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En un día como hoy, en que los niños y los no tan niños alardean de buena conducta en las cartitas que esta noche dejarán a los Santos Reyes, esta vie-Jota se instala en el cinismo que, asume, le permite su reciente ingreso a la Tercera Edad para decir que, lo único que quiere, es pecar.
Quiere pecar de memoriosa, pero no a niveles del Funes borgiano. No aspiro a tanto. Si acaso, quiero evocar el último par de conciertos al que asistí durante el 2024, pues se me haría injusto no dejar constancia de ellos. Ambos estuvieron a cargo de la Orquesta Juvenil Universitaria Eduardo Mata. Esa OJUEM de la que no me he cansado de decir que es la orquesta que mejor suena en la Ciudad de México ¡y eso que no son profesionales! En el del 8 de diciembre tuvimos el privilegio de escuchar al extraordinario Jorge Luis Prats haciendo gala de un virtuosismo avasallador, puesto al servicio de la música durante su electrizante versión del Primer Concierto de Rachmaninov. Esa tarde, una brillante interpretación de la Cuarta Sinfonía de Tchaikowsky coronó la velada.
Una semana después, el programa inició con la Suite de Carmen, de Bizet, impecablemente sucedida por esa joyita que, a pesar de su brevedad, ha hecho naufragar a tantos directores por su complejidad rítmica: Sensemayá, de Revueltas. Para quienes creíamos que la cereza del pastel sería la cuidada y vital recreación de la Primera Sinfonía de Mahler con que la OJUEM cerró la temporada, la sorpresa vino después, cuando, fuera de programa y ya habiendo abandonado el escenario su titular, el Maestro Gustavo Rivero Weber, los muchachos que conforman esta orquesta se pusieron de pie y lo hicieron volver cuando escuchó que estaban dedicándole Las golondrinas.
Creada en 2012 por Rivero Weber, recuerdo la desconfianza con que asistí a los primeros conciertos de esta agrupación. Temía que acabara siendo otro fracaso como la “orquesta escuela” Carlos Chávez, que inició dirigida por maestros tan prestigiados como Fernando Lozano y Eduardo Díazmuñoz, pero que luego… luego mejor ni hablemos de quienes tomaron la estafeta e hicieron de ella el lamentable remedo de lo que intentó ser. Aquí, la historia fue al revés: respetado como un refinado pianista, Rivero Weber empuñó bastante tarde la batuta y la sorpresa ha sido ver cuánto ha crecido como director y, con él, la OJUEM. Lejos está de ser un concertador con el carisma apabullante de un Bernstein, un Bátiz o un Diemecke, pero ha tenido la inteligencia de anteponer al aplauso fácil la disciplina férrea y la paciencia con que ha forjado a varias generaciones de atrilistas que, al cumplir su ciclo como becarios, son disputados por orquestas profesionales que, al sumarlos a sus filas, suben notablemente de nivel.
Muchos de esos egresados fueron quienes colmaron la Neza el domingo 15 para despedir a su Maestro. Ese Maestro al que la coordinadora de Difusión Cultural despidió sin más argumento que la grilla de quienes aspiran cederle su podio a algún cuate, aprovechándose de la ignorancia con que Rosa Beltrán sucumbió al canto de las sirenas. Sé, por varios muchachos de la orquesta, que le hicieron llegar una carta al Rector Lomelí solicitándole que sea reconsiderada dicha remoción, pero, ante la falta de respuesta, creo que además de claridosa, también voy a pecar de soberbia y arrogante cuando este admirable esfuerzo universitario se diluya en manos menos indicadas y pueda ufanarme de repetir, una vez más, que “se los dije”.
Y es que no quiero pecar de pitonisa, pero acuérdense que hace seis años padecimos algo similar: cuando la ópera y la Orquesta del Teatro de Bellas Artes lograron recuperar un respetable nivel, Lucina Jiménez y Alonso Escalante decidieron relevar a quien ponía en entredicho sus arbitrarias y muy cuestionables decisiones –el Maestro Srba Dinić-, imponiendo a alguien que podían mangonear a su antojo… y ahí están los devastadores resultados.
Prefiero pecar de optimista y celebro la designación de Alejandra de la Paz al frente del INBAL. Hacía mucho que esta institución no estaba en manos de alguien que, como ella, la conociera tan bien desde adentro y a profundidad. A diferencia de Lucina –o, peor aún, de su jefa Fraustita, que han hecho carrera vendiendo humo-, una sólida trayectoria avala a De la Paz, quien, entre recortes presupuestales, egos desmedidos, “logros” sindicales y lastre burocrático, no va a tenerla nada fácil. Confío que sabrá dar la batalla para recuperar la dignidad, el lustre y la eficiencia perdidas. A diferencia de sus antecesoras, no solamente conoció “ese Bellas Artes” que tanto añoramos: fue decisiva para que las cosas funcionaran desde los cargos que ocupó en la Cancillería, el Conaculta y el mismo instituto. ¿Lo logrará de nuevo?
Quiero, también, pecar de egoísta. Como melómano, anhelo ver programas que honren a los compositores que este año celebran algún aniversario. Imagínense qué rica e innovadora sería una cartelera donde se considere que hace quinientos años nació Palestrina y, hace doscientos, murió Salieri y nació Johann Strauss II; que hace ciento cincuenta años nacieron Ravel, Kreisler y Alfano, se estrenó la Carmen de Bizet –quien murió ese mismo año- y que, hace un siglo, murió Satie y nacieron Berio y Boulez. Al menos y en coincidencia con el cincuentenario de la muerte de Shostakovich, por fin veremos su Lady Macbeth de Mtsensk.
Ya sé que estamos muy lejanos de ser Viena, esa ciudad satanizada por ignorantes que la única referencia que tienen de ella es un penacho; que hasta ese icónico bar que era “el Viena” ya no es lo que era antes y que, por cuestiones sindicales, aquí es imposible realizar una Gala de Año Nuevo en el Blanquito, per ¿será pecar de ambicioso anhelar que se festeje a un compositor tan querido como Strauss, tocando algo más que ese Danubio Azul que ha bailado hasta Espergencia? ¿Qué le impide a Lombardero montar El Murciélago, considerando que tenemos más de una producción embodegada de esa ópera?
Ahora que, si hay algo de lo que realmente quiero pecar ¡es de golosa! Qué maravilla sería celebrar a Ravel con un Festival donde se escuche toda su obra. No es tanta y sería una dicha contar con un Kun Woo Paik repitiendo en México aquellos recitales que presentó en Londres, Paris y Nueva York, haciendo “de una sentada” todas sus piezas para piano o que, al fin, se programen Alyssa, Alcione y Mirrah, las cantatas que compuso para competir por el Prix de Rome…
Lamentablemente, creo que mi único pecado es ser iluso y, lo más que puedo, repetir mi mantra una vez más: Que la buena Música y las risas, nunca nos falten.