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En la mañana de este 7 de enero se registró en Ciudad de México un choque entre los vagones del Sistema de Transporte Colectivo Metro de la línea tres (Indios Verdes- Universidad), en la interestación de La Raza , lo que dejó un muerto, 4 prensados y 57 lesionados hasta el momento. Es por ello que hoy recordamos otro percance que ocurrió en 1975 y también dejó víctimas mortales.
El 20 de octubre de aquel año ocurrió el accidente en la línea 2 del Metro que cobró la vida de 31 personas y dejó al menos a 70 heridos. Eran cerca de las 9:30 de la mañana cuando cientos de personas esperaban abordar el metro para dirigirse a sus hogares o centros de trabajo, cuando el tren número 10, que transportaba aproximadamente 130 pasajeros, chocó contra el convoy número 8 en la estación Viaducto . La línea 2 del Metro se había inaugurado tan sólo cinco años antes.
De tal accidente, se declaró culpable al conductor del tren 10, Carlos Fernández Sánchez , a quien le dieron una sentencia de 10 años en prisión.
Foto: Hemeroteca El Universal
Cadáveres atrapados entre fierros, los cuales mutilaban “para acelerar el trabajo de inspección y encontrar más heridos”; gente corriendo y gritando en pánico, sangre y vidrios por todo el lugar. “Quizá no pueda dormir en muchas noches, la imagen del accidente será difícil olvidarla”, comentó una testigo del accidente.
A 45 años del fatídico suceso, recordamos cómo EL UNIVERSAL cubrió la noticia y las crónicas de varios involucrados.
Desde la estación Hidalgo empezó a retrasarse el Convoy Núm. 8 del metro, según los pasajeros
21 de octubre de 1975
Impresionantes escenas de dolor y pánico en el alcance
Por Carmen Alicia Espinoza y Leonardo Valadez C.
“¡No podemos sacarlo, está prensado, no podemos sacarlo!”, gritaba desesperado un socorrista de la Cruz Roja , al tratar de rescatar a un herido. Los granaderos, al observar que un cadáver impedía salvar la vida de otra víctima, preguntaron a un agente del Ministerio Público: “¿Qué hacemos, qué hacemos?” Y éste ordenó: “¡Despedácenlo! ¿Está muerto, verdad? ¡Despedácelo!”
El dramatismo lacerante fue evidente en toda su dimensión cuando el presentimiento o la seguridad de las personas de que encontrarían allí a sus seres queridos, las llevaba al lugar de la tragedia.
Todos buscaban a alguien. Una mujer gritó cuando vio un cuerpo destrozado: “¡Es él, es mi marido!” Enseguida tuvo que ser trasladada en una ambulancia a un hospital, al sufrir un choque nervioso.
Eladio Carrasco Jiménez, dependiente de un café que está frente a la estación del Metro Viaducto, dijo que atendía a unas personas cuando escuchó un ruido muy fuerte. Al voltear hacia los andenes del Metro, vio una gran humareda. Pasaron unos segundos cuando vio que la gente salía corriendo y gritando desesperada, algunas llamando por sus nombres o con cariño a otras. “Hasta entonces me di cuenta de lo que había pasado. Mucha gente llegó al café bañada en sangre, pidiendo auxilio. Lo único que pude hacer por ellos, fue darles té y café. Todos ellos, aproximadamente 10, corrieron desesperadamente sin rumbo fijo, no querían estar más ahí”.
Luego vino el encontronazo
“Segundos después, una persona llegó y nos dijo que no nos bajáramos, porque todavía había corriente eléctrica en los rieles. No hicimos caso y desesperados abrimos las puertas forzándolas. Lo que vi después fue algo que no olvidaré jamás: Seis cadáveres estaban tirados sobre el andén. Confusión, gritos, llanto, desmayos y oraciones se escuchaban por todas partes; los pasajeros ilesos auxiliamos a las personas que presas de horror querían alejarse del lugar corriendo”.
A las 12:45 horas —el accidente se registró a las 9:40— empezaron a arrojar sábanas y bolsas de manta hacia los vagones destruidos, de donde estaban siendo rescatados los cadáveres, ya que éstos eran mutilados para acelerar el trabajo de inspección y encontrar más heridos.
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Ante la mirada de horror de los cientos de personas que pudieron llegar al lugar de la tragedia, la que estaba custodiada por cientos de agentes de las diferentes corporaciones policiacas de la ciudad, seccionaron un cadáver que estuvo a la vista de todos hasta ese momento. El infortunado individuo había quedado con medio cuerpo hacia afuera del vagón, aprisionado totalmen por fierros destrozados y cristales ensangrentados.
En vista de que no se podía rescatar el cuerpo completo, le pusieron una sábana encima, para que la gente no viera que de jalón en jalón, lo despedazarían. La sábana se cayó al momento de los tirones, y todos presenciaron, horrorizados, tan terrible maniobra.
Diez médicos, de la Cruz Roja Mexicana, tuvieron que hacer dos perforaciones en los vagones y se metieron para certificar quiénes estaban muertos y quiénes estaban heridos, procediendo después a seccionar los cadáveres que estorbaban para sacar a los heridos; esto con el consentimiento del Ministerio Público. A los heridos se les inyectaba para que se adormecieran y no se horrorizaran más.
Alguien jalaba la palanca de emergencia
Los heridos graves ya habían sido trasladados a los hospitales de emergencia y sólo quedaban en el lugar personas como Isabel Aguijar Cedillo, quien recibió golpes contusos en todo el cuerpo y esperaba a que los facultativos la revisaran. Ella es una jovencita de 16 años, de la clase media baja, que viajaba en el tren R-3083 que alcanzó al M008. Se dirigía a su trabajo de telefonista en una empresa ubicada al sur de la Capital. Diariamente realiza el trayecto desde la estación Tacuba hasta la de Tasqueña.
Foto: Hemeroteca El Universal
“Ya se me había hecho un poco tarde; pero donde trabajo son un poco tolerantes y a veces puedo llegar después de la hora de entrada... Desde la estación Hidalgo alguien venía jalando la palanca de emergencia en todas las estaciones. El conductor pedía que le indicaran dónde había sido accionada, pero nadie le hizo caso”, agregó al continuar su relato, al momento que el reportero inquirió: ¿Qué sucedió al momento del accidente?
“En un principio no noté nada raro; es frecuente que el Metro se detenga bruscamente al llegar a la estación; pero cuando pudimos salir del vagón vi gente bañada en sangre y me di cuenta que había un convoy que no había salido de la estación”, agregó.
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“Todo mundo estaba desesperado y nos atropellábamos para salir a la calle... Por momentos caminé como atontada y no supe qué hacer hasta que unos médicos se acercaron y me preguntaron si yo venía en el Metro y me trajeron aquí”, dijo refiriéndose a la ambulancia.
Foto: Hemeroteca El Universal
Isabel recuerda haber visto mucho humo después de sentir el frenazo, motivado por el hule quemado de las llantas de los carros del Metro y por un conato de incendio en el primer vagón del convoy en que viajaba. Cuando pudo llegar, en su camino al exterior de esa estación donde ocurrió el choque, pudo ver muchos cuerpos inertes y escuchar los lamentos de los heridos que se encontraban atrapados... “Sentí que el corazón me daba un vuelco... yo tenía la Intención de subir al de adelante, pero no alcancé y me quedé en los de atrás”.
En su tez morena se reflejaba la desesperación del momento. Milagrosamente se encontraba bien y su voz sonaba a veces hueca, con Ias lágrimas a punto de brotar de sus ojos negros. Apretaba contra su pecho una carpeta negra donde llevaba unos documentos personales.
“Al verme ya en la calle, no sabía si reír de alegría por no haber sufrido daño o llorar por el espectáculo tan macabro que había presenciado”, dijo y señaló que “quizá no pueda dormir en muchas noches; la imagen del accidente será difícil olvidarla”.
Foto: Hemeroteca El Universal
“Mi hijo venía en ese carro; ¿en dónde está?”
Varios millares de personas se congregaron ayer por la mañana en las inmediaciones de la estación “Viaducto” del Metro, donde ocurrió la colisión de dos convoyes, dificultando el acceso de las ambulancias y entorpeciendo las labores de rescate.
Entre esas personas se encontraban los parientes de algunos de los muertos y heridos, y muchos otros buscaban alguna información acerca de algún pariente que presumiblemente viajaba en cualquiera de las dos corridas del Sistema de Transporte Colectivo.
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No obstante que la zona se encontraba acordonada por un fuerte contingente del cuerpo de granaderos, muchos lograron colarse y corrían de un ambulancia a otra para ver si no estaba allí el esposo, padre, hijo, que no llegó al hogar y que acostumbraba tomar el Metro a esa hora.
En brazos de dos socorristas de la Cruz Roja, que la ayudaban a caminar, la señora Natalia Alvarado de Castillejo gritaba: “¡MI hijo, dónde está, él venía en ese carro!...” Pero nadie a ciencia cierta sabía informarle.
Foto: archivo El Universal
Ya un poco más calmada dialogó con el reportero, al que dijo que Juan Alfonso, su hijo, había salido de la Preparatoria Uno, en el centro de la ciudad, alrededor de las 8:40 horas, para tomar el convoy Tacuba-Tasqueña.
Pasaba ya de la una de la tarde y no había llegado a su domicilio… Se ignoraba dónde se encontraba. Al paso de las horas, el rescate se hacía más dramático y los granaderos recibieron órdenes de no dejar pasar a nadie sin la contraseña, y el cordón policial se extendió una cuadra a la redonda y, a momento, la multitud aumentaba.
El murmullo era general, cada quien tenía una versión de lo ocurrido, y la señora Raquel Leyva Guerra se dirigió al reportero, a quien dijo: “Escuché el encontronazo, yo estaba atendiendo a unos clientes en la papelería ‘La Universal’. De inmediato salí y vi que quienes viajaban en el Metro brincaban a la Calzada de Tlalpan.... algunos estuvieron a punto de ser atropellados”.
Foto: Hemeroteca El Universal
Mientras ella platicaba , las ambulancias iban y venían, llevando a los heridos a diferentes instituciones hospitalarios de la zona y a los nosocomios de la Cruz Roja, Xoco, Balbuena y algunas más a la delegación, donde también fueron atendidos de heridas leves.
Volaron pedazos de metal y de vidrios
Afuera de esa parada del Sistema de Transporte Colectivo, otras personas esperaban el “pesero” o el camión con iguales fines, y la imagen impactó sus mentes; quienes ocupaban los carros de ese medio de locomoción luchaban por salir. Bañados en sangre, unos, lograron abandonar los vagones más dañados, brincando directamente por las ventanillas hacia el carril de alta velocidad de la Calzada de TIalpan y estuvieron en peligro de ser atropellados, según lo manifestaron a EL UNIVERSAL, testigos presenciales.
“Cuando ocurrió el accidente, yo esperaba a que llegara el convoy que viene de Tasqueña a Tacuba para dirigirme a mi trabajo y de pronto sentí un fuerte golpe en la cabeza... No recuerdo más, sólo llegan a mi mente imágenes de cuando era trasladada a una ambulancia”, dijo una señora de nombre Juana.
Entre los testigos que se encontraban en la calle, estaba Víctor López, estudiante del segundo semestre de Psicología, quien declaró: “Vi saltar vidrios al momento de escuchar un fuerte golpe y por una ventanilla asomó el rostro ensangrentado de un hombre.. poco después desapareció”.
Foto: archivo El Universal
Algunas personas atravesaron temerariamente la fila de automóviles que circulaba por esa arteria, para tratar de auxiliar a los heridos que pudieron escapar y los ayudaron a llegar hasta un consultorio cercano, donde les negaron asistencia médica.
“Casi de inmediato llegaron varias patrullas y ambulancias —poco después los bomberos—, y con camillas entraron corriendo a la estación para sacar en vilo a los primeros heridos que se encontraban sobre el andén”, informó el empleado particular Hugo Reyes Tovar. Este se dirigía al centro de la ciudad y motivado por el accidente atravesó a toda carrera el paso de peatones para encontrarse con un tétrico panorama... “había vidrios y pedazos de metal en el pavimento; cuando se disipó el humo pude ver un hilo de sangre que escurría por una de las puertas del último vagón del tren que estaba parado”.
Por todas partes se oían gritos y lamentos
Todo era confusión, cada oficial dictaba, órdenes a su grupo; pero, poco a poco, se fue delineando dónde era más necesaria la ayuda de los socorristas. Se escuchaban gritos y lamentos por doquier...
Así se expresaron a EL UNIVERSAL los miembros del Escuadrón de Rescate de la DGP y T, durante un breve descanso en la ardua labor de rescate de los cuerpos de las víctimas en el alcance de dos convoyes del Metro, a la altura de la estación Viaducto, en la línea 2. Eran las 9:45 de la mañana —10 minutos después de ocurrir el fatal accidente— cuando llegaron al lugar los primeros auxilios... Fue un panorama dantesco el que encontraron; “tal parecía que estuviéramos en una carnicería”, describieron.
El personal en cuestión pertenece al vigésimo batallón de la policía con base en la Plaza de Tlaxcoaque... “No sabíamos a qué nos enfrentábamos— continuaron— pero cuando vimos muchos cadáveres mutilados, atrapados entre los fierros retorcidos, despertamos a la realidad”.
Foto: archivo El Universal
Tal era la confusión que reinaba en la estación "Viaducto”, que los socorristas de los diferentes cuerpos de rescate se atropellaban entre sí, en su desesperación por auxiliar a los sobrevivientes. “Cuando rescatábamos a Socorro Lara, de 23 años, una de las lesionadas, tuve que meterme por un agujero para llegar hasta donde yacía pero alguien me jalaba las piernas y no podía alcanzarla. Hubo un momento en que un médico me puso la mascarilla de oxígeno en vez de a ella”, comentó uno de los entrevistados.
“Yo grité —continúa con su relato—, ¡déjeme auxiliarla y después que la saque se la lleva quien quiera!... es penoso, pero así sucedió” agrega el socorrista del ESURA, quien con la mirada pedía la comprensión de sus compañeros presentes.
Indicaron que para lograr el rescate de los heridos hubo necesidad de realizar amputaciones a varios cadáveres, siempre con la autorización del agente del Ministerio Público, adscrito a la delegación de policía de Portales.
Sólo fue a cambiar un pantalón y pereció
22 de octubre de 1975
Nunca pensó Manuel Ramírez Barrera, de 18 años de edad, que al retornar a su hogar, después de haber ido a cambiar un pantalón en una de las tiendas ubicadas en Pino suárez, encontraría la muerte en el alcance de dos convoyes del Metro en la estación “Viaducto”.
Ayer en la mañana, una vecina del occiso, Berta Hernández, lo reconoció y comentó lo anterior, manifestando que la madre de Manuel la había mandado llamar para que le ayudara a localizar a su hijo, ya que éste no había acudido a dormir a su casa.
Eran ya las 14 horas cuando el reportero entrevistó a la señora Hernández y para esos momentos ni la madre ni el padre de esta víctima de! “trenazo” sabían de lo ocurrido a su hijo.
Foto: archivo El Universal
“No quise decir a la mamá nada de lo que pasó a su hijo, porque confesárselo traería graves consecuencias, ya que está embarazada. Se va a aliviar en diciembre y ya se imaginará usted lo que pasa si le Informo”. Bueno, ¿entonces, qué va a hacer usted? “Ya le avisé al papá de Manuel. Le dejé el recado en su trabajo y solamente me queda esperar a que venga para que nos podamos llevan el cuerpo”.
Había salido a buscar trabajo
Otra de las víctimas, Oscar Jaime Rivera, Juan, de 17 años, fue identificado por su hermana Evodía, quien con el llanto en los ojos, dijo que su hermano era pintor y ayer había salido de su casa a las 8.30 horas. Iba a buscar trabajo. Llevaba sus documentos de la escuela, porque le habían dicho que un señor de la colonia Alamos le podía dar empleo.
“Mi mamá no lo sabe. Tiene 50 años de edad y se ha hecho a la idea de que Oscar se fue con algunos amigos. Mi hermano nunca había pasado la noche fuera y de ahí la suposición. No sé qué voy a hacer ahora”. Evodia informó que su hermano contribuía económicamente en su hogar cada vez que conseguía algún trabajo. “No era mucho, pero sí nos ayudaba en la casa”, expresó y nuevamente empezó a llorar.
Foto: archivo El Universal
Víctima inocente
24 de octubre de 1975
Ayer a mediodía fue entregada a sus parientes la niña María Yolanda Hernández Padilla, de cuatro meses de edad, quien saliera ilesa de entre los hierros retorcidos de uno de los vagones del convoy accidentado el lunes pasado. Se presentaron en la oficina de prensa de la Dirección General de Policía y Tránsito, el señor Florencio Hernández Hernández, padre de la recién nacida y los abuelos maternos, Cristina Paduano y Jaime Padilla Nieto.
El coronel Mario Mena Hurtado, subjefe “B” del Estado Mayor de la DGPT, les hizo entrega de la menor. El padre de la pequeña, después de agradecer los cuidados que le prestaron a su hija en la IMAN, manifestó que desde hacía dos días le fue pagado el seguro de 100,000 pesos por la muerte de su esposa, Romana Padilla, ocurrida en el trágico accidente.
fjb