Dieciocho muñecas de trapo con nombres de flores rinden tributo a las vidas marchitadas por el conflicto armado en Colombia. Son un homenaje de Paulina Mahecha a mujeres desaparecidas y la terapia para sanar su propio dolor.
"Por medio del arte uno puede sanar el dolor y la tristeza", dice a la AFP en medio de las obras que tejió y luego bautizó para representar algunas historias de las miles de desaparecidas.
Rosita, Orquídea, Begonia.
.. cada muñeca de trapo representa alguno de los cerca de 83 mil desaparecidos que ha dejado el enfrentamiento de medio siglo en Colombia, una cifra que casi triplica las de las dictaduras de Argentina, Brasil y Chile en el siglo XX.
Su terapia surgió después de 14 años de buscar infructuosamente los restos de su hija, María Cristina Cobo, desaparecida a manos de los paramilitares que le disputaron brutalmente el control a la guerrilla de una zona del sur de Colombia.
Cuando perdió "la esperanza de encontrar" su cuerpo, tejió una muñeca de trapo a partir del último recuerdo de Cristina, vestida de enfermera y con tres meses de embarazo. Tenía 29 años.
"Cuando yo terminé (la muñeca) y la dejé así tan bonita fue como cuando yo parí a Cristina", explica. Fue como "volver al presente con ella".
Sanada del "odio y el rencor", desde entonces quiso hacer lo mismo por otras familias que sufren la incertidumbre de no saber dónde están sus seres queridos.
Ahora recorre el sur de país, escucha las historias de las desaparecidas, toma nota de los detalles de su apariencia y en las noches, cuando no puede dormir, las teje a punta de retazos.
De su veintena de creaciones surgió "Las Cristinas del conflicto", la exposición itinerante que recorre Bogotá con el apoyo del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR).
"Las vamos a mostrar aquí a la sociedad, para que las vean, que ustedes no están en el olvido, que ustedes están con nosotros", le habla Paulina a sus muñecas.
Sus obras son una forma de recuperar la "dignidad" de las mujeres que "se quedan en el olvido", en números. "Allá en la zona roja no hablan por miedo (...), entonces yo hablo por ellas", asegura.
A sus 65 años, Paulina no olvida el día exacto en que sufrió este crimen en carne propia. El 19 de abril de 2004 se perdió el rastro de su hija entre los municipios de San José y Calamar, en el departamento cocalero y selvático del Guaviare.
"Ella fue bajada del carro, torturada, le quitaron las uñas con unas pinzas, fue (...) desmembrada y de sobremesa jugaron fútbol con la cabeza de ella", recuerda apretando la única muñeca de trapo que no tiene nombre de flor, pero lleva el de su hija: Cristina.
Sabe cada detalle porque guarda en su bolso la confesión de uno de los paramilitares, Jorge Miguel Díaz, que participó en el crimen. El hombre contó su versión en 2005 en el marco de la desmovilización de esas milicias de ultraderecha durante el gobierno de Álvaro Uribe (2002-10).
Díaz aseguró que los paramilitares, los principales responsables de las desapariciones en Colombia, la acusaron de ser colaboradora de la entonces guerrilla de las FARC en el Guaviare. Pese a la tortura, la mujer negó los señalamientos hasta su último suspiro de vida, según la declaración juramentada.
Por la brutalidad de la guerra, Paulina dice con certeza que cualquier mujer, cualquier persona, puede padecer la tragedia de su hija.
Por eso sueña con no tener "que hacer más Cristinas, que las Cristinas aparezcan y que las mamás puedan enterrar a sus Cristinas".
akc