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“Creo que en la formación de todo escritor —afirmó Roberto Bolaño— hay una universidad desconocida que guía sus pasos, la cual, evidentemente, no tiene sede fija, es una universidad móvil, pero común a todos”.
Bajo el título de La Universidad Desconocida, Bolaño organizó en 1993 cientos de poemas en verso o prosa y prosa poética, que escribió durante los años decisivos de su formación autodidacta. Hasta décadas recientes las clínicas —como llama Alan Pauls en Fallar otra vez a los programas de creative writing—, para aprender el arte de la escritura no existían o si existían en algunas universidades estadounidenses era para satisfacer una educación basada en la oferta y la demanda. Era bien entendido que quien deseara escribir debía enfrentar la hoja en blanco en solitario. Sin embargo, en las artes visuales ha sucedido lo contrario. Es casi una regla hacerse artista en la academia. Si hablamos de artistas actuales bajo los reflectores, Damián Ortega es una de las pocas excepciones a esta regla. Como Bolaño, es un artista que se formó fuera de las aulas. Sus primeros años en escuelas alternativas podrían haberlo alejado de las bases esenciales para continuar sus estudios en un sistema educativo convencional, lo que lo empujó a una búsqueda no exenta de riesgos, a través de diálogos con libros inalcanzables antes de la era del Internet y con otros artistas en espacios propicios para la reflexión. “Como estudiantes no teníamos acceso a cierta literatura —afirma—. Había un gran vacío. Quien tenía dinero y podía viajar traía libros que fotocopiábamos. Así se formó una dinámica”.
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Alias, la editorial que fundó en 2006, no sólo surge como una relación de su propia formación con la divulgación de un conocimiento que no estaba disponible, sino también como un proyecto creativo paralelo a su obra. Evitando seguir las convenciones académicas sobre qué es arte, Damián explica que para él lo que conforma una obra contemporánea es todo aquello que se hace (incluidas las acciones) que pasa a formar parte de un discurso artístico. Con el tiempo comenzó a involucrarse más en el proyecto editorial a tal grado que el hecho lo llevó a cuestionar las ideas convencionales que se dan en torno a la escultura como un objeto con aura o como un monumento en un punto fijo. “Mucho de lo que yo quería que pasara en la escultura: la desmitificación del arte como producto se estaba dando en los libros de la editorial. La escultura debe ser una cuestión viral, fragmentaria que circula y se inserta sigilosamente en distintos contextos. La escultura como un juego de palabras: el libro es-cultura”.
Diálogos con Marcel Duchamp fue el libro inaugural de Alias cuya traducción hecha de múltiples voces hace eco de las palabras del poeta Leopoldo María Panero al referirse a su traducción de “La Luz inmóvil” del escritor galés Arthur Machen: “También en cierta forma me pertenece (el cuento) no sólo por la traducción, sino porque creo que de todos son conocidas mis liberalidades que me tomo al traducir”. La lectura como actividad activa que (re)crea un texto. La traducción como forma de verter el sentido que cada quien cosecha de un texto. La traducción de Hélio Oiticia, artista brasileño cuya idea sobre los móviles como esculturas penetrables, acabó materializándose no sólo en el papel sino también en la obra Controlador del Universo, una contralectura dinámica del mural de Diego Rivera del mismo nombre donde quien lo desee puede ocupar el lugar del operador que controla el universo desde su cuarto de máquinas.
“El concepto que tiene Ortega del libro como escultura y como herramienta nos permite entender mejor sus investigaciones sobre el lenguaje, las herramientas y el trabajo”, afirma la curadora Julieta González. En Damián Ortega: Pico y elote, exposición recién inaugurada en el Museo del Palacio de Bellas Artes además de la obra antes mencionada, hay una pieza titulada Harvest o Cosecha. Veinticinco varillas retorcidas flotan a cierta distancia del piso: letras del alfabeto que recuerdan la acción de escribir con el dedo palabras al vuelo. Iluminadas desde arriba, las letras de acero proyectan la sombra de su caligrafía. En el análisis de esta obra, Juan Villoro —continúa González— cita un texto del pensador anarquista Iván Illich para hacer un paralelo entre la idea de leer y la de cosechar: “El latín legere se deriva de una actividad física. Legere connota ‘escoger’, ‘reunir’, ‘cosechar’ y ‘recoger’”. No es una coincidencia que Harvest, obra que nos habla del lenguaje como tecnología o herramienta cultural, comparta el espacio curatorial con tres azados de arado de mano, obra titulada Principio geométrico (Formas básicas: cuadrado, triangulo, círculo).
Como las más de 80 obras que conforman la exposición, los libros de la colección de Alias también dialogan entre sí. Al primer libro inaugural le siguió el de Francis Picabia a quien Marcel Duchamp menciona constantemente durante la entrevista con Pierre Cabanne. Después del libro de Robert Smithson vino el de Sol Lewitt, quien había editado el primero; y luego el de Eva Hesse, amiga y colega de Lewitt. El criterio que define el perfil editorial de la colección es evitar dictámenes que consagren o legitimen una obra. “Trato de elegir textos escritos por los artistas sobre todo en sus momentos de crisis cuando reflexionan sobre su práctica —dice Ortega—. No se trata de encontrar el espacio consagrado, sino justamente los textos más convulsos, más caóticos, más torpes porque entrañan una vitalidad excepcional”. Preocupado porque el diálogo no se diera de un modo unidireccional, años más tarde lanzó la colección Antítesis cuyo interés radica en publicar libros sobre la obra de artistas nacionales que decidieron ejercer su praxis al margen de las estéticas dominantes de su tiempo; o de artistas que habían vivido en México. “El proyecto es una aventura diez veces más complicada ya que implica investigar en hemerotecas, archivos familiares y de amigos”, explica Ortega al ejemplificar esta labor colosal a través del libro de Melquiades Herrera, un artista fundamental del arte mexicano con una historia mitológica.
En la exposición al lado de su obra más emblemática, Cosmic Thing, está un modesto carrito de los que se usan para vender comida callejera, pero en lugar de fruta con chile o chicharrones de harina hay libros de la colección de Alias esperando ser leídos para insertarse en el pensamiento y el diálogo colectivos. “Una escultura no es sólo un armatoste gigante; una escultura es todo aquello que transforma el espacio público y privado con su presencia, recurrencia y demás implicaciones”.