Las violencias machistas son muchas y tienen muchos matices, asegura la locutora y escritora Elvira Liceaga, quien la explora desde la maternidad y el deseo o la negativa de las mujeres a maternar en su novela “Las vigilantes” (Lumen), en la que coloca a tres mujeres: Catalina, Julia --madre e hija-- y Silvia --una joven embarazada que dará a su hijo en adopción--, ante algunas de las grandes cuestiones: cómo es nuestra relación con ese origen que es la madre y el cuidado, a veces vigilante, del otro.
“Ceo que cuando a las violencias machistas las agrupamos o generalizamos, nos cegamos de ver algunas batallas que necesitamos luchar”, señala Liceaga quien no deja de ver en la maternidad y en el concepto de maternar, otra violencia, mucho más soterrada y menos denunciada, contra las mujeres.
“La cantidad de niñas que dejan la escuela en este país por quedarse a cuidar a sus hermanos es alarmante y la cantidad de niñas y jóvenes que no pueden elegir un camino propio porque se tienen que quedar en casa es horrorosa, ¿qué hacemos como sociedad para redistribuir los cuidados?, ¿qué hacemos como sociedad para apoyar a que estas niñas puedan tener una vida autogestiva?, ¿qué no estamos haciendo porque ellas se queden en casa?”, señala la escritora.
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En “Las vigilantes” que es su primera novela, Elvira Liceaga explora ese punto ciego de la sociedad que son las niñas que se quedan en casa y de quienes se esperan no nada más cuiden a sus hermanos, sino que después cuiden a sus papás, “me interesa explorar por qué hemos construido una sociedad que se olvida de tantas niñas en ciudades y en comunidades; me interesa evidenciar que hay un olvido ahí, que es un problema estructural, pero también social de cómo percibimos las vidas que consideramos que son importantes y que es una violencia estructural y social”.
La escritora señala que esta novela nació a partir de la relación de la protagonista, Julia, por una parte con la escritura, que es una relación en la cual ella fracasa constantemente, y de la relación de Julia con su madre, Catalina, que es una terapeuta jubilada. Julia regresa a México luego de estar muchos años en el extranjero y tras esos años, y ya jubilada, la madre ya no está dispuesta a volver a jugar el roll de cuidadora, de quien cría, entonces Julia se enfrenta a cuidarse por sí misma. Pero en ese regreso conoce a Silvia, una chica que está embarazada y no quiere ser madre y va a dar a su hija en adopción.
“En Silvia encontramos la ambivalencia de estar embarazada y no querer ser madre, la conexión con el hijo que lleva dentro y no querer criarlo y al mismo tiempo el deseo de no maternar, de no dedicar su vida al cuidado y la crianza Me interesaba mucho explorar la maternidad desde estos otros ángulos que son como los puntos de fuga de muchos libros sobre la maternidad y se descubre que no hay una maternidad, sino muchas maternidades, y a mí me interesaban las madres que no quieren ser madres pero que son madres”, afirma Liceaga.
Pero además de ese tema, le interesaba también explorar que se materna a veces en la amistad, a veces son las hijas las que cuidan a las madres. Un tema que también le interesaba es la usencia de los hijos, “el hijo del que nos despedimos cuando lo damos en adopción, el hijo que falleció, la hija que asesinaron, me interesaba explorar como con un microscopio cuáles son las formas de hacer la vida vivible después de una tragedia como perder a un hijo, y parte de lo que la novela explora es cómo nos cuidamos las unas a las otras y cómo a veces en ese cuidado hay verticalidades”.
“Las vigilantes” habla sobre maternidades, pero también desde los diálogos entre los cuerpos de diferentes mujeres en diferentes situaciones, cada una de estas tres mujeres están en un momento que no es una normalidad: una está en un embarazo, otra se acaba de jubilar y la hija regresa y entonces tiene que reconfigurar su realidad.
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“En mi familia se han vivido muchos duelos por muertes infantiles y desde luego esas heridas, esos dolores han permeado a la ficción que escribí. Es mi peor pesadilla y me interesa mostrar cómo se vive con esa ausencia y cómo se vive con las cicatrices que nunca van a terminar de sanar. Nunca una termina de hacer las paces con eso y nunca termina de entenderlo, hay algo inenarrable y por eso también la narradora fracasa en la escritura, porque ella quiere con la escritura recordar y eso es imposible”, dice la narradora.
Elvira Liceaga asegura que se ha escrito mucho de las madres devoradoras de hijas y como en esa proyección sobre sus hijas, les fagocitan la vida; pero a ella le interesaban las hijas que se sienten abandonadas y que no saben quiénes son sin la madre; pero con una madre que no quiere ser tanto madre.
“Quería evitar las culpas, quería demostrar que uno está en todo su derecho de cansarse de ser madre y delimitar su maternidad o maternar en sus propios términos y también quería mostrar que uno está en todo su derecho de no querer ser madre nunca y de ninguna manera. Pero también quería mostrar los matices de tomar esas decisiones, y las contradicciones y las ambivalencias y la impureza que hay en todas las formas de ejercer la vida y nuestros derechos”, concluye Liceaga.
melc