En 2013, a propósito del centenario del asalto carrancista a Saltillo, Coahuila, ocurrido durante la Semana Santa, el 23 de marzo de 1913; pero también de otros hechos históricos como el Decreto del 19 de febrero de 1913 con el que el Congreso local coahuilense desconoció la presidencia de Victoriano Huerta, los escritores y participaron en “Graduación”, un proyecto que perseguía la idea utópica de crear una novela colectiva, entre tres narradores y tres historiadores coahuilenses.

El otro narrador fue Magolo Cárdenas, y los tres historiadores fueron Javier Villarreal Lozano, Laura Orellana y Martha Rodríguez. De entre esas seis historias que conformaron un libro de corta vida que sólo circuló en Coahuila y que tenían que ver la toma de saltillo, el viaje de los carrancistas que atrapados en la Ciudad de México durante el gobierno de Huerta, la construcción de la burocracia alrededor de Carranza y el desarrollo del feminismo durante la Revolución, dos relatos tenían vasos comunicantes y dieron lugar a un nuevo libro “El polvo que levantan las botas de los muertos”, que Luis Jorge Boone y Julián Herbert, editaron en 2013 en Filodecaballos, alentados por León Plascencia Ñol.

Hoy, diez años después, Ediciones Era en su colección Alacena Bolsillo, reedita esta obra que congrega un relato de Boone protagonizado por el soldado raso Francisco de Jesús Santiago Venegas Coronado que con estoicismo vive una pesadilla; y el relato de Herbert, que tiene como protagonista al maestro rural Gabriel Calzada, un burócrata ambicioso que descubre al lector esa verdad de que todo político mexicano revolucionario cuando llega al poder hace todo lo contrario de lo que quería destruir. Historias con resonancias muy actuales.

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Julián Herbert asegura que en términos de país y de sociedad, para Luis Jorge y para él siempre está, por una parte, el sentimiento del caos, de la violencia, que más que cambiar se actualiza como discurso. Dice que al leer el relato de Luis Jorge tiene esta sensación permanente de que la violencia se actualiza con respecto a nuevos referentes, pero sigue estando ahí como pulsión. Y que al leer su propio relato destaca el sentimiento de desengaño frente a la figura de Carranza que experimenta la figura de Gabriel Calzada.

“En todo caso se volvió más intenso ahora ese sentimiento de confiar en alguien que está dispuesto a luchar por el poder y que en el momento en que accede al poder se convierte en exactamente lo mismo contra lo que estaba. Como experiencia personal me parece desoladoramente familiar en la figura de López Obrador. Lo que leo ahí es como una predicción, una predicción de en qué se convierten todos los políticos revolucionarios en México, que es en aquello en lo que habían jurado destruir”, afirma Herbert, en entrevista.

También Luis Jorge Boone coincide en la actualidad y vigencia de los relatos de “El polvo que levantan las botas de los muertos”, en especial, dice, en el cuento de Julián, en el que se puede ver que la lealtad es más importante que la honradez, y que son elementos que están en la vida mexicana actual, porque parece eso ya no debe escandalizarnos, porque es así funcionan las cosas.

“Cuando lo descontextualizamos de la noticia y lo vemos en un relato como el de Julián nos damos cuenta que no, que esto sigue estando mal, que esto no debería funcionar así. Lo decía Piglia y me gusta mucho como lo decía: a la literatura no le tenemos que exigir que dialogue con la realidad porque al existir ya la está poniendo en jaque, ya le está preguntando cosas, ya hay un diálogo ahí, aunque no sea consciente. La literatura simplemente hace las preguntas y las generaciones que leen, las lecturas sucesivas van siendo un eco que van agradando estas preguntas y este diálogo”, afirma Boone.

Sin embargo, reconoce que aunque él no está contento de que esto pueda suceder, no es consciente del grito y del eco que hay de la actualidad en su literatura, “soy más consciente de esto otro: ver estos cuentos y decir ‘cómo lo insertas en tu lectura de ti mismo y en la lectura del otro’”.

Herbert apunta que los dos personajes de los relatos tienen una confluencia sin que él y Boone se pusieran de acuerdo. Sus personajes no quieren ir a la guerra, pero la guerra de algún modo es algo que pasó por allí y se los llevó, así como, agrega, el personaje de Mariano Azuela, que tira la piedra y mira cómo esa piedra ya no para.

“Gabriel sí tiene una serie de ambiciones y la guerra es algo que se atraviesa entre él y sus ambiciones, y trabaja con lo que se encuentra en el camino, pero es porque es un hombre ambicioso, él no es un militar, pero es un hombre ambicioso. Me parece que también hay esa tensión filosófica entre los personajes, porque mientras que Gabriel es un cínico, en el sentido más profundamente filosófico, Francisco es un estoico, y esa mirada estoica de la atalaya, del vigía que está en la torre es un estoicismo, la torre misma es metáfora misma de ese estoicismo, hay muchas metáforas que yo leo ahí. En el fondo, el estoicismo y el cinismo hay un cierto lugar donde se tocan y espero que en este libro los lectores lo puedan encontrar”, señala Herbert.

El autor de novelas como “Canción de tumba” y “La casa del dolor ajeno”, asegura que en la materialidad hay en estos dos relatos reunidos en “El polvo que levantan las botas de los muertos”, en especial en el texto de Luis Jorge una enorme pesadilla. Una pesadilla, asegura, que ese es uno de los apuntes de lucidez que tiene Luis Jorge como escritor, relatar la pesadilla que tiene un soldado, “y esa lectura literal de la metáfora histórica me parece uno de los grandes logros de ese relato”.

Luis Jorge Boone, por su parte insiste en el tema de la venganza o el desquite, una verdad que tanto a él como a Julián Herbert les enseñó su maestro Jesús de León, quien, dice, es formador y arreador de varias generaciones de escritores y lectores coahuilenses. Cita a De León cuando decía: “uno siempre escribe vengándose de algo”. Y para Boone de ahí viene ese diálogo con la realidad que la literatura y los libros tienen.

El autor de “Las afueras”, “Largas filas de gente rara” y “La noche caníbal”, asegura que a su personaje no le gusta la guerra ni cree ser un héroe, ni tampoco quiere encaramarse hacia la gloria, es un pobre tipo que ante la guerra sólo dice: “no voy, me llevan”.

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“Y desde ese lado yo podía narrarlo y por eso el mundo de su existencia se convierte en esta pesadilla y creo que es una gran metáfora de lo que a veces es la vida. Una enorme metáfora en la que se transforma el cuento de lo que a veces es la vida, todo a ras de piso y lo menos metafórico que fuera para que la metáfora de fondo funcione como funcionan las metáforas, como decía Susan Sontag, ‘las metáforas funcionan y se van’. Y no hay que treparnos en ellas porque dejamos de pensar”, señala.

Al final, “El polvo que levantan las botas de los muertos”, es un gran encuentro de amigos, dicen ambos escritores, un gran abrazo que extiende su amistad y su cariño.

“Julián es el amigo más viejo que tengo en la vida, ya van a ser 26 años de aquella vez que le dije: ‘soy poeta’, y él me respondió: ´yo también soy poeta’ y agregó: ‘vamos a ser amigos porque los poetas nos tenemos que leer entre nosotros, porque nadie nos pela’. Desde ahí ha sido una amistad, una admiración, yo nunca había tenido un hermano mayor y creo que en Julián lo tuve, lo he tenido; y este libro en el que ahora convivimos de otra manera más, es como nuestro aniversario de plata, es como un abrazo que nos damos muy en público, porque la amistad es mucha parte de cercanía, de admiración, de discusión, de reconocer las diferencias, de alejarse y acercarse, encontrarse, extrañarse, y en este libro pasan muchas de estas cosas”, dice Boone.

Una verdad que apunta Julián Herbert: “Siempre nos la pasamos muy bien juntos y este libro es una prueba más de amistad”.

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melc

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