interesa un poco menos. Me interesa mucho la literatura que parte de la historia que, por cierto, no es algo aislado en el pasado. La literatura histórica te enseña cosas que te permiten comprender el presente, porque la literatura es una alegoría, como nos lo enseñaron Dante y otros grandes escritores de hoy como García Márquez. La literatura es una alegoría y ahí está su belleza. Es, además, un juego que el escritor le plantea al lector quien, cuando reconoce este juego, reconoce los significados de la alegoría, entonces aprende algo de sí mismo y del mundo que lo circunda. Por ese motivo es que la literatura puede hacer el bien.

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