“Esta fue mi nota verde, soy Juan Carlos Bodoque”. Esta era la frase insignia con la que un conejo rojo, enojón y proclive a las apuestas pero con mucha chispa terminaba su cápsula informativa sobre el medio ambiente. Quienes vimos 31 Minutos formamos un vínculo sentimental con personajes como Juan Carlos Bodoque, Tulio Triviño, Juanín Juan Harry, Patana, Mario Hugo, Policarpo y Calcetín con Rombos Man. 31 Minutos comenzó en el 2003 como un programa infantil en la televisión chilena; posteriormente fue transmitido en México en el Canal 11 de la televisión abierta. Era un noticiero satírico que, por la irreverencia con la que abordó distintas problemáticas sociales, interpeló también a públicos etarios mucho más amplios. Este proyecto ha continuado por 20 años entre cuatro temporadas de televisión (la última salió en 2014) que sumaron 68 episodios, shows en vivo, una película, obras de teatro y la exposición Museo 31, que ahora está montada en el Museo Franz Mayer hasta el 29 de septiembre.
Producida por el estudio chileno Aplaplac y Fundación Teatro a Mil, en colaboración con el Franz Mayer, Museo 31 es la oportunidad perfecta para que generaciones de infancias alimentemos nuestra nostalgia. Diez núcleos temáticos componen la exposición. En uno de ellos los títeres originales de la serie esperan colgados en las paredes a los visitantes: Tulio, el chimpancé de calcetín quien es el superfluo conductor del noticiero; el superhéroe Calcetín con Rombos Man, que adquirió sus poderes al quedar sin su par y desde entonces defiende y promociona los derechos de las y los niños; el balón de futbol desinflado y con bigote llamado Balón Von Bola que es el parsimonioso comentarista deportivo… Cada uno de estos personajes es el reflejo del gran trabajo que hizo el equipo detrás de 31 Minutos:; animaron y dotaron de personalidad a objetos tan cotidianos y los convirtieron en personajes absolutamente entrañables.
No tenemos que imaginar del todo el proceso creativo, pues la exposición también contiene material inédito que cuenta la historia que no se ve, la que ha quedado atrás del escenario. Se trata de varios bocetos, dibujos, guiones, vestuarios que muestran todo el trabajo de imaginación y creatividad del equipo, los ensayos y las pruebas que elaboraron, así como los videos y fotografías “detrás de cámaras” en los cuales se ve a los actores esforzándose con sus brazos y manos para dar vida a los títeres.
También hay una sección donde puedes escuchar las canciones top del programa. ¿Quién no recuerda “Me cortaron mal el pelo”, “Diente blanco, no te vayas”, “Mi muñeca me habló” u “Objeción denegada”? Algunas de ellas alcanzaron tal popularidad que incluso fueron parte de las listas de reproducción de estaciones de radio convencionales.
Hay también detalles en la exposición que no se pueden pasar por alto, como la falta de números identificadores en la pieza que exhibe a todos los personajes. O que los visitantes pueden encontrarse una sala de otra exposición en medio del recorrido. Asimismo, habría deseado una contextualización de la importancia de 31 Minutos, al menos en Chile. El programa abrió un espacio para la población chilena a través de los reportajes en la calle, y propició reflexiones medioambientales y políticas, por ejemplo, sobre la corrupción cristalizada en el presidente Oso (un osito de peluche), quien tapó su ineptitud construyendo un castillo de terrones de azúcar. Asimismo 31 Minutos tuvo un peso simbólico importante durante las protestas en Chile de 2019, en ellas hubo varios carteles con la imagen de Juan Carlos Bodoque, entre otros, con frases sarcásticas o graciosas que reclamaban distintos derechos, así como la exigencia de medios de comunicación críticos.
Aunque la exposición no está perfectamente pulida, vale la pena visitarla, reírse y enternecerse con todos los materiales que exhiben. Además, siempre se puede recurrir a los vendedores ambulantes al exterior del museo para adquirir una diadema con las orejas de Bodoque. Puede ser que nosotros seamos los siguientes en hacer “la nota verde”.