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La Casa Universitaria del Libro (Casul; Orizaba 24, Roma) fue la sede donde se llevó a cabo el segundo de tres homenajes, en el marco del Festival Cultura UNAM, dedicados al escritor Ignacio Solares. Moderados por Guadalupe Alonso, titular de la Casul, Rosa Beltrán, coordinadora de Difusión Cultural de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); Myrna Ortega, viuda de Solares, y tres amigos y colegas del autor de "Madero, el otro": José Gordón, Javier Sicilia y Martín Solares, recordaron ciertas anécdotas y hablaron sobre el legado del escritor fallecido el pasado 24 de agosto.
Gordon, primero en tomar la palabra, le pidió al público imaginar a Solares en su estudio, a mitad de la noche, justo en el momento en que se le viene a la mente la palabra "intervalo", e hizo una digresión sobre los tránsitos del silencio a lo escrito, de la vigilia al sueño y de la vida a la muerte. Recordó que al intervalo se le conoce como "fuego blanco" y que uno escribe con tinta negra sobre dicho fuego blanco: "Cuando estamos en un momento entre lo uno y lo otro resplandece la realidad. Ese hueco, ese intervalo, fue un hallazgo definitivo para Solares".
Uno de los puntos donde los tránsitos enlistados tienen más notoriedad en su obra es "Madero el otro", reflexión —abundó Gordon— sobre lo que significa que haya más de una versión de lo que le sucede a un personaje histórico y, en palabras de Martín Solares, una clase magistral sobre el arte de narrar, a la que emparentó con algunas de las novelas históricas mexicanas de las últimas décadas: "Noticias del Imperio", de Fernando del Paso, "El seductor de la patria", de Enrique Serna, y "El rostro de piedra", de Eduardo Antonio Parra. "Madero, el otro parece hecha con nada, pero esa nada es el arte de la literatura", continuó.
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Entre sus intervenciones, Alonso enfatizó que a Ignacio Solares y Javier Sicilia los unió un diálogo constante sobre la espiritualidad y la religión. Palabras que reiteró el autor de "Tríptico del Desierto" al señalar que Vicente Leñero o el propio Solares no se veían a sí mismos como escritores católicos, sino como católicos escritores.
La gran pregunta de Solares sobre el cristianismo tiene que ver con que Cristo revela a Dios, ¿pero quién es Dios?, dijo Sicilia, en una intervención que tuvo puntos de coincidencia con la de Gordon: "Todo lo fantástico de su literatura no es más que la captación de ese instante vacío donde aparece lo extraordinario". El día de su funeral , contó, por ejemplo, que llegó una corona con un nombre peculiar: Francisco I. Madero.
Cuando fue su turno, Beltrán recordó que lo conoció en 1995 junto a un par de escritores con los que Solares formó un trío inseparable: Gonzalo Celorio y Hernán Lara Zavala. De inmediato, Beltrán y Solares coincidieron en su gusto por "Largo viaje hacia la noche", de O'Neill; Solares también le presentó a Mónica Lavín y tuvo pláticas con la actual coordinadora de Difusión Cultural de la UNAM sobre psicoanálisis. Se debatían entre Freud y Jung y, en el caso del ganador del Premio Nacional de Ciencias y Artes en 2010, la balanza se inclinaba hacia Jung por la fascinación que en él ejerció la sincronicidad.
Beltrán recordó los ciclos que Solares organizó en el Juan Ruiz de Alarcón, con montajes de Margules, Gurrola, Ibáñez y Tavira, entre otros, así como el inicio del Carro de Comedias o los 300 programas de televisión, impulsados por él, sobre la Revista de la Universidad.
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Por último, Ortega, directora de Descarga Cultura UNAM y compañera de vida de Solares durante 45 años, habló sobre los libros y escritores que le apasionaron. "La lectura era su fuga, su agarradera", dijo y lo describió como un lector voraz desde la infancia; de esos primeros años, en los que lo acompañaron Defoe y Verne, conservó una edición de "El retrato de Dorian Gray", de Wilde, proveniente de la biblioteca paterna. Años después, ya en la madurez, sus pasos regresaron sobre Conan Doyle y "El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde", de Stevenson.
"Los miserables", una de sus novelas favoritas, fue un regalo de su padre, quien incluyó una emotiva dedicatoria: "Para mi hijo porque esta novela cambió mi vida". A la par, los viajes literarios lo apasionaron y lo llevaron a visitar las casas de sus autores favoritos. Ortega recordó la insistencia de Solares por conocer la casa de Victor Hugo, aunque quizá esto no fue muy diferente en los casos de Dostoievski, Balzac, Unamuno, Freud, Kafka, el Barrio de las Letras en Madrid ―donde se pueden seguir los pasos de Cervantes, Lope de Vega, Quevedo y demás clásicos―, El Floridita, bar cubano frecuentado por Hemingway, y el restaurante de Londres en el que Virginia Woolf pedía jamón con piña.
De la Colina y Leñero fueron importantes en una vida como lector que maduró junto a ellos, dijo Ortega y no omitió la inquietud que la mística despertó en Solares ―"le interesaba la otredad, las realidad ajenas"― y que pasó por la lectura de Krishnamurti en la juventud, a la que sucedieron el monje Thomas Merton y títulos como "La ola es el mar", de Willigis Jäger, hasta llegar a los escritores católicos Léon Bloy, Paul Claudel, Georges Bernanos y Graham Greene. "Leyó a Erich Fromm y estudió con él en su casa en Cuernavaca junto a los 12 discípulos".
La religión, entendida como la relación del hombre con Dios y lo sagrado, no le impidió acercarse al existencialismo de Sartre, que pronto, para él, fue superado por el humanismo de Camus. Quizá sea imposible hacer una lista absoluta de autores, pero Ortega menciona a muchos: Chesterton, Kafka, Buzzati, Melville, Lawrence y James, tanto por su clásica novela "Otra vuelta de tuerca", como por los cuentos "El altar de los muertos" y "El rincón feliz"; escritores a los que leyó sentado, durante horas, en una mecedora incómoda, mientras movía la cabeza de izquierda a derecha a la manera de quien niega. Leyó biografías de escritores e intentó abarcar todo lo que encontró sobre la historia de México a la hora de escribir "Madero, el otro". Sus últimas relecturas fueron "La condición humana", de Malraux, y "Los hermanos Karamázov" y "Los endemoniados", de Dostoievski. En español valoró, en particular, a Fuentes y Cortázar.
Ortega cerró el homenaje con una cita de William Blake, escritor que justo vio la otredad y tocó realidades nuevas: "El agradecimiento ya es el cielo".
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