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La hostilidad desde la Presidencia hacia la crítica es profundamente contraria a la creación de una sociedad democrática, es una de las ideas que plantea el crítico de arte y curador en jefe del MUAC, Cuauhtémoc Medina. La libertad de expresión, la crítica, el contexto del país, los intelectuales y el poder, y la publicidad gubernamental en los medios son temas de la conversación.
El historiador afirma que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha creado una estructura de hegemonía de opinión que semeja una estructura de distorsión; que tiene la idea de que se debe gobernar con la invención de enemigos.
Durante la entrevista resalta una paradoja: López Obrador ha dado oxígeno a las ideas de grupos que iban de salida. También considera que el país necesita concebir una forma como el gasto de publicidad del gobierno tenga una estructura de decisión que no sea política.
¿Qué pasa en este momento con la crítica en México?
Si bien no hay una estructura de censura clásica, hay una movilización de la opinión pública de parte del gobierno que cierra las posibilidades de la interacción más o menos sana que debe existir entre gestión pública y crítica libre. Un elemento que distorsiona profundamente el sentido de la existencia de la opinión pública es que se produzca una relación adversaria entre una Presidencia, que explícitamente está demandando una prensa y una opinión pública afiliada y apoyadora de sus actos, y un constante despliegue de intolerancia y de movilización de masas, en contra de la crítica. Esa hostilidad es profundamente contraria a la consolidación de una sociedad democrática. Una relativa indiferencia ante la crítica que le resulta adversa era algo que debía esperarse de la autoridad.
El gobierno ha montado un sistema de información directo, ideologizado y partidista hacia la población, que tiene su encarnación en la comunicación presidencial, y es contrario a la funcionalidad (y hasta el nombre) de “los medios”. Constituir una estructura informativa que trata de rebasar la pluralidad mediática en la forma de la mañanera y, además, englobar en una serie de medios sospechosamente adictos y en un uso de las redes sociales constituido de un partidarismo personalista desmedido, es algo que representa el día de hoy un ataque hacia la existencia misma de la opinión pública como tal.
Y como hemos visto en otros países —Rusia, Estados Unidos y Brasil, la única forma de silenciamiento de la crítica no es la modalidad clásica del cierre de medios o de la desaparición de información.
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¿Son modalidades también, el colocar a los que critican en un extremo, en un bando, o el descalificarlos con sus nombres públicamente?
Eso colabora en la distorsión de la esfera pública. Pero hay otro problema, me parece que la Presidencia —pues hablar de su partido es imposible— ha caído en la suposición que se ha empleado en otros países latinoamericanos, de pensar que se debe gobernar con una invención constante de enemigos y con la creación de un proceso de antagonismo. Es una técnica de gobierno donde la población no se ve como una ciudadanía que tiene que estar evaluando las posiciones de los políticos y las acciones de gobierno, sino como una serie de frentes absolutos que no admiten al ciudadano la critica particular. El problema es que esa lógica, que es la lógica que conocemos de los años 1930 y de la Guerra Fría, correspondía a fórmulas de gobierno y de sociedad que sí eran antagónicas. Sí hubo dos polos en la guerra Fría, y sí hubo una batalla entre democracia y socialismo contra fascismo. Lo inquietante en este momento del siglo XXI es que vemos gobiernos que generan divisiones absolutas sobre formas de gestión fundamentalmente carentes de sustancia. Lo que vivimos es una pantomima de antagonismo como método de dominio.
¿De qué le sirve al gobierno ese antagonismo?
Para producir una fijación de lealtad. El gobierno instiga a una parte de la sociedad no a evaluar —como le corresponde a la sociedad— lo que los gobernantes hacen, sino a plantearse la fidelidad, en este caso, a un líder. Se busca lealtad en lugar de ciudadanía.
Antagonismo e intelectuales
Cuauhtémoc Medina recupera unas palabras de Carlos Monsiváis cuando decía que la definición de los intelectuales en México es la de “aquellos a quienes el gobierno designa como intelectuales”. Y abunda:
Aquí hay un problema, donde el Estado y un grupo --que en algún momento tuvo una función de conducción intelectual pero hoy son una sombra-- han convenido en llamarse unos a otro ‘el gobierno’ y ‘ los intelectuales’. Esas designaciones son una convención. Ciertos liderazgos intelectuales que hubieran tenido sentido en 1980 se están prolongando artificialmente con esta batalla. Para los grupos Nexos y Vuelta esto es la lotería: AMLO es su viagra. Debería haber renovación de ideas, de cuadros y de referentes, pero lo que tenemos es un estancamiento en una gerontocracia, una batalla de viejitos masculinos que incluye el reciclaje de expresidentes. Y tenemos del otro lado una simbología que cada día se acerca más, no te voy a decir al siglo XIX, sino a los héroes de Díaz Ordaz. Si el siglo XX descartó el modelo del poder personal, mesiánico, es porque ha probado sus desventajas democráticas, económicas o prácticas.
Por otra parte, Medina cuestiona: “La acción de la señora ésta que es la sierva de la Función Pública (Irma Eréndira Sandoval) sobre la revista “Nexos” sí se aproxima a un manejo profundamente dictatorial de las estructuras públicas. Lo que a mí me preocupa de esta situación es que toda esta tensión solamente sirve a generar dos relatos que son insulsos. No estoy en contra de los antagonismos. Lo trágico es que tengamos antagonismos insulsos.”
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Hubo un desplegado y una carta. ¿Qué piensas de los dos documentos?
El desplegado me parece una reacción natural pero no está haciendo el análisis puntual, y está produciendo una rehabilitación de un liderazgo intelectual que es anacrónico tanto como el Presidente.
La carta es un documento en extremo deprimente que le está hablando al Presidente en el código cristiano que quizás él reconoce. Es una condena con el tono profético como las que hacía Jeremías en ese libro que nadie lee que se llama la Biblia.
Prefiero en este caso, por un asunto formal, la protesta que hicieron los intelectuales convenidos porque defiende un principio que es democrático: el control del poder presidencial.
Se arrastra una relación no siempre clara entre Estado y medios de comunicación…
El gobierno tiene obligaciones y una sería dar condiciones económicas para sustentar el aparato intelectual y el de crítica. Hay un problema muy serio en la descripción que se hace desde la Presidencia de la manera como operaban los medios en el pasado. Efectivamente, la estructura del periodismo y también la estructura de vida intelectual se ha sostenido por los impuestos, en una parte, por una forma que no era del todo apropiada, pero que tampoco era ilegal.
Sería mejor tener una estructura donde el gasto de publicidad del gobierno tuviera una vía de decisión no política porque, efectivamente, es una forma de vida social que el mercado no está sosteniendo, y que es importante subsidiar como un bien social: la existencia de opinión y de prensa. La Presidencia demoniza un sistema que era funcional pero no ilegal; es grotesco y es parte de una situación demagógica. Esto, paradójicamente, está retrayendo los liderazgos gerontocráticos; de una manera paradójica le está dando oxígeno a posiciones que iban de salida.
¿A quiénes te refieres?
Creo que a las posiciones más visibles. A Enrique Krauze no lo respeto como historiador, pero es protagonista de la historia intelectual de México. Es un poquito defectuoso para la nación que alguien que tiene la trayectoria de asociaciones políticas de Krauze tenga ahora algún tipo de significado oposicionista. Estamos ante un tipo de actor que nos convendría que escribiera sus memorias. Efectivamente, el Presidente escoge quiénes son los intelectuales de México, y la manera como lo está haciendo es dándoles palos.
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¿Se ha perdido el debate?
Todo es parte de una forma de deterioro de la vida intelectual en México. Estamos en una situación de la relación de la Presidencia con los intelectuales, que es de apapacho grotesco, como sucede con Epigmenio Ibarra o con esa persona que tiene incontinencia verbal y que está a cargo de desmantelar el Fondo de Cultura Económica, y del otro lado es una relación a palos. Esto no produce ni vida intelectual ni vida crítica.
Técnicamente el debate no existe porque no hay una discusión. Yo preferiría que hubiera una relación entre el gobierno y la crítica mucho más específica y que tuviera tracción. Que el que alguien señalara que hay un problema produjera una reacción para atender el problema.
Un ejemplo ha sido la administración de la crisis epidemiológica. Que haya una comunidad científica que está haciendo señalamientos de orden crítico, pero además, propuestas, y que haya un medio con autoridad como “The Lancet”, que haga una crítica, y que la reacción de la contraparte del gobierno –que además tiene un doctorado— sea descalificar esas posiciones, pues hace de este un momento de deterioro ya no sólo de los personajes, sino de la vida científica del país. La polémica debe existir, pero lo que me parece trágico es que las relaciones con el campo cultural, el de opinión y el científico, están siendo nulificadas. Para un país donde haya creencias y posiciones puramente emotivas, tenemos suficiente con el futbol.
“La Presidencia ha caído en la suposición de pensar que se debe gobernar con la invención constante de enemigos y con la creación de un proceso de antagonismo”, Cuauhtémoc Medina.
Si bien están abiertas las tribunas para hablar, hay una descalificación de esas voces a las que se supone que se les dio la palabra, y una especie de mensaje de apropiación de la verdad
Estamos en una situación que podemos definir como la de una opinión pública sin eficacia. El problema de la verdad es que sólo se puede plantear en términos específicos y estadísticos; la cuestión de cómo comprobar un aserto requiere una investigación concreta y la valoración de ciertos datos, pero estamos en medio de una gritoniza donde el partido de gobierno –que se supone que iba a ser garante de una transformación democrática— se convirtió en un culto personalista y el gran responsable de esa situación es el Presidente de la República.
La cantidad de mentiras, falsedades e imprecisiones que están brotando de una política informativa que, como el Presidente ha admitido, no está preparada e informada, causa un deterioro de la escena pública, porque está contaminando el espacio de información. Pero al mismo tiempo sucede que tenemos una prensa que –por su miseria también-- no está siendo capaz de llevar a cabo su trabajo ni la función social de hacer periodismo de investigación, de comprobar datos. Para eso se necesita que haya recursos, profesionalismo y diversidad de temas. Es negativo que el tema lo dicte el Palacio presidencial.
La solución pasa por un periodismo más profesional y de investigación…
El método de paso de dinero de la Presidencia a los medios amigos ya no puede reinstalarse, pero lo que sí tiene que haber es una participación de los recursos públicos a efecto de sostener el periodismo crítico, y un mecanismo no político para poder llevar a cabo esa función. El problema es que el Estado mexicano, como se está llevando en este momento, es totalmente catastrófico en relación a abordar los problemas del futuro.
La idea de que los gobiernos debían emanar de un líder carismático personal tuvo su momento de auge en los años 30 en Europa, y en los 40 y 50 en Latinoamérica. El resultado fueron guerras, dictaduras y fracaso social generalizado. El crimen de López Obrador es que está formando un Estado bajo los modelos 1930, cuando estamos sufriendo los dilemas de la década de 2030.