A través de una videollamada, mientras en México termina el día y en Francia pasa de la medianoche, , narradora y ensayista argentina nominada al premio Booker en 2018 por "Matate, amor", empieza por disertar sobre el proceso de escritura de " ", su segunda novela —cuya edición mexicana fue publicada en semanas recientes por el sello Dharma Books— y termina con la descripción de una época donde el pensamiento enajenado, la hipocresía y la doble moral son cada vez más fuertes.

¿Cuál es el origen de la edición mexicana de La débil mental?

Estuve muchos años con ediciones en otros países, traducciones y adaptaciones al teatro. Recuerdo con cariño la cantidad de veces que fui a México y los libros no estaban editados allá. Los lectores que tenían ganas de leerla, porque la conocían por otros países, la compraban en Amazon o la traficaban. Se pasaban el texto comprado en Perú, Ecuador, Argentina y otros países latinoamericanos o simplemente a través de un PDF ilegal. Ese tráfico, esa clandestinidad, entre comillas, con los libros o los textos en talleres, me parecía asombrosa porque hablaba de un deseo de leer mis novelas. Por suerte, llegó Dharma Books hace no tanto, pocos años, y allí pensaron que Matate, amor se merecía una reedición junto con La débil mental. Luego vendrá Precoz para que haya una estética en común.

¿Cómo fue el proceso de escritura de La débil mental?

Es un libro de 2014 que ha recorrido muchos países, traducciones, ediciones y adaptaciones al teatro. Es una novela que conozco mucho, su camino ha sido intenso con los lectores y con la crítica. Es un libro muy teatral. Hay un doble fenómeno de lo cómico y lo trágico continuamente, yo diría que casi en cada oración y cada frase. La débil mental tiene arraigado algo de bipolaridad, de una doble conciencia teatral y literaria, cómica y trágica, absurda y nihilista. El proceso de escritura fue parecido en hermandad, en espejo, al de las otras novelas que también escribí bajo condiciones similares. Como en una especie de cárcel elegida, en el sentido de la voluntad de aislarse, encerrada en un medio natural como el campo y corrida del mundo. Con La débil mental recuerdo estar como afuera, sólo en el mundo de la novela para escribirla.

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¿Cómo describirías esta novela?

Tiene un mundo cerrado, único y singular, como esas obras autónomas que no dependen del mundo, que están por fuera de él, como te decía antes: en una burbuja, en otro estadío. Yo diría que es una novela exiliada del mundo: no es realista, tampoco surrealista ni hiperrealista. Hay algo del orden de la indefinición que me gusta en la escritura y el arte. La novela es como cavar y cavar y cavar un pozo que no termina nunca. Están los hombres que son fantasmas dando vueltas. Diría que la novela está llena de fantasmas y espíritus. Es la historia de todo ese amor, ese odio y esa pasión desbordada en la relación entre una madre y una hija.

EL DATO

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La débil mental, recién publicada por la editorial mexicana Dharma Books, fue escrita por Harwicz en 2014 con una gran recepción.

Hay una relación clara entre La débil mental y Matate, amor; una parece narrada por la hija y la otra, por la madre

Es cierto, tienes razón. En Matate, amor la voz cantante, la voz principal, el soliloquio, no para nunca. La conciencia que no para nunca es la madre. En La débil mental es deliberadamente más ambiguo porque, si bien identificamos a la débil mental como la hija, en primera instancia y por momentos, también es la madre. Se confunden sus voces, sus cabezas, sus cerebros, sus sexos. Todo el tiempo está ese juego de vaivén, de péndulo, entre madre e hija, ¿quién es la madre, quién es la hija, quién es la débil mental? La madre también es la débil mental

Hay un afán de provocación en tu escritura muy notorio, ¿es correcto?

Yo diría que sí, pero no es la provocación entendida como algo banal, pasajero o sin trascendencia, como una especie de provocación por sí misma: provocar y formar parte del sistema es como ser el idiota útil que actúa dentro de lo permitido. En ese sentido, espero que no sea así porque entonces el arte no tendría trascendencia. Pero me gustaría pensar, al menos es un deseo, que mis novelas y lo que escribo tratan de provocarlo todo, de quemarlo todo, de incendiarlo todo, como una especie de arma química o nuclear o, por lo menos, de balacera. Esa violencia contra el mundo, contra la injusticia y el cinismo; esa voluntad de ir a ver los lugares donde no hay que asomarse es una voluntad de provocar. Yo no imagino la escritura, el arte, una composición musical o un cuadro que no provoque. Pero, repito, no es la provocación tonta de cinco minutos, sino algo más profundo, realmente una batalla.

“Me gustaría pensar, al menos es un deseo, que mis novelas y lo que escribo tratan de provocarlo todo, de quemarlo todo, de incendiarlo todo, como una especie de arma química o nuclear o, por lo menos, de balacera”.

¿Qué buscas provocar en el lector?

No es algo consciente porque uno no escribe diciéndose, al menos yo no, qué va a provocar en el lector, qué va a tratar de generarle. Yo no escribo con la conciencia de que hay un lector, imaginándolo, queriendo provocarle una emoción determinada. Mi escritura no se activa ni emerge así. Uno escribe para salvarse, para irradiar algo, para encontrar algo. Uno escribe en busca de algo, pero es más un proceso interno que después traerá los resultados con el lector. Pero a priori no estoy pensando en el lector cuando escribo; eso provocaría una escritura efectista que, creo, sería notaría. A posteriori, más allá de no estar pensándolo, me gustaría escribir para inspirar cierta rebeldía, cierta emoción. La emoción es sagrada.

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¿Qué tipo de obras te interesan?

Me interesan las escrituras que tienen la voluntad de no usar el diccionario, la jerga, la lengua impuesta como la lengua que impuso del Tercer Reich de Alemania. La lengua impuesta por las dictaduras con ánimos totalitarios. Estamos viviendo en una especie de pretotalitarismo muy de Europa del Este. Me interesa cuando una lengua sale de su órbita, como cuando un radar deja de captar dónde está el avión.

¿Crees que este tiempo está cerca de los fundamentalismos y las ideologías radicales?

Estamos viviendo un momento de gran cinismo y gran hipocresía. Una especie de vuelta a la hipocresía de las democracias occidentales. Un momento de gran cobardía política en el arte y la sociedad. Como ya se sabe, cada uno sólo quiere salvarse: salvar su clase, su condición, su existencia, su posición, sus bienes. Todo lo contrario a la década del 70 del siglo XX. Más allá de que hubo guerrillas, muertes, dictaduras, atentados y mucho terrorismo, me parece que había en la educación, en el aire, mayor rebeldía. La rebeldía es violenta, pero la no rebeldía también lo es. Las grandes causas han muerto para muchos autores y sólo queda sobrevivir cada uno. La épica y los grandes sentimientos desaparecieron. Las cumbres de la novela decimonónica, las grandes cruzadas, las grandes batallas, las grandes épicas están como dormidas, apaciguadas, y sólo queda un reflejo pálido del ser humano. Por supuesto que vivimos en tiempos cercanos al fundamentalismo. Las democracias occidentales aceptan dejarse perforar por esos fundamentalismos porque también es bisnes, es un electorado y son clientes. En Europa se ve prácticamente todos los días. El fascismo entra, pero lo dejan entran, le abren la puerta porque les conviene. Los fundamentalistas son consumidores y hoy todos somos consumidores. Mientras consuman no importa cuán fundamentalista sean. Son tiempos de gran cinismo y alianzas muy extrañas: las feministas en Europa aliadas a los fundamentalistas islámicos, cuando ellos consideran a la mujer como inferior; también está el renacer del antisemitismo. Oscuro siglo XXI.

“Hay algo del orden de la indefinición que me gusta en la escritura y el arte. La novela es como cavar y cavar un pozo que no termina nunca”.

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