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Lo que comenzó como un festejo, en el restaurante La Bombilla, terminó en una gran tragedia.
Era el 17 de julio de 1928, a las 14:20 horas seis disparos interrumpieron el banquete en homenaje al presidente electo, Álvaro Obregón .
—¡Está muerto! ¡Está muerto! ¡Lo asesinaron!...— gritaban los presentes. Inmediatamente el cuerpo del caudillo, que se encontraba degustando su comida, cayó sobre la mesa y luego se desplomó hacia el suelo.
Así se consumó el magnicidio de Álvaro Obregón a manos de José de León Toral -aunque en la crónica del suceso se identifica como Juan, porque así se hizo llamar, y González- , un católico radical que se acercó a la mesa de los invitados simulando ser caricaturista y poder retratar algunos rostros. Y así lo hizo, dibujó de perfil al revolucionario, cuando de pronto sacó una pistola y le disparó a quemarropa por la espalda.
Foto: Archivo El Universal
“El general Obregón tenía una gran fe en el pueblo, y jamás pensó en que una mano armada se levantara ante él”, narró el periodista de EL UNIVERSAL. Sólo así impidieron que llegara al poder por segunda ocasión.
Una vez detenido, se encontró que Toral había estado presente en el atentado dinamitero contra Obregón, en el Bosque de Chapultepec en noviembre de 1927. Finalmente, fue sentenciado a muerte.
Así fue como EL UNIVERSAL narró el trágico día que asesinaron al caudillo sonorense.
El asesinato del señor general Álvaro Obregón
18 de julio de 1928
Cómo y por quién fue cometido este crimen tremendo
El asesino disparó toda la carga de una pistola automática sobre su víctima, por la espalda
En el restaurant campestre “La Bombilla”, sito en las cercanías de San Ángel , se desarrolló ayer a mediodía, tremenda tragedia, cuya trascendencia nacional es incalculable. Un hombre desconocido logró llegar hasta el lugar donde comía el Presidente electo, general Álvaro Obregón, y por la espalda le disparó seis balazos, haciendo blanco en todos, porque el asesino estaba muy cerca de su víctima y la agresión fue tan súbita, que no permitió poner en obra ningún medio de defensa.
La confusión que se produjo en los primeros momentos fue indescriptible. Nadie pasaba a explicarse la escena que ante sus ojos se había desarrollado, dejando una oleada de espanto en cuantos la presenciaron.
Foto: Hemeroteca El Universal
Homenaje de la nueva diputación del estado de Guanajuato
Como sabe el lector, han estado arribando los presuntos diputados para entregar las credenciales que los acreditan como miembros de la próxima XXXIII Legislatura, que será integrada el primero del venidero septiembre. Y entre esos presuntos diputados se cuentan los que representan los 21 distritos del Estado de Guanajuato, todos con credencial única y de clara filiación obregonista. Porque, en Guanajuato la popularidad del general Obregón es manifiesta.
La nueva diputación guanajuatense, antes de entregarse a las tareas parlamentarias, quiso rendir un homenaje al Presidente electo, y le ofreció un banquete en “La Bombilla", restaurante situado en las goteras de la pintoresca población de San Ángel. La comida se dispuso para las 13 horas, teniendo presente que el general Obregón acostumbraba madrugar y comer a hora temprana, puntualmente.
Llegada del General Obregón
El general Obregón se presentó minutos antes de las 13 horas. Llegó a bordo de su automóvil Cadillac.
Vestía el divisionario sonorense un traje gris, y daba muestras del buen humor de siempre. Saludó a la concurrencia y para cada uno de los comensales tuvo una frase amable. Accedió a posar en un grupo, con los comensales, por más que advirtió que después de la comida ese grupo fotográfico resultaría mejor. Todos los personajes tendrían semblantes risueños y satisfechos; y en una glorieta del jardín, frente al gran kiosko, se tomó ese grupo, que será histórico.
Luego el general Obregón penetró al lugar donde se hallaban servidas las mesas. Cuatro, larguísimas, formando un cuadrilátero. Se sirvió una copa de cognac, y el general Obregón charlaba jovial en este, aquel grupo, indistintamente.
Esta fotografía fue tomada cinco minutos antes del asesinato de Obregón. Fue una imagen exclusiva para EL UNIVERSAL. Foto: Hemeroteca El Universal
Antes de la tragedia
La comida discurría en un ambiente de entusiasmo y cordialidad. Los comensales charlaban amigablemente, sin temores a ningún contratiempo. Contábanse las vicisitudes de la lucha electoral.
Ninguna precaución se había tomado. Nadie pensaba en que la tragedia pudiera romper la armonía que flotaba en aquel ambiente.
Los ayudantes del general Obregón estaban entre los comensales, muy distantes del Presidente electo.
Desde las mesas podría descubrirse a cualquier sospechoso que atravesando los prados del jardín tratara de acercarse al lugar del banquete, lugar espacioso, que dejaba sitio amplísimo para que pudieran ir y venir los servidores.
En la lucha política electoral que acababa de terminar con la elección del general Obregón al Poder, los líderes de la campaña se dieron perfecta cuenta del peligro que amenazaba a su candidato y a ellos mismos.
Primero, las dos candidaturas antirreeleccionistas que se enfrentaron, culminando en una asonada que el Gobierno dominó en breve tiempo. Luego, otros peligros políticos, y la agresión de que fue víctima el general Obregón en el Bosque de Chapultepec, el 13 de noviembre último, atentado del que milagrosamente escapó.
Los líderes obregonistas sabían que el peligro radicaba en un atentado personal. Los enemigos políticos del general Obregón, ya que no podrían vencerlo en la justa electoral, tratarían de eliminarlo sin reparar en los medios. Y, entonces procuraron inducirlo a que no permaneciera en esta capital, sino que se trasladara a sus posesiones de Sonora, que allí lo tendrían informado constantemente. Y durante su permanencia en la metrópoli, organizaron un servicio de vigilancia, a fin de frustrar cualquiera nueva intentona.
Pero tropezaron con la resistencia del general Obregón, que no gustaba de caminar con muchos acompañantes, ni de que se le vigilara. El general Obregón tenía una gran fe en el pueblo, y jamás pensó en que una mano armada se levantara ante él.
Reconstrucción hecha por fotógrafos de EL UNIVERSAL de cómo fue el asesinato según testigos. Foto: Hemeroteca El Universal
El asesino de cerca al lugar del crimen
No es ocioso repetir, para mejor conciencia de los sucesos, que el kiosco del Restaurante “La Bombilla” es en extremo espacioso. De vez en cuando veíanse pasar por las callecillas a los fotógrafos que habían tomado los grupos, y que después de imprimir sus pruebas venían a venderlas.
Y así pudo verse a un joven delgado, vestido decentemente con un flux café de tonos rojizos, que se acercaba indeciso a las puertas del kiosco central, con un carnet en la diestra, en el que parecía escribir.
Los comensales lo vieron acercarse y no inspiró recelo. Sí provocó la extrañeza del diputado Ricardo Topete, que en un principio lo tomó por periodista. Luego, al advertir que sólo se trataba de un desconocido, y comprobar que los representantes de la prensa metropolitana se hallaban en la mesa, frente al sitio que él ocupaba, creyó que sería algún corresponsal de periódico provinciano.
Aquel hombre penetró el kiosko, y siempre con el carnet en la diestra y aparentando escribir, fue acercándose a las mesas.
Nadie concedió importancia al intruso. Los comensales siguieron haciendo honor a los platillos, y la orquesta del maestro Esparza Oteo, ejecutó una de esas sentidas melodías vernáculas, que concentró la atención general.
De pronto, se escucharon cinco, seis detonaciones seguidas, que sorprendieron a los comensales, Al principio, muchos juzgaron que esas detonaciones formaban parte de la pieza musical.
Cómo fue la tragedia
El asesino —que después se supo que se llama Juan — había permanecido de pie, cerca de la mesa de la derecha. Parecía arrobado en su labor y ajeno a cuanto pasaba en torno suyo. Y algunos comensales supieron que no escribía, sino dibujaba. Estaba haciendo caricaturas de ellos.
González caminó lentamente hacia la mesa de honor. Y al llegar al extremo izquierdo, cerca del cual se hallaba el diputado Ricardo Topete, que conversaba con don Enrique Fernández Martínez, se le acercó, diciéndole que había tomado dos caricaturas del General Obregón y una del licenciado Sáenz.
—A ver qué le parecen a usted, señor Topete— le dijo;— después haré su caricatura.
—Están bien — respondió con indiferencia el diputado Topete. — Voy a enseñárselas al General Obregón— dijo González.— A ver qué dice.
Y el asesino dio un paso, detrás de la gran pieza floral, debajo de la cual pasó, hasta llegar detrás del General Obregón, que estaba vuelto hacia su derecha, atendiendo al licenciado Federico Medrano.
González se interpuso entre los dos y mostró al General Obregón las caricaturas, poniéndolas sobre la mesa.
El General Obregón, accedió complaciente a verlas, y se volvió hacia su derecha, entregándose confiado a la contemplación de los dibujos.
El círculo marca la silla en la que se encontraba sentado Álvaro Obregón. Foto: Hemeroteca El Universal
Los relojes marcaban las 14.20 horas. Este fue el momento que traidoramente aprovechó el asesino, contando con que todos charlaban distraídos y que nadie vigilaba sus actos. Dio un paso a su izquierda, quedando detrás del licenciado Aarón Sáenz, y violentamente sacó una pistola automática “Star” calibre 35. Y estando él de pie, disparó casi a quemarropa sobre el General Obregón, que seguía sentado y le presentaba la espalda confiadamente.
Fueron cinco, seis disparos consecutivos— el número de ellos no pudo precisarse,— que sembraron estupor entre cuantos nos hallábamos en aquél lugar.
El General Obregón no tuvo tiempo de hacer ningún movimiento para su defensa. La agresión fue inesperada. El asesino le hizo fuego por la espalda y de arriba a bajo. Todos los balazos hicieron blanco. El General Obregón cayó sobre la mesa, primero; después se desplomó hacia su costado izquierdo y cayó al suelo.
Se cree que murió instantáneamente. Que cuando se desplomó ya estaba sin vida.
Escena de terrible confusión
Los comensales, sobrecogidos por los disparos, no acertaban a explicarse lo sucedido. Primero pensaban que esas detonaciones formarían parte de la pieza que tocaba la orquesta. Pero cuando los que estaban en la mesa de honor, al ver caer al General Obregón sacaron sus revólveres, dispuestos a la defensa, se creyó en una emboscada cuyos móviles fueran políticos.
Breves momentos permanecieron con la pistola en ristre, anonadados por la emoción. Y pronto pudieron saber lo acaecido. Habían asesinado al General Obregón.
Lugar de la mesa donde estaba el presidente. Foto: Hemeroteca El Universal
Entonces se dividieron en varios grupos: unos corrieron a atender al General Obregón, a quien el licenciado Sáenz había incorporado. El General Obregón estaba inerte.
Sin movimiento. Su sangre había manchado el pavimento.
— ¡Está muerto! ¡Está muerto! — ¡Lo asesinaron!... Gritaban por doquier.
Muchos acudieron a registrar el jardín, esperando encontrar emboscados a los acompañantes del asesino.
Tan pronto como vieran abatirse al General Obregón, se levantaron de sus asientos el licenciado Federico Medrano y el presunto diputado Enrique Fernández Martínez. Este sujetó al asesino, por la diestra, donde aún empuñaba la pistola homicida. Se entabló entre ellos rudo forcejeo, durante el cual dicen algunos— se produjeron otros dos disparos. Luego el licenciado Medrano ayudó a sujetar al asesino, y el diputado Topete le arrebató el arma y sacó el cargador, comprobando que había quemado todos los cartuchos.
Y aquella confusión fue terrible, emocionante. El licenciado Orcí, el diputado Topete, el Coronel Róbinson, el General Otero, muchos más, hombres de reconocido valor, dieron rienda suelta a sus lágrimas y lanzaban anatemas contra el asesino, a quien muchos sujetaban y golpeaban rudamente, hasta derribarlo. El General Otero, que estaba en un extremo de la mesa izquierda, llegó corriendo y al saber que allí estaba el matador, le dio de puntapiés.
Foto: Hemeroteca El Universal
Toda esta escena se desarrolló en un minuto. Minuto espantoso. El General Obregón seguía en brazos del licenciado Sáenz.
El asesino, fuertemente sujeto por los brazos, parecía agotado. Sus piernas se doblaban. No respondía a ninguna de las preguntas que le dirigieron. Su cabeza se doblaba sobre el pecho y resistía los golpes que le asestaban en el cráneo.
— ¡Mátenlo!— alguien gritó. Y cuando algunos de los presentes se disponían a hacerlo, se interpuso el diputado Ricardo Topete: —¡No!— gritó, imponiéndose. —No le hagan nada. Por el contrario, cuídenlo, que así sabremos quiénes son sus cómplices. ¿Qué ganamos con matarlo, si deja su crimen en el misterio?
Y todos convinieron en que era necesario salvarle.
Casi a rastras, porque aquel hombre no podía caminar, tal era su agotamiento, fue sacado del kiosco central y lo llevaron a un automóvil el coronel Tomás A. Róbinson, el teniente coronel Juan Jaime, el presunto diputado Fernández Martínez, y el chofer del senador Valadés Ramírez.
Violentamente lo trasladaron a la Inspección General de Policía. Durante el trayecto permaneció hundido en absoluto mutismo. Nada respondió a las interrogaciones de sus custodios. Todo lo más, asediado para que diga su nombre, respondió confusamente: —Juan.
Corbata de José de León Toral que le fue arrancada durante el altercado. Foto: Hemeroteca El Universal
El Gral. Obregón es llevado a su domicilio
Los amigos del general Obregón parecía que habían quedado anonadados, contemplándolo con lágrimas en los ojos. Ninguno de los que allí estábamos pudimos ocultar la emoción. Habíamos visto desarrollarse brutal, vertiginosa la terrible escena, y no pasábamos a dar crédito a lo que acabábamos de contemplar.
Manrique trepó a una silla. —Señores— exclamó— ; definitivamente Obregón es el símbolo de la Revolución.
Ha muerto a manos de los enemigos del pueblo. Ante su cadáver todavía caliente, juremos todos que sabremos sacrificarnos y salvar a la Revolución mexicana. Que sean las nuestras lágrimas de hombres… —¡Viva Obregón! — Prorrumpieron todos.
Foto: archivo El Universal
Y se dispuso trasladar violentamente al general Obregón a su domicilio o a un sanatorio.
—A su casa— ordenó el licenciado Sáenz.
En el sitio donde cayó el general Obregón, quedó una gran manchado sangre.
A las 14.55 horas llegó el señor Presidente de la República, acompañado de su secretario particular, don Fernando Torreblanca.
Eran las 15.50 horas, cuando de la casa salió el licenciado José Solórzano. Fue asediado por todos los allí reunidos, y por única respuesta dijo: —¡Acaba de morir!
La frase quedó ahogada por la emoción que embargaba al licencia de Solórzano. Pero las personas que estuvieron en el banquete y que se dieron cuenta de la gravedad de las heridas, opinaron que el general Obregón llegó ya cadáver a su domicilio. Murió, o en "La Bombilla” o durante el trayecto.
Terrible sorpresa en toda la ciudad
La nueva se extendió en un instante por toda la ciudad. La multitud que se agolpaba frente a la casa de la Avenida Jalisco, engrosaba por momentos, y fue preciso que la policía interrumpiera el tráfico en las esquinas.
Humberto Obregón, hijo del general, fue avisado de la tragedia, y penetró a la casa pálido, pero sereno.
En la calle se desarrollaron emocionantes escenas. Hombres y mujeres del pueblo, no obstante la vigilancia de la policía que impedía acercarse a todo el mundo, lograron llegar frente a la casa, y al confirmar la muerte del general Obregón, prorrumpieron en amargo llanto.
Una multitud se reunió en la acera frente a la casa de Obregón. Foto: Hemeroteca El Universal
Las investigaciones para identificar al asesino del Sr. General Álvaro Obregón
Desde las dos y media de la tarde de ayer, el asesino del general Obregón se encuentra rigurosamente incomunicado, en el sótano número dos de la Inspección General de Policía, encerrado en un mutismo absoluto; sólo dice se llama Juan, negándose a expresar su apellido. Su aspecto es de un hombre sereno ya, después de un intenso choque nervioso. Es un joven de unos veintiún años de edad, de rostro moreno claro, de boca un poco saliente y de ojos oscuros. Viste un terno color café, a cuadritos y en la camisa, de tela blanca, tiene las iniciales J. L. T. que serán las que proporcionen a la policía los medios para su identificación.
La policía tomó conocimiento del suceso desde luego. El señor licenciado Benito Guerra Leal, Secretario General de la Inspección, acababa de salir de su oficina e iba por el Paseo de la Reforma, cuando a la altura del Café Colón, el señor Tomás A. Robinson, senador electo, detuvo un instante su automóvil y dijo al licenciado Guerra Leal: — ¡Acaban de matar al Jefe!...
El señor Secretario General de la Inspección se transladó velozmente a San Ángel, al restaurante “La Bombilla”, logró llegar cuando aún se notaba allá una gran agitación. Personalmente recogió cinco casquillos de cobre, pertenecientes a una pistola automática de calibre 32, así como también el carnet de dibujante que llevaba el asesino.
Funcionarios de la policía realizando las primeras investigaciones en el restaurante La Bombilla en San Ángel. Foto: archivo El Universal
Como es el carnet de caricaturas
El licenciado Guerra Leal recibió el carnet que llevaba el asesino. Este es un cuaderno de unos diez y siete centímetros de largo por unos ocho de ancho. Está forrado en tela de lino. Es un cuaderno de dibujante, pues tiene una cinta de elástico pegada y una pequeña costura para colocar el lápiz. Solamente tres hojas habían sido empleadas. Una, la primera, representaba dos cabezas de mujer. Enseguida estaba un apunte, que no una caricatura, del general Obregón, visto de perfil, con anteojos; y enseguida, se encuentra otro apunte que difícilmente ha sido identificado. Los dos últimos apuntes tenían una pequeña cruz hacia el margen izquierdo hecha con el mismo lápiz que sirvió para hacer el dibujo.
La caricatura que hizo José de León de Toral. Foto: archivo El Universal
El asesino es llevado a la inspección
Los señores general Ignacio Otero, coronel Juan J. Jaime y coronel J. Dávila, instantes después de la tragedia condujeron a bordo de un automóvil al asesino. Este iba chorreando sangre a causa de un golpe que le habían propinado en la boca. El recorrido de San Ángel a la calle del Palacio Legislativo, en donde está la inspección, se hizo rápidamente, pues poco después de las dos y treinta y cinco minutos llegaron con el preso. Lo bajaron del coche el coronel Jaime y su colega el coronel Dávila, entregándolo al comandante Rafael Cruz Jr., que estaba de guardia en la Ayudantía.
El registro del autor del crimen
No quiso decir su nombre y solamente le vieron en la mano una sortija con las iniciales J. L. T. y encontrándole una bolsa de lona con un sello de lacre roto que contenía cerca de cien pesos en plata. Y un papel que los que están enterados, informan que dice: “A mi familia: sabiendo que voy a morir en cumplimiento de un principio, les mando mi adiós.— Juan”.
Detalles posteriores que le han suministrado al teniente coronel Jaime, lo hicieron saber que cuando el atentado al general Obregón, en el Bosque de Chapultepec la mañana del domingo 13 de noviembre de 1927, era el que iba manejando el automóvil “Essex” en que viajaban los que llevaron a cabo el atentado dinamitero.
Máscara mortuoria de Álvaro Obregón. Foto: archivo El Universal
Las heridas que presentaba el cadáver
El cadáver del general Obregón —según supimos extraoficialmente,— presenta cinco lesiones de arma de fuego, todas con posición de arriba a abajo y de derecha a izquierda, pudiendo clasificarse de mortales tres de ellas: una que penetró en el carrillo derecho, saliendo por la región maxilar izquierda; otra por la nuca, que tocó las vértebras cervicales y desgarró los pulmones y otra en la espalda, también con trayectoria de arriba a abajo y cuyo proyectil se alojó en las vísceras abdominales. Las otras dos lesiones se encuentran en el omoplato derecho con desgarradura pulmonar. El general Obregón, debe haber muerto a consecuencia de las heridas penetrantes descritas en segundo y tercer lugar que por sí solas y necesariamente fueron mortales.
fjb