Con públicos diversos, una gran cantidad de asistentes y la presencia de mascotas, así como talleres, presentaciones y una oferta editorial conformada por sellos universitarios, trasnacionales e independientes, la llegó a su tercer y último día.

Bajo el eslogan “Resistir con la palabra: utopías posibles”, en esta última jornada se llevaron a cabo dos mesas de reflexión centradas en la perspectiva de género. En la primera, cuatro protagonistas de la narrativa latinoamericana: J. P. Cuenca, Santiago Roncagliolo, Alejandro Zambra y Enrique Serna, moderados por Guadalupe Nettel, debatieron sobre la vigencia de ciertas masculinidades y las implicaciones del cambio de paradigma, que se atraviesa en el presente y en el que replantear el género es central. Aunque las principales víctimas del machismo son las mujeres —dijo Serna— éste también atrofia la sensibilidad de los hombres al conducirlos por una personalidad preestablecida.

Nettel recordó la novela de Serna, Fruta verde, que dinamita el papel del macho en la literatura mexicana. Serna precisó que el quiebre de las personalidades postizas es el punto de unión entre la literatura y el feminismo, que pide el replanteamiento de las masculinidades, y puntualizó que la escritura es una puerta para explorar el lado femenino de los hombres y el masculino de las mujeres. En su momento, Cuenca habló de la decadencia del hombre, basado en un poder que lo vuelve cada día más torpe y frágil.

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Zambra puntualizó que “se cree que el feminismo construyó una ortodoxia, pero esto es mentira porque si observamos el mundo, éste sigue siendo el mismo”.

Los ponentes hablaron también de la corrección política. Nettel dijo que en el aire ronda cierto puritanismo, y Roncagliolo criticó a la gente que cree que hace el bien por usar las palabras correctas, comparándola con aquellos que siguen una vida de devoción religiosa, pero continúan inmersos en el mal. Al hablar de libertad de expresión, para Zambra fue ineludible recordar la dictadura chilena.

En la cultura anglosajona, explicó Serna, la doctrina de la corrección política ha cometido abusos de poder que deben señalarse: “Las prohibiciones no cambian las realidades”. También dijo que, si el lenguaje es censurado y no se muestra lo hirientes que pueden ser las palabras, nunca se comprenderá por qué ha sufrido tanta gente. Antes de finalizar, Nettel y Cuenca coincidieron en que la literatura sigue siendo un espacio para la libertad de expresión.

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La censura, desde una óptica muy distinta, fue el eje de la segunda mesa, en la que la crítica y escritora iraní, Negar Azimi, habló con la ensayista Marina Azahua sobre la liberación femenina en Irán. Al principio, Azimi recapituló casos recientes, como el de la “policía de la moral” en Irán, batallón al que se le acusa de la tortura y asesinato de la joven Mahsa Amini por no portar el hiyab o velo obligatorio, y el de Jodayarí, la “chica azul”, quien se inmoló tras ser condenada a seis meses de prisión por entrar a un estadio de futbol, lo cual está prohibido en Irán.

“Hay un sentimiento colectivo de que no hay vuelta atrás (...) Las revoluciones toman su tiempo”, dijo Azimi y recordó que en Teherán cada vez hay más mujeres y niñas que no usan el velo (aunque sigue siendo obligatorio, el miedo ha desaparecido, precisó). Las protestas por el uso del velo no parten de un movimiento contra el Islam —explicaron las escritoras—, sino contra el dominio sobre el cuerpo de las mujeres; en un contexto cercano, podría compararse con la lucha por la legalización del aborto.

“En medio de las protesta había mujeres que usaban el velo y otras que no”. La escritora hizo hincapié, además, en algunos hechos que han circundado las manifestaciones: el aumento en la venta de libros de Hannah Arendt sobre el fascismo; los hombres ejecutados o presos por apoyar los derechos de las mujeres; el uso del eslogan “Mujer, vida, libertad” como forma de protesta doméstica, y la presencia de las metáforas en la literatura iraní reciente: “Las metáforas son una forma de evadir la censura. Los censores no son gente sutil y no se dan cuenta de ello”, concluyó Azimi.

“Se cree que el feminismo construyó una ortodoxia, pero esto es una mentira porque si observamos el mundo, éste sigue siendo el mismo”.

-Alejandro Zambra, escritor


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