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Reconocido como uno de los poetas de más amplio registro y mayor intensidad del siglo XX, Carlos Pellicer dejó un legado de naturaleza vanguardista, innovadora y por la búsqueda de las nuevas influencias.
Con tan sólo 12 años, Pellicer comenzó a escribir sus versos. Participó en la fundación de la revista semanaria estudiantil San-Ev-Ank y de la asociación de carácter cultural Ateneo de la Juventud.
Considerado como el primer poeta moderno de México, dejó un legado, destacan: Colores en el mar y otros poemas ; Cuerdas, percusión y alientos , Esquemas para una oda tropical , y la antología Hora de junio.
Como parte de su aniversario de nacimiento, 16 de enero de 1897, lo recordamos con algunos de sus poemas más destacados.
Apenas te conozco y ya me digo...
Apenas te conozco y ya me digo:
¿Nunca sabrá que su persona exalta
todo lo que hay en mí de sangre y fuego?
¡Como si fuese mucho
esperar unos días -¿muchos, pocos?-
porque toda esperanza
parece mar del Sur, profunda, larga!
Y porque siempre somos
frutos de la impaciencia bosque todos.
Apenas te conozco y ya arrasé
ciudades, nubes y paisajes viajes,
y atónito, descubro de repente
que dentro estoy de la piedra presente
y que en cielo aún no hay un celaje.
Cómo serán estas palabras, nuevas,
cuando ya junto a ti, salgan volando
y en el acento de tus manos vea
el límite inefable del espacio.
Nocturno
No tengo tiempo de mirar las cosas como yo lo deseo.
Se me escurren sobre la mirada
y todo lo que veo
son esquinas profundas rotuladas con radio
donde leo la ciudad para no perder tiempo.
Esta obligada prisa que inexorablemente
quiere entregarme el mundo con un dato pequeño.
¡Este mirar urgente y esta voz en sonrisa
para un joven que sabe morir por cada sueño!
No tengo tiempo de mirar las cosas, casi las adivino.
Una sabiduría ingénita y celosa me da miradas previas y repentinos trinos.
Vivo en doradas márgenes; ignoro el central gozo de las cosas.
Desdoblo siglos de oro en mi ser. Y acelerando rachas –quilla o ala de oro–,
repongo el dulce tiempo que nunca he de tener.
Sonetos Nocturnos
I
Tiempo soy entre dos eternidades.
Antes de mí la eternidad y luego
de mí, la eternidad. E1 fuego;
sombra sola entre inmensas claridades.
Fuego del tiempo, ruidos, tempestades;
sí con todas mis fuerzas me congrego,
siento enormes los ojos, miro ciego
y oigo caer manzanas soledades.
Dios habita mi muerte, Dios me vive.
Cristo, que fue en el tiempo Dios, derive
gajos perfectos de mi ceiba innata.
Tiempo soy, tiempo último y primero,
el tiempo que no muere y que no mata,
templado de cenit y de lucero.
II
Ninguna soledad como la mía.
Lo tuve todo y no me queda nada.
Virgen María, dame tu mirada
para que pueda enderezar mi guía.
Ya no tengo en los ojos sino un día
con la vegetación apuñalada.
Ya no me oigas llorar por la llorada
soledad en que estoy, Virgen María.
Dame a beber del agua sustanciosa
que en cada sorbo tiene de la rosa
y de la estrella aroma y alhajero.
Múdame las palabras, ven primero
que la noche se encienda y silenciosa
me pondrás en las manos un lucero.
Grecia
Ella es la fiesta de las líneas
y de las rosas soñadoras
y las diademas apolíneas
entre la flor de las auroras.
Tropa de dioses pescadores…
Píndaro canta, dicta Aspasia.
Y un atropello de visiones
en los suspiros de la magia…
Solemnidad de columnata.
Y en las mandíbulas de plat
del trípode, alza sus esfuerzos
la lividez de los aromas,
como una ráfaga de versos
en un encanto de palomas…
Yo leía poemas y tú no estabas
Yo leía poemas y tú estabas
tan cerca de mi voz que poesía
era nuestra unidad y el verso apenas
la pulsación remota de la carne.
Yo leía poemas de tu amor
Y la belleza de los infinitos
instantes, la imperante sutileza
del tiempo coronado, las imágenes
cogidas de camino con el aire
de tu voz junto a mí,
nos fueron envolviendo en la espiral
de una indecible y alta y flor ternura
en cuyas ondas últimas -primera-,
tembló tu llanto humilde y silencioso
y la pausa fue así. -¡Con qué dulzura
besé tu rostro y te junté a mi pecho!
Nunca mis labios fueron tan sumisos,
nunca mi corazón fue más eterno,
nunca mi vida fue más justa y clara.
Y estuvimos así, sin una sola
palabra que apedreara aquel silencio.
Escuchando los dos la propia música
cuya embriaguez domina
sin un solo ademán que algo destruya,
en una piedra excelsa de quietud
cuya espaciosa solidez afirma
el luminoso vuelo, las inmóviles
quietudes que en las pausas del amor
una lágrima sola cambia el cielo
de los ojos del valle y una nube
pone sordina al coro del paisaje
y el alma va cayendo en el abismo
del deleite sin fin.
Cuando vuelva a leerte esos poemas,
¿me eclipsarás de nuevo con tu lágrima?
akc