A Mónica Ojeda, la escritora ecuatoriana que ha deslumbrado con su narrativa que explora la identidad, la memoria y la condición humana, le interesan, asegura, los personajes jóvenes que están reclamando una imaginación futura, sobre todo las mujeres jóvenes, como las que protagonizan su novela "Chamanes eléctricos en la fiesta del sol" (Random House, 2024), donde dos jovencitas de 18 años emprenden un viaje místico al corazón de la música, porque la narradora asume la cultura y el arte como la única forma de resensibilizar y confrontar las violencias que imperan en América Latina.
Amigas a partir de que hallaron juntas un cadáver en su barrio, nacidas en un hogar fracturado, sobrevivientes de la violencia del narco que se impone en su realidad, en un futuro distópico, pero nada lejano, van en busca de un lugar mejor y una de ellas, en busca de su padre. Mónica Ojeda (Ecuador, 1988) —quien en 2021 fue seleccionada por la revista "Granta" como una de las 25 mejores narradoras en español menores de 35 años, habla de la realidad y la violencia de la que nacen sus historias, pero también del arte como posibilidad de resensibilización y de esa desobediencia de las mujeres que las vuelve monstruas.
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¿Ante la realidad apostaste por un futuro distópico?
Las chicas, una nenitas de 18 años, están saliendo de un Guayaquil en llamas, les cuesta imaginar un futuro, ya han sentido la muerte de cerca, han perdido a alguien, vienen de hogares desestructurados y pareciera que todo lo que tienen por delante es la guerra, la pérdida y la muerte, entonces cuando hacen ese gesto que parece tan “banal” de irse a un festival de música en la montaña frente al Chimborazo, es un movimiento de búsqueda de imaginación futura; es como revitalizar el cuerpo en un ambiente de muerte a través de la música, la poesía y el movimiento.
¿Huyen del desamparo y la miseria de su realidad?
La imaginación es profundamente política. Aunque no necesariamente hablan en términos políticos, lo que están haciendo es poder imaginar que puede haber un futuro habitable, un futuro vivible. Y me parecía interesante que fueran jóvenes con todas sus contradicciones, con todos sus lugares de inmadurez y de desamparo, pero también que están buscando un refugio, ya sea en poder imaginar un mundo nuevo o en la amistad o en el amor o en la música, buscan un lugar donde el cuerpo no esté amenazado porque se necesita tener un cuerpo seguro para luego poder pensar siquiera qué es lo que vas a hacer.
¿En la realidad de estas chicas domina la violencia?
Una de las primeras cosas que te quita la violencia, además de la juventud, es proyectar tu presencia, tu lugar presente, no te deja pensar, te quita el pensamiento, y los festivales, la cultura, son lugares de expansión del pensamiento, en donde a veces también hay espacio para para el ocio. Noa y Nicole viven en una ciudad que está tomada por los narcos, vienen de hogares que tienen huecos de balas en las paredes, de barrios que están tomando las armas por su propia cuentas para defenderse porque la policía ya no hace nada, entonces viven encerradas, su movilidad es muy chiquita por el miedo a lo que le puede pasar al cuerpo. Entonces esas ganas de expandirse, ese ardor que uno siente en la juventud de querer experimentarlo todo, está amputado. En sociedades donde la violencia campa a sus anchas, la juventud tiene todo ese ardor contenido.
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¿Es posible vivir sin violencia?
Como escritora y como lectora el arte me ha salvado en innumerables ocasiones, siento que los espacios de cultura, la escritura, la lectura, la música el teatro son espacios de hacer la vida por encima de la muerte, ahí encuentro una fuerza realmente grande de movilización de la creatividad, de movilización de la imaginación y encuentro que estos personajes un poco eso es lo que van a buscar sin ser artistas, sin ser ni escritoras ni músicas. Van a ese festival a escuchar música y poesía, y a dejarse un poco transformar por esa experiencia resensibilizadora. El arte refunda los sentidos y para ellas salir de esa ciudad tomada por las narco bandas el arte las refunda y eso es realmente necesario para poder moverte y no quedarte en la parálisis que es la parálisis a la que te aboca el miedo.
¿Buscas esa amplitud del mundo desde la mirada de mujeres?
Tengo una especie de inclinación y está en todos mis libros. Me interesa mucho la figura del doble, estas relaciones de a dos, y me interesa que sean mujeres, llevo bastante tiempo investigando el arquetipo de lo femenino monstruoso. Me interesa mucho cómo estas mujeres, estas chicas, porque suelen ser jóvenes en mis libros, en el momento en el que se alejan de la feminidad normativa devienen automáticamente en monstruas. También porque hay una fuerza en el monstruo femenino, la fuerza de la desobediencia, y esa desobediencia a términos bastante restrictivos de cómo debe ser el cuerpo de una mujer, de cómo debe pensar, de cómo debe actuar me parece muy interesante.
¿Hay también hogares rotos?
Es algo que ha envuelto mi escritura como en una especie de leitmotiv. Me interesa la familia como estructura, como monstruo debajo de la cama, como lugar de refugio y en donde acontecen los primeros traumas, también como un lugar de fragilización del cuerpo, porque en la familia uno baja la guardia. Me interesa vincular también la experiencia del amor a la violencia, porque es como si el amor no tuviera dentro de sí mismo también un componente de violencia. Busco mirar la crueldad de la que somos capaces, lo único que podemos hacer como seres humanos es estar atentos a nuestra propia capacidad de hacer daño.