El principal arma que tenemos contra la pandemia de covid-19 es el autoaislamiento, lo que puede hacer que la gente se sienta "infelizmente sola". ¿Pero sabías que eso es una noción relativamente nueva?
En 1759, el comerciante inglés Thomas Turner escribió sobre la enfermedad de su esposa en su diario. Estaba convencido de que su "única amiga" estaba a punto de morir. Tenía razón: Margaret Turner falleció el 23 de junio de 1761.
Aún así, Turner (quien tenía 32 años cuando murió su esposa) era un hombre ocupado, no solo era un comerciante, sino también un empresario de pompas fúnebres, maestro de escuela, topógrafo y supervisor de los pobres.
Escribía testamentos y ayudaba a otros con los impuestos. Jugaba al cricket y leía sin cesar, incluyendo todas las obras de William Shakespeare, Joseph Addison y Samuel Richardson.
A todos los efectos, Turner estaba rodeado de amigos. Y, sin embargo, como escribió en su diario, se sentía "abandonado":
"¡Ninguno, no! Nadie intente verter ese bálsamo curativo de la compasión en un corazón herido y despedazado por las tribulaciones. Si complace al todopoderoso quitarme la esposa de mi seno, entonces seré como un faro sobre una roca, o una bandera en una colina, destituido de todo amigo sincero, y sin un compañero para consolar a mi afligida mente".
El diario de Turner se ha convertido en una fuente invaluable para los historiadores de la vida y los hábitos ingleses del siglo XVIII.
También sirve como una introducción a la historia de la soledad, un tema que tiene una resonancia particular en el siglo XXI.
Para héroes y sabios
En ciertos aspectos, la soledad, en el sentido de sufrir por estar solo cuando se anhela compañía, es una idea sorprendentemente moderna.
En el siglo XVIII, el lenguaje de la soledad con el que contamos ahora aún no existía.
Sí que había desacuerdos sobre el valor de la soledad. Algunos creían que era perjudicial para la salud física y mental de una persona, mientras que otros sostenían que era crucial mantenerse cuerdo.
En "Soledad considerada, en relación con su influencia sobre la mente y el corazón" (circa 1791), el filósofo suizo JG Zimmerman argumentó que no era útil considerar la soledad en términos tan polarizados. Por encima de todo había que mantener la moderación. Además, aseguró, la soledad generaba fuerza de personalidad y de voluntad:
"Los rudimentos de un gran personaje solo se pueden formar en soledad. Solo allí se adquiere la solidez del pensamiento, la afición a la actividad, el aborrecimiento de la indolencia, que constituyen las características de un héroe y un sabio".
Desde el punto de vista de Zimmerman, era un error asociar la soledad con la falta de modales sociales, una distinción importante en una época en que la posesión de tales modales era tan altamente considerada como la moderación entre de la "sociedad educada".
Como el escritor PL Courtier explicó en "Los placeres de la soledad" (1800), la gente no buscaba la soledad para escapar de los demás sino para encontrarse a sí misma, pues "todo lo que la fantasía o el corazón pueden mover" a menudo es negado por una vida demasiado llena de gente.
A pesar de toda esta charla edificante sobre la soledad, había una diferencia entre la elegida y la forzada.
A fines del siglo XVIII, el confinamiento solitario parecía ofrecer una reforma a través de la contemplación forzada de los pecados cometidos, consistente con el valor espiritual tradicional de la soledad.
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Con el tiempo, sin embargo, el confinamiento solitario se utilizó para castigar y segregar a los delincuentes, en lugar de reformarlos.
Lenguaje de la soledad
En el siglo XIX, esa apreciación de una distinción entre diferentes tipos de soledad fue de la mano con el desarrollo de un nuevo lenguaje y de la idea de que afectaba a todos, no solo a los criminales.
La reacción de la reina Victoria después de la muerte de su esposo, el príncipe Alberto, en 1861, nos dice mucho sobre cómo estaban cambiando las actitudes hacia la soledad.
Cuando Alberto murió a los 42 años, Victoria quedó devastada. Demasiado devastada, advirtieron sus asesores. Necesitaba ser más estoica y mostrar su rostro en público. No podía esconderse de su gente y siempre vestirse de luto. Ella, sin embargo, se vistió de negro hasta su muerte en 1901 y lloró a su adorado esposo durante 40 años.
Victoria escribió sobre su duelo de manera muy distinta a Thomas Turner.
Aunque eso era de esperarse, dado que se trataba de dos personas tan distintas -comerciante/monarca; hombre/mujer-, la actitud de la reina muestra no sólo cómo ella y sus súbditos eran más sentimentales al tratar con el dolor, sino también que contaban con un lenguaje de soledad que no había existido en la época de Turner.
Mientras que Turner había sido criado para creer que la voluntad de Dios estaba detrás de su aplastante pérdida, Victoria nació en una era filosófica diferente.
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Un enfoque en el individuo que comenzó en el siglo XIX, vinculado a la industrialización, el humanismo secular y el romanticismo, puso más énfasis en las emociones relacionadas con el abandono, especialmente la soledad.
Introvertidos vs extrovertidos
Este cambio de lenguaje de la soledad se hizo más intenso a medida que las disciplinas de la psiquiatría y la psicología enfatizaban las patologías de la soledad.
El psiquiatra y psicoanalista suizo Carl Jung sugirió que las personas eran introvertidas o extravertidas, para usar su forma original.
En el mundo occidental individualista de principios del siglo XX, la extroversión era más valorada que la introversión. La confianza y la sociabilidad no solo se consideraban lubricantes sociales, sino que también se asociaban con una buena salud mental.
Aunque no fue hasta la década de 1960 que la soledad se definió como un problema social, las bases prácticas y filosóficas de la que se ha calificado como una 'epidemia de soledad' del siglo XXI se habían establecido.
Como la industrialización había llevado a la urbanización, en el siglo XX vivían más personas que nunca en las ciudades. Las familias extensas se separaron, los viejos quedaron solos y la vida urbana trajo la alienación de los demás, e incluso del yo.
Personajes solitarios que viven en ciudades son recurrentes en las obras del pintor realista estadounidense Edward Hopper y el escritor bohemio Franz Kafka, quienes representaron al individuo contrapuesto a un mundo hostil e indiferente.
La escritora inglesa modernista Virginia Woolf escribió sobre su propia soledad en 1928 en su diario:
"He entrado en un santuario (...) de gran agonía una vez; y siempre algo de terror: tan temeroso es uno de la soledad: de ver el fondo de la embarcación (...) y llegué a una conciencia de lo que yo llamo 'realidad' (...) algo abstracto, pero que reside en las profundidades o el cielo".
Soledad vs solitud
El poeta y diarista estadounidense May Sarton asoció de manera similar el valor de la soledad y el arte, pero reafirmó una jerarquía anterior:
"La soledad es la pobreza del yo; la solitud es la riqueza del yo".
A pesar de que la idea de la soledad, una invención del siglo XIX, se ha desarrollado a lo largo de los años, esa sigue siendo una distinción recurrente, una que reconoce cómo la soledad es una falta emocional que nos agota porque está asociada con la ausencia de conexiones significativas.
Por otro lado, la solitud -tomando prestado un término del inglés- es una experiencia rica en la que predominan las conexiones.
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Estas pueden ser espirituales o seculares, pueden involucrar amigos, colegas o amantes, pero la continuidad histórica aquí es que las conexiones significativas le importaban tanto al comerciante Turner, a la reina Victoria y a la escritora Woolf como a nosotros.
La falta de conexión puede ser fatal, como lo demuestran los diarios de la autora estadounidense Sylvia Plath, quien se suicidó a la edad de solo 30 años.
Mucho antes de que fueran mundialmente aclamados su colección de poesía, "Ariel", y su novela, "La campana de cristal", Plath ya estaba en su vana búsqueda de un sentido de pertenencia que estaba constantemente fuera del alcance:
"La vida es soledad, pese a todos los opiáceos, pese a las máscaras risueñas que todos nos ponemos. Y cuando al fin encuentras a alguien a quien crees que podrás mostrar tu alma, te detienes asustado por tus propias palabras… tan apagadas, tan feas, tan vacías y débiles… por haber permanecido tanto tiempo en tu angosto y oscuro interior. Sí, existe la alegría, la satisfacción y el compañerismo… pero la soledad del alma en su pasmosa timidez es abrumadora y espantosa".
Plath admiraba a Woolf. Incluso había tratado de suicidarse de la misma manera, ahogándose, antes de lograrlo con un horno de gas. Ambas mujeres encontraron un precario sentido de identidad al estar separadas del mundo, al crear arte a partir del dolor.
Hoy, se celebra Plath, parte del canon literario. Durante su vida, sin embargo, parece haberse sentido un fracaso, no solo como escritora, sino también como esposa, madre, amiga.
Esta es una imagen de la soledad vinculada a la enfermedad mental que es aguda y poderosamente familiar en un siglo XXI donde las conexiones a menudo parecen, en el mejor de los casos, fugaces.
La soledad es un síntoma del mundo moderno.
La idea se acuñó en un momento de transformaciones en la forma en que se expresaba la 'pertenencia': de lo rural a lo urbano, de las sociedades cara a cara a las anónimas, de las prácticas laborales tradicionales al empleo de fábrica.
La soledad llegó como un reflejo de las preocupaciones que las personas tenían sobre el mundo y su lugar en él, preocupaciones que aún nos afectan.
Eso no quiere decir que la soledad no tenga raíces más profundas, que radican en el miedo al abandono y al rechazo.
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?", preguntó Jesús en la cruz. Incluso antes del lenguaje de la soledad, había una necesidad emocional de pertenecer, de conectarse, ya sea con otros mortales o con un dios omnisciente.
* Fay Bound Alberti es historiadora cultural y autora de "Una biografía de la soledad".
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