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Ha sido un año convulso para el Fonca , tan celebrado, tan cuestionado, tan querido, tan vilipendiado. En 2019, cuando se propuso una revisión “exhaustiva” se encendieron todas las alarmas porque se creyó que querían desaparecerlo. Las autoridades dijeron una y otra vez que eso jamás ocurriría, que cómo se podría siquiera mencionar semejante barbaridad. Y un año después aquí estamos. El Fonca dejará de existir tras el decreto presidencial que ordenó la extinción de los fideicomisos y mandatos sin estructura orgánica. Ahora resulta que, según las funcionarias, el Fonca estaba remal, es más, estaba requetemal y casi han dicho que ha caído como anillo al dedo que se extinguiera porque ahora sí podrán crear un verdadero programa equitativo, inclusivo, nacional, transparente, mejorado, con más opciones para hacerse de dinero, una maravilla. ¿Cómo? Ah, pues eso sí no se sabe, primero hay que actualizar decretos, crear reglas de operación, poner cláusulas, pedir autorizaciones y toda una serie de trámites y documentos que tomarán un buen rato. ¿Y mientras tanto? Ah, pues que nadie se preocupe porque, si todo sale bien, seguirá fluyendo el dinero. Nos cuentan que en la comunidad cultural son cada vez más los que ya no les creen porque como dicen una cosa, dicen otra. Y, encima, cuando la secretaria de Estado, Irma Eréndira Sandoval , salió a insultar a todos los que han sido beneficiarios, la secretaría de Cultura pintó su raya en nombre de la unidad. ¿Qué hará la dependencia para recobrar la credibilidad y la confianza? Porque les importa la credibilidad y la confianza de la comunidad cultural, ¿verdad?
La “venezolización” del sector editorial
Los pequeños editores en México podrían ser las primeras víctimas del desprecio del gobierno por la cultura. La situación se agravó con la pandemia por el Covid-19, pero ya era terrible. El escritor y editor Alberto Ruy Sánchez la llama “la venezolización de la economía del mundo editorial” y asegura que es tan terrible que les será muy difícil reconocer la luz al final del túnel. Patricia van Rhijn, editora de Cidcli, dice que el mercado está absolutamente parado: “nos cerraron las librerías del Fondo de Cultura, no nos están comprando, tampoco las librerías en Educal, se acabaron los programas de coediciones y los programas de bibliotecas de aula y escolares”. El panorama es brutal y los editores incluso afirman que podrían morir porque “no tuvimos los respiradores necesarios para poder sobrevivir”. Y es que, nos dicen, la pandemia mundial agravó una coyuntura nacional de desprecio por libros. Juan Luis Arzoz, líder de la Caniem afirma que hace más de un mes pidieron apoyo al gobierno federal mediante medidas fiscales, protección de empleo, diferir el cobro de ISR, devolución del IVA lo más rápido posible y crédito para el pago de nómina a tasas reducidas; pero el gobierno ni ve ni oye; incluso no le importa... Aún se recuerda el robo del 20% que les aplicó Educal al no pagarles sus libros ya vendidos.
nrv