El español Julio González dotó a la escultura de una nueva gramática y, de la mano de Pablo Picasso, transformó el metal en un elemento artístico, un legado que ahora recibe Brasil con una exposición antológica sobre el "maestro del hierro".
González (1876-1942) tuvo "un éxito relativo" en vida, pero, al igual que otros tantos genios, la historia saldó su deuda tras su muerte y lo situó en el panteón de los grandes nombres de la primera mitad del siglo XX, según explica a Efe la comisaria de la muestra, Elena Llorens.
La trayectoria y revolucionaria modernidad del escultor aterrizaron esta semana en Sao Paulo con la muestra "Julio González: Espacio y materia", una completa selección de 70 obras entre pinturas, esculturas, dibujos y objetos pertenecientes a la colección del Museo Nacional D'Art de Catalunya.
Hijo de una familia de forjadores barceloneses, González dedicó la mayor parte de su vida a la pintura, donde bebió de la influencia francesa moderna, principalmente de Edgar Degas, y del clasicismo vinculado al simbolista Pierre Puvis de Chavannes, visible en la corpulencia de sus desnudos y en la idealización del cuerpo femenino.
Su llegada al terreno de la escultura fue tardía, a los 54 años, pero su camino hasta allí fue progresivo, como muestran las obras donadas por su hija Roberta y expuestas ahora en el Instituto Tomie Ohtake de la capital paulista.
Primero trasladó la temática de la pintura a los relieves de metal, después decidió recortar y curvar las planchas de hierro y finalmente incorporó el vacío a sus obras, como refleja "Naturaleza Muerta" (1928), "una sabia conjunción de oposiciones recurrentes" , detalla Llorens.
Ese mismo año comenzó una colaboración de cuatro años con su amigo Pablo Picasso, quien pidió la ayuda del barcelonés para soldar unas obras. Fue de esa forma que González, de alguna forma, abrió los ojos para las extraordinarias posibilidades ofrecidas por el hierro como material escultórico.
González dejó definitivamente la pintura a finales de la década de 1920 y en tan solo 15 años dio vida a su original propuesta de unir la materia y el espacio a través del hierro, a quien le otorgó un significado "más ambicioso" después de siglos en los que el metal tan solo sirvió para fabricar piezas y armamento.
Como seña de identidad, dejó las "huellas" del proceso creativo -como el rastro del soldadura- en sus piezas, un hecho impensable en la escultura clásica y que queda patente en su "Mujer sentada II" (1935-1936) o en el "Personaje de pie" (1935), uno de los protagonistas de la exposición.
La muestra, patrocinada por el grupo español Arteris, también reúne una serie de dibujos repletos de gritos con los que González denunció al mundo el horror de la guerra.
"Vivió tres guerras y en esos años donde había escasez de hierro dibujó mucho y de forma casi obsesiva empieza a distorsionar cabezas, con una fisonomía casi bestial", afirma Llorens.
Eso incluye la figura de la campesina, una iconografía presente a lo largo de su carrera. A diferencia de sus inicios como pintor, la mujer ya no carga a un niño ("Maternidad" 1960), sino que ahora levanta los brazos clamando al cielo.
El artista catalán quería convertir en escultura a esa mujer horrorizada con el rastro de destrucción dejado por la guerra, pero su muerte repentina le impidió concluir su obra. El padre de la escultura moderna en hierro tan solo llegó a moldear la cabeza y sus brazos, los mismos que hoy apuntan hacia el cielo en Brasil.
akc