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Este año, el premio Pritzker, el más importante y prestigioso en el campo de la arquitectura, recayó en el japonés Arata Isozaki, quien nació en Oita, en la isla de Kyushu, el 23 de julio de 1931, y estudió en la Universidad de Tokio.
Para contextualizar la forma en que Isozaki fue cimentando su formación académica y profesional se debe tomar en cuenta que le tocó vivir el periodo anterior a la Segunda Guerra Mundial, así como los horrores de ésta y la época de posguerra.
“La condición de Japón antes, durante y después de la guerra influyó en su concepción del mundo y en la manera de entender cómo la arquitectura puede ser un vehículo para transformarlo”, señala Emilio Canek Fernández Herrera, coordinador del Colegio Académico de la licenciatura en Arquitectura de la Facultad de Arquitectura de la UNAM.
Concepto del ma
De acuerdo con Fernández Herrera, en varios artículos que ha escrito, Isozaki habla de un concepto japonés tradicional —el concepto del ma— que hace referencia al espacio o vacío que hay entre los objetos.
“El concepto del ma fue decisivo para que Isozaki asumiera que el vacío entre las cosas también podía remitirse a lo que quedó en Japón después de la guerra; es decir, se percató de que el vacío permitía reconfigurar y restructurar toda la cultura japonesa y proyectarla hacia el futuro.”
Isozaki tiene una visión tradicional japonesa, pero también una visión occidental, abierta al mundo. Por eso se le considera el más occidental de los arquitectos orientales. Gracias a esta doble visión ha construido un diálogo muy fluido entre oriente y occidente, al grado que su arquitectura puede encajar muy bien en las ciudades occidentales más vibrantes, como Los Ángeles o Sidney.
“Esta doble visión le ha dado a sus obras una gran apertura, aunque también un carácter un tanto camaleónico. En ellas no reconocemos un estilo que, a fuerza de repetirse, va forjando una línea monolítica, sino adecuaciones, reflexiones constantes y mutaciones. Algunas de sus obras recientes son completamente ajenas a lo que construyó en sus inicios”, dice Fernández Herrera.
Obras y gestoría
Entre las obras tempranas de Isozaki sobresale el croquis y la maqueta de “La ciudad en el aire” (1961), ambos conformados por edificios que a partir de una sola estructura pueden tener crecimientos casi biológicos.
“‘La ciudad en el aire’ se encuadra dentro de la corriente metabolista, la cual se originó en Japón hacia 1959 para plantear cómo podría ser la ciudad del futuro. Casi todos los proyectos de esta corriente no se construyen, sólo son hipótesis imaginarias. De todos modos van quedando aspectos de ellos que consolidan una lógica proyectual que después se desarrolla”, apunta el académico universitario.
“Isozaki y Kapoor hicieron esta obra con la mente puesta en los sismos que ocurren en Japón. Ark Nova puede ser un refugio, pero en realidad es una pieza escultórica que proyecta belleza sobre la destrucción. Me parece que habla de la mutabilidad que se percibe en el quehacer arquitectónico del japonés”, indica Fernández Herrera.
El arquitecto japonés destaca también por su labor de gestión para llevar a cabo proyectos en los que participan renombrados arquitectos de otros países, como Jean Nouvel, Steven Holl y Rem Koolhaas. Uno de esos proyectos es Nexus, un conjunto de viviendas en las afueras de Fukuoka, Japón.
“En efecto, Isozaki es el gran gestor que ha hecho posible que muchas obras surjan y se conviertan en un referente de la arquitectura contemporánea”, finaliza Fernández Herrera.