La figura de como el principal divulgador de la obra de en América Latina, el viaje por el desierto, un postre bautizado con el nombre del escritor checo y una cita que devino en la desaparición de una persona son pistas que sirven para trazar una genealogía cultural, indirecta, de Kafka en México.

Ha pasado un siglo de su muerte (3 de junio de 1924). El primer contacto con la obra de Kafka en el mundo hispánico fue en 1925, cuando la Revista de Occidente, bajo la dirección de José Ortega y Gasset, publicó una traducción anónima de "La metamorfosis", explica el poeta y ensayista Ernesto Lumbreras (Premio Mazatlán 2020), quien ha investigado el tránsito de la obra de Kafka en nuestro ámbito. Esta primera traducción de La metamorfosis se ha atribuido al escritor republicano Ramón María Tenreiro, que murió en 1939.

Lumbreras continúa: en México Kafka vio la luz por primera vez con la publicación del relato “Ante la ley” en la revista Bandera de Provincias (Guadalajara, octubre de 1929) con traducción de Efraín González Luna, que después fundaría el Partido Acción Nacional (PAN). “Era una revista que hacían artistas y escritores jóvenes, católicos, que habían salido, metafóricamente, del campo de batalla de la Cristiada”.

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La segunda aparición reconocida en Hispanoamérica fue —continúa— en la revista Imán, que sólo editó un número (París, 1931). Su secretario de redacción era el cubano Alejo Carpentier; en ella, el escritor estridentista Arqueles Vela publicó su traducción de “La condena”, uno de los pocos textos rescatados por Kafka en vida.

Algo es definitivo, señala Lumbreras: la difusión del epicentro de la literatura de Kafka en Hispanoamérica se dio en Argentina, primero con la revista Sur, que en 1936 publicó algunos textos de Kafka; luego, en 1938, la editorial Emecé lanzó la primera antología e incluyó una traducción de "La metamorfosis" —muy similar a la que publicó Revista de Occidente— que se le atribuyó a Borges: “En los años 80, Borges acusó que jamás quiso apropiarse de la traducción de "La metamorfosis", sino que pasó por una indolencia del editor de la primera antología, que era su cuñado, Guillermo de Torre; Borges confirmó que él no hizo la traducción. Además, como sabía un poco de alemán habría preferido títularlo como "La transformación" y no "La metamorfosis".

Se ha barajado también que la traductora de la novela fue Margarita Nelken, republicana asentada en México, conocida crítica de arte e hija de alemanes: “Me resulta más confiable el nombre de Tenreiro porque él escribió una especie de perfil de Kafka para la Revista de Occidente”, precisa.

La ya citada antología de Emecé “tuvo muchas ediciones y deslumbró a la generación del Boom, algo que anota en Vivir para contarla; es la edición que leyeron Juan José Arreola y Augusto Monterroso. Hablamos de finales de los 40, principios de los 50, cuando Kafka ya tiene un estatuto de clásico moderno”, afirma el también ganador del Premio Nacional de Poesía Aguascalientes en 1992 y reitera que, en el segundo momento de recepción del escritor checo, el gran divulgador fue Borges: “Kafka fue leído bajo la óptica, el estímulo y el preámbulo de Borges”. Monterroso, continúa, dialoga con la obra de Kafka en varios textos; Arreola lo hace en “El guardagujas”, que tiene el ADN de la espera, la burocracia y la angustia; Octavio Paz hace un texto de recreación en Corriente alterna a partir del personaje de Gregorio Samsa, a quien compara con El asno de oro, de Apuleyo.

 Así llegó la literatura de Kafka  a Latinoamérica y su familia a México
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“Llama la atención que en la obra de Juan García Ponce, uno de los principales divulgadores de la literatura alemana en México, Kafka no ocupa un lugar central, como sí lo tienen Thomas Mann y Robert Musil. También es notorio que en El imperio perdido, de José María Pérez Gay, ensayo clave para comprender las literaturas centroeuropeas, a Kafka no se le da un sitio primordial”. Lumbreras recuerda que, a principios de la década del 80, José Emilio Pacheco habló, en su columna Inventario, de Respiración artificial, de Ricardo Piglia, novela entonces desconocida en México. Recuerda que la trama plantea el encuentro ficticio entre un joven Adolf Hitler, como estudiante de la academia de Artes de Praga, y Franz Kafka: “Esto le sirve a Pacheco para señalar el espanto de la literatura anticipatoria de los campos de concentración”.

Entre las décadas del 50 y del 60 hubo tres publicaciones mexicanas donde, en distintos momentos, se reflejó el interés por Kafka: la Revista Mexicana de Literatura, la Revista de la Universidad y el suplemento México en la Cultura, que en 1964 publicó El tren de cristal. Pieza basada en La metamorfosis de Kafka, de Agustí Bartra. “La digestión de Kafka se hizo en estas publicaciones”.

Para Shelley Frisch, traductora al inglés de la biografía de Kafka escrita por Reiner Stach, el autor de El proceso “empujó los límites de lo que podemos pensar y escribir. La interpretación de sus obras no es un juego de suma cero, sino una invitación a que los lectores entren y encuentren verdades esenciales en estas obras de ficción”.

Kafka en México

El origen de la frase “Si Kafka hubiera nacido en México sería un autor costumbrista” es peculiar, cuenta Lumbreras: “Gracias a la sabiduría de Gabriel Zaid, supe que el autor de la frase fue Alejandro Palma Argüelles, primer director de Canal 13. Lo dijo en una reunión, al final del periodo de Luis Echeverría, donde estaban Daniel Cosío Villegas y periodistas”.

Pero el verdadero giro de la anécdota lo da un hecho más reciente: “En Twitter encontré que Palma Argüelles desapareció en 2015. Está su ficha de búsqueda y no se sabe más de él, salvo que una mujer lo citó en una galería. Quien reproduce la ficha le pide a López Dóriga que replique la nota”.

Dato curioso aparte, destaca que, como abogado, Kafka tiene cierta autoridad en el mundo de los seguros (evaluaba reclamaciones para una compañía) y fue el primero en proponer a los patrones el uso de cascos. “Los cascos se usaban en la guerra, no en las fábricas. Y eso, al parecer, es mérito de Kafka”, señala Lumbreras. Frisch retoma la palabra y se centra en la nítida compasión del escritor hacia “las víctimas de accidentes laborales y heridas de guerra en su trabajo diurno”.

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Un punto de contacto directo entre Kafka y México es relatado por el escritor Franco Félix en la crónica Kafka en traje de baño. Antes del término de la Segunda Guerra Mundial —entre 1938 y 1941—, cuando los judíos fueron trasladados a campos de concentración, llegaron a Sonora Ladislao y Bela Kafka, nietos de un primo de Kafka que también se llamaba Franz —“parece que el nombre era común en la época”, dice Félix, que, en su investigación, encontró una base de datos de la comunidad judía que ingresó a México de 1900 a 1950. “Entre todos esos pasaportes hallé el de Bela Kafka, que incluye notas de los movimientos que hizo al interior del país. Se señala que vino de Hungría y se dirigió a Nacozari, pueblo perdido en el desierto. Fue una revelación inmensa para mí. Los dos hermanos hicieron vida en Sonora; eran comerciantes y se dedicaron a la mueblería”.

“Pensar que, de no morir prematuramente, Kafka hubiera acabado en México alimenta la imaginación de los lectores”, señala y explica que a una parte de la familia no le causaba orgullo ni interés el parentesco con Kafka. “En cambio, otra parte llegó a la capital y puso la pastelería Viena, en los años 40 o 50, en la Condesa. Décadas después se convirtió en la pastelería Bondy en Polanco. Ellos me confirmaron que estaban orgullosos del parentesco y hasta había un pastelillo con su nombre”.

Aunque nadie ha hablado a profundidad de los Kafka en México, hay bibliografía sobre la presencia de su familia en el extranjero. En El clan de los Kafka, de Anthony Northey, publicado por Tusquets a finales de los 80, se rastreó, por ejemplo, el paso de los familiares por Estados Unidos. Félix recuerda el artículo “Los parientes de Kafka” (La Jornada, 1998), de Bárbara Jacobs, sobre la presencia de ellos en Cuba y Argentina. “Jacobs menciona que uno de los parientes de Kafka, tras emigrar a Buenos Aires y luego casarse en Nueva York con una mujer de la alta sociedad, llevó a los tribunales a su socio, general T. Coleman du Pont, y al ministro de Hacienda de México, Adolfo de la Huerta, durante una visita oficial de este último a Nueva York en 1922”, abunda Félix.

El nombre de Kafka resuena —termina Frisch— “en las culturas que han sentido que el mundo está desajustado. Que nosotros estamos desajustados dentro de un mundo desajustado".

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