En la primera mitad del siglo XIX mexicano destacaban dos tipos de mujeres: las amas de casa que, recluidas en su hogar, se dedicaban a la cocina, el bordado, la música, la pintura y la lectura; y las mujeres del pueblo, que vendían frutas, tortillas, flores y aguas frescas en las calles, las plazas públicas y los mercados.

Su historia, no contada, silenciada, olvidada incluso por los historiadores del arte, ha sido rescatada por Angélica Velázquez Guadarrama, investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas (IIE) de la UNAM, en su libro Representaciones femeninas en la primera mitad del siglo XIX en México. Ángeles del hogar y musas callejeras (coedición del IIE y la Dirección General de Publicaciones de la UNAM, 2018).

El interés de Velázquez Guadarrama es divulgar el trabajo de pintoras como Josefa Sanromán y Eulalia Lucio, pero, sobre todo, dar a conocer cómo a través de su obra —y también de pinturas, litografías, grabados y fotografías hechos por hombres— se formaron los estereotipos de la mujer mexicana.

“Las protagonistas de mi libro son las imágenes de y sobre las mujeres, sus representaciones, su construcción y articulación visual en los procesos artísticos, visuales y políticos”, añade.

Vidas contrastantes

Las representaciones de las mujeres de las clases media y alta son diferentes de las de las mujeres de la clase baja. Las primeras eran vistas como los “ángeles del hogar”; las segundas, como las “musas callejeras”. Ambos conceptos, utilizados en el subtítulo del libro de Velázquez Guadarrama, definen sus contrastes en la vida cotidiana: unas en la casa, las otras en la calle.

Ángeles del hogar y musas callejeras
Ángeles del hogar y musas callejeras

Musa callejera es también el título de un poemario de Guillermo Prieto publicado en 1883, en el que el vate mexicano, con el lenguaje popular de la “leperusca”, retrata al “pueblo bajo” y su trajín en la vía pública, las fondas, las cantinas y las vecindades.

Símbolo de domesticidad

Además de pintores, ilustradores y fotógrafos de la época, Velázquez Guadarrama aborda en su libro a cuatro pintoras y su obra: Juliana y Josefa Sanromán, Guadalupe Carpio y Eulalia Lucio.

“Estas dos últimas eran hijas de dos médicos: Manuel Carpio y Rafael Lucio, uno poeta y profesor, y otro director, coleccionista y estudioso de la lepra, ambos de la Escuela Nacional de Medicina”, comenta la investigadora universitaria.

Representaciones femeninas en la primera mitad del siglo XIX en México. Ángeles del hogar y musas callejeras se divide en dos partes acordes con su subtitulo.

La práctica de la costura como símbolo de la domesticidad de los “ángeles del hogar” se puede apreciar en pinturas como Gabinete de costura, de Josefa Sanromán, y Soñando, de Daniel Dávila, así como en la naturaleza muerta Cuadro con objetos para bordar, de Eulalia Lucio.

Seductora belleza

En la galería de los tipos nacionales sobresale la chiera, que era la vendedora de aguas frescas (de chía, limón, horchata y tamarindo), presente ya desde la época virreinal en los cuadros de castas.

Una de las primeras imágenes de la chiera en el siglo XIX fue la que dejó el ilustrador Joaquín Heredia en su litografía Puesto de chía en Semana Santa. En ella se ve a una mujer joven, de rostro agraciado, estrecha cintura y formas curvilíneas y generosas, con los pies y el nacimiento de los senos al descubierto.

En India frutera, Édouard Pingret retrata a una vendedora de frutas de seductora belleza en los andadores de la Alameda de la Ciudad de México. Y en Vendedora de frutas y vieja, José Agustín Arrieta hace una metáfora del cuerpo femenino y los frutos, así como del celestinaje.

Ángeles del hogar y musas callejeras
Ángeles del hogar y musas callejeras

“Las protagonistas de mi libro son las imágenes de y sobre las mujeres, sus representaciones, su construcción y articulación visual en los procesos artísticos, visuales y políticos”
ANGÉLICA VELÁZQUEZ GUADARRAMA, Investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas

Un pintor que cultivó el costumbrismo con éxito fue el michoacano Manuel Ocaranza, quien en 1871 presentó en la Academia de San Carlos La flor del lago, una trajinera del Valle de México cuya imagen pletórica de juventud, delicadeza y aislamiento predomina en el imaginario nacional.

Para Silvia Marina Arrom, profesora emérita de la Brandeis University, en Estados Unidos, Representaciones femeninas en la primera mitad del siglo XIX en México. Ángeles del hogar y musas callejeras es un aporte clave a la historia del arte y de la cultura, así como a la historia de la mujer y del género.

“Con un enfoque interdisciplinario, Velázquez Guadarrama demuestra que el arte, aun el costumbrista, es una construcción que representa la ideología del artista sobre género, raza y clase, y sirve a la vez para conformar los roles sexuales y los imaginarios nacionales”, agrega.

“Techo de cristal”

¿Qué se les exigía a las “musas callejeras”? La investigadora de la UNAM responde: “No podían estar todo el tiempo encerradas en su casa y cumplir con los mandatos burgueses para las mujeres del siglo XIX: pudor y recogimiento dentro del hogar. Tenían que salir a la calle para ganarse la vida y mantener a su familia. Eran mal vistas y estaban expuestas al galanteo y al acoso. Al final se convirtieron en el estereotipo de la belleza nacional.”

Por lo que se refiere a los “ángeles del hogar”, las amas de casa, muchas de las cuales son también trabajadoras asalariadas, afortunadamente hoy en día ya no se les estigmatiza.

“Sin embargo, pese a que no existe una legislación en el país, incluso en la Universidad, que impida a las mujeres aspirar a los puestos laborales más altos, hay un ‘techo de cristal’ que por lo general no les permite alcanzarlos. Entre más altos sean, figuran menos mujeres”, lamenta Velázquez Guadarrama.

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