Viena. —Una vez más, y ya van 80, la Filarmónica de Viena ha saludado al Año Nuevo con su tradicional concierto, en el que esta ocasión los valses de los Strauss han hecho por primera vez hueco a Beethoven, y en el que el fin de fiesta de la Marcha Radetzky sonó limpia de reminiscencias nazis.

El director letón Andris Nelsons cumplió su deseo expresado unos días antes de “compartir con la gente la alegría” y empezar el año con algo positivo.

Pese a estrenarse en este recital, Nelsons, de 41 años, conoce bien a los filarmónicos, con los que lleva una década colaborando. La complicidad entre foso y atril fue patente desde que sonó la obertura de Los Vagabundos, de Carl Michael Ziehrer, una primicia en el Concierto de Año Nuevo y con la que arrancó el recital visto en decenas de países y que el próximo año será dirigido por el italiano Riccardo Muti.

A partir de ahí, los valses y polcas de los Strauss marcaron el programa, entre ellas Saludos amorosos, de Josef Strauss, un especial mensaje de los filarmónicos al Festival de Salzburgo, al que están muy vinculados, y que este año celebra su centenario.

Pero si hay un cumpleaños musical en 2020, es el 250 aniversario del nacimiento de Ludwig van Beethoven, que desarrolló en Viena la parte más importante de su obra.

La Filarmónica se lanzó con la obertura de la briosa Caballería Ligera, de Franz von Suppé, muy adecuada para acabar de despertar a las decenas de millones de personas que siguen el concierto por radio y televisión en todo el mundo.

En la segunda parte a la música se unió la danza, con la emisión de dos piezas de ballet.

El coreógrafo José Carlos Martínez ha sido responsable de las dos escenas, grabadas en agosto.

En la primera, bajo los acordes de ¡Abrazaos por millones!, de Johann Strauss, había cuatro bailarines del Ballet Estatal de Viena. La segunda acompañó la interpretación que la Filarmónica hizo de seis de las piezas de 12 Contradanzas, la primera obra de Beethoven que suena en el Concierto de Año Nuevo.

La Filarmónica quiso homenajear a un compositor al que considera responsable de su propia existencia, como ha indicado su presidente, Daniel Froschauer, al entender que la necesidad de una orquesta profesional capaz de ejecutar la “música visionaria” fue el germen de la compañía.

Tras el programa oficial, con el vals Dinamos, de Josef Strauss, llegó el momento de las irrenunciables propinas que la Filarmónica de Viena regala cada 1 de enero para luego interpretar el himno oficial para arrancar cada nuevo año: la Marcha Radetzky, compuesta por Johann Strauss en 1848. Pero la que ha sonado desde 1946 no es la original, sino una partitura con los arreglos que introdujo en 1914 el austríaco Leopold Weninger, quien luego se afilió al partido nazi y realizó numerosas obras para ensalzar su ideario antisemita y xenófobo.

La Filarmónica, que hasta 2013 no hizo memoria histórica sobre sus vínculos con el nazismo, ha querido ahora presentar una nueva versión, limpia de esos arreglos, argumentando que, con los años, la partitura de Weninger ya se había ido modificando.

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