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El antropólogo, sociólogo y ensayista Roger Bartra, Premio Nacional de Ciencias y Artes 2013, advierte que en México sí existe la libertad de expresión, pero que el presidente Andrés Manuel López Obrador la pone en peligro con sus ataques diarios a la prensa y con los listados sobre quiénes son críticos y quiénes no. Además, acusa una reacción “furiosa” del Ejecutivo al desplegado “En defensa de la libertad de expresión”, firmado por más de 650 intelectuales.
El investigador emérito en la UNAM y en el Sistema Nacional de Investigadores desde 2014, autor de La fractura mexicana: izquierda y derecha en la transición mexicana (2009), advierte que el desplegado generó afirmaciones de que había intenciones golpistas. “¡Los intelectuales intentando darle un golpe de Estado al Presidente autoritario que ha militarizado al país como nunca antes! Da risa”.
En entrevista con EL UNIVERSAL, Bartra concluye que el debate serio en México no pasa por la Presidencia: “López Obrador no debate, él insulta”, sostiene.
La publicación del desplegado “En defensa de la libertad de expresión” ha generado un intenso debate. ¿Qué opina de las reacciones en redes sociales y en medios de comunicación?
La primera reacción fue la del Presidente que, furioso, nos acusó en bloque de conservadores a los más de 650 firmantes, y agregó otra mentira: que nos habíamos dedicado a aplaudir y a quemarle incienso a los gobiernos neoliberales. A continuación, se desencadenó una rabiosa campaña en redes y en diversos medios afirmando incluso que nuestro reclamo manifestaba intenciones golpistas. ¡Los intelectuales intentando darle un golpe de Estado al presidente autoritario que ha militarizado al país como nunca antes! Da risa. Pero sí se dio un amplio debate entre periodistas y columnistas sobre el problema central que planteamos: la libertad de expresión se encuentra asediada por un poder ejecutivo que regaña todos los días a la prensa y a sus críticos. La buena recepción que tuvo en los medios nuestro reclamo es muy alentadora, y revela que sí hay la percepción de que la libertad se encuentra amenazada por el poder del gobierno.
Hay funcionarios, simpatizantes de este gobierno, que apuntan a que no está en riesgo la libertad de expresión, por el contrario, que lo que ha ocurrido es que los medios tradicionales se enfrentan a una crisis de credibilidad. ¿Qué opina?
La libertad de expresión se ha ido ganando poco a poco en México desde finales del siglo pasado. Se manifestó en la creciente pluralidad de expresiones ideológicas, culturales y políticas en los medios de comunicación. La transición democrática aceleró la presencia de una diversidad de puntos de vista en los medios. El problema al que se enfrenta el gobierno es que buena parte de la prensa y de la intelectualidad tiene una actitud crítica hacia la 4T. Pero el Presidente se muestra impaciente ante la crítica y lo manifiesta cotidianamente. El gobierno mantiene un freno a la libertad de expresión y a la pluralidad en los muy tradicionales medios televisivos. En los dos monopolios de la TV es fácil advertir que se limita la libertad de expresión. Allí los presidentes han sido los monarcas casi absolutos. Y allí es donde hay una crisis de credibilidad, precisamente porque la libre expresión de ideas es frenada y hay poca pluralidad.
Hay otras voces que señalan que el Presidente, como figura de poder, no puede entablar un diálogo entre iguales con otros sectores de la sociedad. ¿Qué le parece?
Los medios masivos de información obligadamente difunden a diario lo que dice y argumenta el Presidente. Eso sucede en México desde hace decenios. López Obrador está abusando de este poder como nunca. No hay igualdad entre quien abusa del megáfono mañanero para confrontar a sus críticos y los medios que pueden usar intelectuales y opinadores. Estos últimos tienen muy poco acceso a la televisión, en comparación a la presencia impuesta e ineludible del Presidente en todos los medios, todos los días y casi a todas horas.
¿El Presidente tiene derecho a decir lo que piensa?
Todos tenemos derecho a decir lo que pensamos. Un presidente que aspire a tener una estatura de estadista tiene el deber de no decir mentiras. Una mentira lanzada desde el poder ejecutivo tiene inmensas repercusiones, muy dañinas y perjudiciales. Envenena el ambiente político. Se vanagloria de ser el presidente más criticado de la historia reciente; si ello es cierto, cosa dudosa, es debido a que insulta todo el tiempo a los medios y a los críticos. Genera constantemente respuestas a sus mentiras, simplificaciones y exageraciones. Hace poco incluso divulgó una lista negra de columnistas que lo critican. Presentó un estudio según el cual dos terceras partes de los comentaristas son críticos, lo que demuestra que hay libertad de expresión. Desde luego que la hay, pero el Presidente la pone en peligro al publicar listas de nombres que le disgustan.
En las manifestaciones recientes por la defensa de los fideicomisos, el doctor Martín Aluja, Premio Nacional de Ciencias, exigió respeto a los científicos y, con molestia, indicó que no merecía ser tratado como un corrupto. En este sentido, ¿el desplegado advierte, precisamente, al daño que pueden ocasionar las acusaciones generales que hacen los funcionarios, entre ellos, el propio Presidente?
El problema con la agresividad del gobierno contra los críticos es que siempre va acompañada de la insinuación de que están ligados al fraude. Incluso los científicos alejados de la acción política han sido tachados de corruptos porque han criticado los tremendos recortes que ha hecho este gobierno a la ciencia y a la cultura. El gobierno, con su manía por la austeridad, donde ve una herida purulenta se decide a cortar todo el brazo o la pierna completa. No persigue la corrupción: aniquila a sectores del propio gobierno. No enjuicia a los corruptos, sino que aniquila las instituciones. No lleva a la justicia a los funcionarios fraudulentos que pretende haber detectado: aniquila las funciones. En vez de llevar a juicio a los expresidentes, hace un simulacro, lo que busca es un espectáculo, no hacer justicia. Estimula el linchamiento de los expresidentes, a quienes no se atreve o no quiere llevar a la justicia. Es más fácil lapidarlos o exhibirlos en la picota.
López Obrador le respondió a los 650 abajo-firmantes que más bien debían pedir disculpas por haber apoyado el neoliberalismo y haber callado ante el despojo.
López Obrador quiere que todos se disculpen: el rey de España, el Papa y los intelectuales. El Presidente se cree impregnado de la profunda sabiduría del pueblo mexicano y en esa calidad de representante del alma nacional divide a los mexicanos en dos bandos, los que lo apoyan (que son la inmensa mayoría) y los que lo critican (que son unos pocos conservadores neoliberales). Se niega a aceptar cualquier matiz. Es la típica actitud del populista. Pero el populismo de López Obrador es claramente de derecha. Basta observar su negativa a elevar los impuestos de los ricos, su rechazo a medidas anticíclicas de corte socialdemócrata o su moralina reaccionaria.
Usted firmó también la carta “Contra la deriva autoritaria y por la defensa de la democracia”. La respuesta, como ahora, fue prácticamente la misma. Cuando el Presidente parece no querer escuchar, ¿qué más queda por hacer para hacerse escuchar y para abrir el debate público?
Ha quedado claro que el debate serio en México no pasa por la Presidencia. El presidente escucha selectivamente y en aquella ocasión decidió fulminar de inmediato a los treinta intelectuales que firmamos aquella carta. Dijo que acaso “lo único que pueda reprocharse a tan famosos personajes es su falta de honestidad política e intelectual”. ¿Eso es debatir? ¡No! Eso es insultar. Él no debate, él insulta. La discusión de las ideas no parece posible en ese terreno; hay que llevarla a los medios, a las revistas, a las universidades, a la sociedad civil, lejos de la burbuja política en la que vive el Presidente.
Ha dicho que los presidentes populistas mantienen una tensa relación con los intelectuales. Si bien no es posible saber qué ocurrirá en el futuro, ¿qué considera usted qué podría provocar esta relación entre la intelectualidad mexicana y el presidente de la República?
El Presidente ha perdido la discusión intelectual. La inmensa mayoría de los intelectuales en México ha adoptado una actitud crítica ante su gobierno. López Obrador los ha insultado, los ha menospreciado y se ha negado a entenderlos. Este retroceso en el medio intelectual se lo ha ido ganando a pulso durante dos años de presidencia y ahora se encuentra en una situación difícil. Por eso contesta con tanta irritación las críticas que se le hacen. Ha atacado con acritud a dos importantes foros intelectuales del país, las revistas Letras Libres y Nexos.
Usted ha sido crítico de este gobierno y ha advertido del peligro de restaurar el autoritarismo. ¿Cuál es el papel que debe jugar la intelectualidad frente a esa restauración?
Durante toda mi vida he sido crítico del autoritarismo priísta. Yo creo que hay un serio intento de restauración o, más bien, de regeneración del antiguo régimen autoritario. Es un intento condenado al fracaso, pero que al tratar de llevarse a la práctica genera un gran desorden y una inmensa confusión. Cada vez hay más intelectuales, opinadores y columnistas que se percatan de este intento de retroceso. Infinidad de grupos están movilizándose para frenar el autoritarismo en las elecciones de 2021. Allí está la asociación Sí por México, que representa a un abanico muy plural.