A finales del siglo XVI, el sevillano Fray Agustín de Farfán publicó su Tratado breve de medicina, donde se reconocía el impacto de dos de las enfermedades virales más devastadoras para la población novohispana. Decía que había dos formas de “viruelas”: unas altas y gruesas, y otras bajas y menudas. “Las primeras son de sangre corrompida, y las otras, son de humor sutil y colérico con alguna mezcla de sangre”, señalaba para diferenciar los dos padecimientos transmisibles de mayor importancia epidemiológica.

Tuvieron que pasar más de 300 años para proclamar el fin de la presencia endémico-epidémica de la viruela, la enfermedad viral que incluso fue clave para la caída del imperio mexica. En 1951 se reportó el último caso en México, pero el sarampión tardó más en dejar de reportar casos endémicos. Su huella sigue alertando al mundo.