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Con coreografías como “Aztecas (hijos del sol)”, “La Revolución” y “El huapango”, el Ballet Folklórico de México de Amalia Hernández celebró ayer sus 70 años en la Alhóndiga de Granaditas de Guanajuato durante la edición número 50 del Festival Internacional Cervantino .
En la función se presentaron “coreografías de distintas épocas. Hay algunas de hace décadas y otras más actuales. Es un espectáculo que contiene distintas épocas del ballet, por lo que las coreografías contrastan bastante”, dice, en entrevista, Viviana Basanta Hernández , hija de Amalia Hernández y actual directora artística del Ballet Folklórico de México. La compañía, además, se ha presentado en el Cervantino en 29 ocasiones.
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La función abre con “Aztecas (hijos del sol)”, coreografía en la que los bailarines visten atuendos que aluden a la época prehispánica con música épica de fondo. En la explanada, todo el público permanece sentado, toma fotos. Los artistas se entrelazan, bailan en círculos, extienden los brazos en el aire. Las piezas son rápidas, ágiles; los vestuarios cambian constantemente y entran nuevos bailarines.
“Estamos en la continuación de seguir investigando a fondo las tradiciones, usos y costumbres del país, creando momentos distintos sin olvidarnos de nuestras raíces. Los trabajos de inicio siguen teniendo una actualidad muy particular a través de la energía, la emoción y la investigación”, afirma la directora.
El ballet cruza la historia de México no sólo en el tiempo, sino en la geografía. Tres bailarines se toman de la mano al centro del escenario.
“Yo te espero, no te tardes” se escucha mientras bailan. Dos chicas con vestidos rosa mexicano taconean al ritmo del arpa. Un hombre, uno de los bailarines, avienta el sombrero y brinca en el aire. Se forman parejas y los músicos permanecen al fondo sobre la tarima. El dibujo de un árbol se proyecta en la pantalla, al fondo del escenario.
Una pieza más que recuerda a la época de don Porfirio y los bailes de salón. Las bailarines llevan vestidos largos, de color rosa, y botas negras de piel que se recalcan en los movimientos y el sonido del zapateo. Ahora la pantalla proyecto la imagen de un candelabro. Del lado derecho, los músicos visten jorongos y sombreros; sostienen, cada uno, su violín. Entonces, aparecen bailarines de y cada uno toma una pareja, rodeando a una mujer con vestido amarillo y un hombre de traje azul.
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Su baile se entreteje en una narrativa de elitismo y fiesta, hasta que llegan los revolucionarios y las adelitas y los expulsan del escenario.
“Uno de los mayores retos del Ballet Folklórico de México es lograr llegar a los oídos y la vista de los jóvenes. Tenemos un público que ha estado presente muchísimos años, pero hoy queremos seguir motivando tanto a los niños como a los nuevos jóvenes que siguen portando la cultura de México, los usos y costumbres”, concluye Basanta.
En la escena ahora hay un charro que, mientras baila, mueve la cuerda, y envuelve a su pareja coreográfica; los hombres de alrededor traen jorongos y parece que hacen un baile de cortejo. Al final, salen de escena corriendo. Le sigue la música veracruzana y entran bailarines que cargan los cajones de zapateo. Dos arpas quedan al centro; todos llevan trajes blancos, pañuelos rojos, sombreros color arena.
El público ovaciona a la compañía y el arpa de la izquierda toma la escena. Luego será el turno del instrumento de la derecha. Ahora, los espectadores aplauden y a los músicos los cubre la luz de los reflectores. “Aprieta, aprieta, no te rajes”.
Cinco músicos al fondo están a la espera, mientras las arpas tocan y un música toca una guitarrita al centro. Grita “ajay” cuando canta.
Los músicos festejan al Cervantino. Dos bailarinas con moños rosa y un vestido blanco, largo, zapatean en uno de los momentos más altos de la noche y que podría resumir las décadas de trayectoria, la historia, de una de las compañías de danza más famosas de México.
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