Los horarios de trabajo en los talleres del Reclusorio Preventivo Varonil Oriente se cumplen sin excepción. Todos los días, menos los domingos, día de descanso, la entrada es a las 9 de la mañana. Dependiendo del trabajo es la hora de la comida. Pero la salida siempre es a las 5 de la tarde. Después, los reclusos vuelven a sus celdas, que en su mayoría están sobrepobladas.
Para muchos internos, trabajar en los talleres es olvidar que están privados de la libertad. Representa obtener un ingreso económico que puede hacer la diferencia entre una vida precaria y una vida con algunas comodidades.
De acuerdo con información de la Subsecretaría del Sistema Penitenciario de la Ciudad de México, el Reclusorio Oriente tiene tres talleres empresariales (administrados por empresas privadas) y dos de autoconsumo (tortillería y panadería).
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Esta es la crónica de la visita de EL UNIVERSAL al Reclusorio Oriente para conocer las labores del taller de artesanías Arts Factory, Carpintería, Corte y Grabado Láser, empresa dedicada al manejo de la madera por medio de láser, en donde se realizan cortes y grabados para formar figuras de madera.
Adentrarse al Reclusorio Oriente no resulta fácil para un medio de comunicación. “No nos autorizaron que hablaran con un PPL (Persona Privada de su Libertad)”, dijo a este diario el área de Comunicación del Subsistema Penitenciario minutos antes de ingresar.
Tras insistir, se autoriza un testimonio. “Disculpen, es que desde que se fue el jefe (Omar García) Harfuch las cosas han cambiado”, comenta alguien del área.
Para ingresar se deben pasar filtros de seguridad. Los guardias que nos acompañan a reportero y fotógrafo son secos, revisan varias veces nuestros bolsillos.
En un puesto de control dejamos nuestras identificaciones. Nos colocan un sello que parece invisible, pero que se puede ver con luz ultravioleta. Luego de caminar unos metros y pasar más filtros, ingresamos al Reclusorio.
Un letrero indica nuestra parada: Talleres. Al caminar, autoridades del centro penitenciario subrayan que no se puede entrevistar a nadie más, y que no se pueden tomar fotografías del rostro de los presos.
Al avanzar, el sonido de una prisión se hace evidente. Caminamos por un pasillo con rejas. Del otro lado se encuentran los reclusos, en un gran patio, en donde se ejercitan, conversan o sólo nos miran.
Al finalizar el patio, caminamos por fuera de los talleres de autoconsumo. Un recluso saca algunas charolas vacías de pan. Del otro lado, un señor de edad avanzada tiene a la venta, en el suelo, películas pirata y discos.
En la entrada al área de talleres, un interno tiene un puesto improvisado donde corta el cabello. Incluso tiene una bocina, donde música en inglés de la década de los 80 suena e invade el pasillo. Así nos reciben en el centro penitenciario más poblado de la Ciudad de México, con 8 mil 3 reclusos.
Al llegar al taller, la madera se puede oler desde afuera. Los guardias vuelven a pedir que no se tomen fotos o entrevisten a otros internos. Ahí nos recibe Héctor Silva Adame, quien lleva 12 años de trabajo en el taller. Por su permanencia y compromiso, la dueña de la empresa lo nombró encargado.
En contraste con la población total del Reclusorio Oriente, el taller sólo está formado por 11 personas.
De acuerdo con datos del Sistema Penitenciario capitalino, el Reclusorio Oriente tiene una sobrepoblación de 35%, ya que su capacidad original es para 5 mil 931 internos.
Pero dentro del pequeño taller se puede notar la alegría de los reclusos que ahí laboran. No están acostumbrados a recibir visitas distintas a la de las autoridades o de la dueña del taller, Raquel Bonilla Alonzo, quien ingresa regularmente para supervisar los trabajos y dejar los materiales.
Dividido en dos pisos, el taller cuenta con máquinas especializadas en corte láser. Además tiene un área de diseño, en donde Héctor Silva y otro interno realizan diseños tridimensionales, los cuales son cortados de forma especializada por las máquinas y ensamblados por otros talleristas, quienes completan las artesanías de forma manual.
Actualmente se realizan y comercializan diversas figuras, como automóviles, motocicletas, tanques de guerra, libretas personalizadas, exhibidores, alcancías temáticas, castillos de muñecas, figuras de la Torre Eiffel, de la Basílica de Guadalupe y artículos de temporada como altares para el Día de muertos y árboles de Navidad.
Por su trabajo en el taller, cada uno de los reos reciben el salario mínimo (248.93 pesos) y una comida al día, además de la que reciben por parte del Reclusorio.
Para Héctor Silva, el taller es una forma de llevar mejor su reclusión. En entrevista, el reo expresa que el aprendizaje obtenido en 12 años de trabajo será una herramienta para enfrentar el mundo una vez que obtenga su libertad.
“Lo que se busca aquí es tener una buena convivencia. Por obvias razones, a veces la gente puede ser conflictiva, pero aquí aprendimos que nuestra pena privativa está de la puerta para afuera; aquí encontramos un trabajo con un ambiente que trata de ser lo más sano y tener un día que no te lleve a pensar en las preocupaciones”, señala.
Añade que no le preocupa salir y no encontrar trabajo, ya que el taller le ha brindado herramientas para vivir la vida con creatividad. “Desgraciadamente, cuando uno es exrecluso, tienes ese pequeño detalle, que a veces las personas dicen ‘espérame tantito’, pero al adquirir un oficio se aligera la situación, puedes tener opciones”.
Aunque cuenta con pocos trabajadores, el taller ha cambiado la vida de al menos una decena de personas. Tal es el caso de Marco Cantera Martínez, quien fue condenado a una pena de 22 años de prisión por el delito de homicidio.
Cantera narra que, gracias al taller, su condena se redujo a 14 años. Hoy, ya en libertad, dice:
“Poco a poco fui aprendiendo; yo entré sin saber. Un amigo que tuve en la cárcel me ofreció el trabajo; empecé desde lo primero, cortando, ensamblando, luego hice armados, y, ya al final, aprendí a hacer acabados y terminados; de empezar de cero terminé aprendiendo a finalizar una pieza”.
Marco Cantera cuenta que su vida mejoró al ingresar al taller, ya que tuvo la necesidad económica y aprovechó la oportunidad de aprender. “Al trabajar yo olvidaba que estaba en prisión, el trabajo me hizo perder la noción de estar ahí adentro, para mí fue como si hubiera sido ayer, 10 años pasaron rápido”.
Cantera detalla que, al salir de la cárcel, comenzó a trabajar con la madera, ya que adquirió un oficio.
“Sigo colaborando con el taller, ahora yo distribuyó algunas piezas. Pero lo que más me dejó es que pude tomar cursos, ir a la escuela, ya que el taller me apoyaba. Obtuve mi libertad, eso es lo que agradezco. Tuve un error grave y lo pagué.”.
Por su parte, Bonilla Alonzo explica que el objetivo del taller es ayudar a los internos a encontrar un oficio, además de colaborar a que su empresa se expanda. “A veces escuchamos muchas cosas afuera, algunas ciertas, otras no, pero estando aquí y al compartir tiempo con los muchachos, te da un poco más de seguridad entrar”, señala.
Además explica que la producción de piezas depende de la temporada, pero durante todo el año los reclusos se mantienen con trabajo.
Las artesanías se venden en diferentes puntos, como un stand permanente en el Centro de Coyoacán y diversas ferias artesanales itinerantes. La próxima venta será el 1, 2 y 3 de marzo en la Feria Internacional las Manos del Mundo, en Expo Reforma.
Al finalizar nuestra visita, Héctor Silva y Raquel Bonilla se despiden con alegría. Al salir de las instalaciones, en uno de los pasillos, hasta el fondo, se aprecia la zona de celdas. Uno de los guardias señala que no caminemos para allá o de lo contrario no volveremos a salir del Reclusorio.