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abida.ventura@eluniversal.com.mx
Cuando los españoles arribaron hace 500 años a la Gran Tenochtitlán, una imagen que les horrorizó fue la de las empalizadas con cabezas de sacrificados que se exhibían en el centro del poder mexica. Ese relato de los crueles sacrificios para honrar a su dios Huitzilopochtli se ha reproducido durante siglos y se ha convertido ya en una imagen popular que identifica a este pueblo guerrero. Hasta ahora, la única información que se tenía sobre esas prácticas es la descrita por los cronistas españoles, pero desde que en 2015 aparecieron en la calle de Guatemala las primeras pistas del “Huei Tzompantli” y una estructura circular asociada, arqueólogos del INAH consideran tener en los cráneos ahí recuperados las claves para descifrar ese ritual del que tanto se habla pero se conoce poco.
En un pequeño cuarto del edificio ubicado al final de la calle de Seminario, en el Centro Histórico, unas cajas negras se apilan en dos grandes estantes. Sobre una mesa alargada hay una serie de cráneos de diversos tamaños. Hace un año yacían apilados en una estructura circular escondida en el subsuelo del edificio de Guatemala, unidos con argamasa de cal, arcilla y arena. Ahí apareció también un piso con los orificios de los postes que formaban parte de la empalizada. Si aquella imagen de los cráneos entre el sedimento formando una espiral dio la vuelta al mundo cuando salió a la luz, la información que los investigadores del INAH han comenzado a desentrañar también promete replantear los datos existentes en torno a la práctica de los sacrificios.
El análisis de los 179 cráneos que recuperaron en ese predio donde alguna vez hubo comercios y una vecindad está en proceso, pero las primeras aproximaciones les han permitido ver, por ejemplo, que entre los sacrificados también había mujeres y niños, no solo hombres guerreros, como se creía. Hasta ahora, dice el antropólogo físico Abel Badillo Guzmán, han trabajado en 98, entre los que han identificado seis niños, unos 52 hombres y 33 mujeres. “Casi todos son jóvenes de 18 a 25 años, solo hay un caso que rebasa los 55 años”, añade su colega Jorge Gómez Valdés.
¿Quiénes eran esos hombres y mujeres? ¿De dónde provenían? ¿Por qué niños? ¿Cómo se realizaba ese ritual de sacrificio? Son algunas de las preguntas que el equipo liderado por el arqueólogo Raúl Barrera, director del Proyecto de Arqueología Urbana (PAU) del Templo Mayor, está tratando de descifrar a partir del análisis de antropología física, genética y bioarqueología de esos restos. “Las mujeres pueden ser guerreras, pero no sabemos su procedencia, si son foráneas o de aquí. Algunas fuentes dicen que los niños podían reencarnar en un ser humano; entonces, su sacrificio podría tener una explicación, como que fueran representantes de una deidad”, señala Barrera.
Pretexto para la Conquista. El investigador del INAH dice que en el recinto sagrado de Tenochtitlán había siete tzompantlis que debieron estar dedicadas a varias deidades, pero hasta ahora sólo hay evidencia de éste.
Lo que sí tiene claro este arqueólogo, que en los últimos años ha excavado otros vestigios en la calle de Guatemala, es que la exhibición de cráneos en el tzompantli, el cual tenía una forma rectangular, era parte de un ritual de sacrificio vinculado a la regeneración de la vida.
“El sacrificio de los guerreros y el ofrecimiento de su corazón era un don al dios Sol para fortalecerlo, para que siguiera vivo y fuera generoso con los seres humanos. Era como un intercambio”. Su ubicación en el centro ceremonial confirma que se trataba de un culto dedicado al dios de la Guerra, también asociado al Sol, pues estaba orientado justo hacia la capilla de Huitzilopochtli.
En la cosmovisión mexica y mesoamericana, la muerte era solo un estado para llegar a otro nivel. Pero en Tenochtitlán, los españoles vieron en el tzompantli el argumento “más sólido para justificar la conquista”.
Para Hernán Cortés y sus hombres, dice el arqueólogo, esto era una exhibición de la “barbarie y fue un pretexto ideal para legitimar su conquista. La Conquista fue eso, colapso, destrucción de sus dioses, de sus templos para edificar una nueva sociedad”.
“Ese sentido del sacrificio no se entendía para los españoles, aquí se entendía como algo que había que dar y que las personas sacrificadas eran sagradas”, añade Gómez Valdés.
El antropólogo de la ENAH también encabeza estudios de genética que buscan identificar la procedencia de estas personas sacrificadas, quienes pudieron venir de poblaciones cercanas o desde otro sitios como Oaxaca, Veracruz, territorios hasta donde se expandió el imperio mexica. “Lo que intentamos corroborar es si son individuos que proceden de los grupos humanos más inmediatos, cercanos del lago, como Xochimilco, Coyoacán, Tlatelolco, Azcapotzalco, o si eran individuos que venían de grupos étnicos como los totonacos, tlaxcaltecas, zapotecos, mixtecos, otomíes”.
Explica que con estudios de morfología y genética cuantitativa podrán ver “si son individuos de la población en general o si son grupos con particulares características biológicas y genéticas y que eran seleccionados por sus características específicas”.
Las pistas del ritual. Después de recuperar cada uno de los cráneos, algunos sumamente fragmentados, el equipo de investigadores, entre los que también están las arqueólogas Ingrid Trejo y Lorena Vázquez, trabajaron en la restauración de las piezas. Ya consolidadas, pudieron analizar las marcas de cortes, lo cual les permitirá reconstruir la manera en que se realizaba el sacrificio y el tipo de herramienta que usaban. “Estamos tratando de describir todo el proceso, no sólo lo que ocurrió al momento de la muerte, sino cómo vivieron estas personas antes del sacrificio. También se puede saber qué pasó antes y después del ritual”, asegura Gómez Valdés.
Por ahora sólo se tienen algunas pistas. Raúl Barrera refiere que Fray Bernardino de Sahagún y Fray Diego Durán ofrecieron en sus crónicas diversos datos: “Había toda una ceremonia, eran presentados en el tzompantli, había sacerdotes, los formaban y les decían algunas palabras. Cuentan que incluso algunos cautivos eran llevados a las casas de los guerreros, vivían con la familia; se llegó a considerarles parte de alguna familia, pero cuando llegaban las fiestas eran sacrificados”.
En algún momento del proceso de sacrificio, explica Gómez Valdés, los cautivos eran desollados, posiblemente con la intención de “presentar la cara descarnada, asemejando el rostro de la muerte”. “Todos tuvieron un proceso de desollamiento, pero en el caso de los niños se nota más, el corte es más intenso, quizá porque las navajillas eran más pequeñas. Es algo que nos llama mucho la atención”.
Los análisis también les han permitido ver que la mayoría de ellos fueron sometidos a deformación craneal, una práctica cultural muy común en Mesoamérica, mediante la cual las personas adquirían una cierta “pertenencia a un grupo”.
En una segunda fase de investigación, los antropólogos harán estudios de microscopía para determinar si la herramienta utilizada para el sacrificio era obsidiana o silex.
Por ahora, en ese reducido espacio ubicado en la antigua entrada a la zona arqueológica de Templo Mayor, los arqueólogos continuarán con el análisis y conservación de los cráneos que siguen en cajas. En el predio de Guatemala las excavaciones están suspendidas, pero la siguiente etapa de trabajo ahí es la rehabilitación y restauración del edificio, así como de los vestigios del tzompantli y la estructura circular asociada, pues la idea es exhibirlos al público en el futuro.