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Lo que nunca debió haber ocurrido, ocurrió: según datos del informe “Impacto de la pandemia en niñas y niños”, dado a conocer el pasado 19 de agosto por la Secretaría de Gobernación del gobierno mexicano, en 2020, el número de suicidios de niños y adolescentes de ambos sexos en el país alcanzó la cifra récord de mil 150, lo que representó un crecimiento de 12% con respecto a 2019.
Los suicidios de niños de 10 a 14 años, detalla este informe, aumentaron 37%; y los de adolescentes mujeres de 15 a 19 años, 12%. Asimismo, entre 2018 y 2020, el pensamiento suicida en adolescentes aumentó de 5.1% a 6.9%; y su conducta suicida, de 3.9% a 6%.
En opinión de Gabriela Ruiz Serrano, investigadora de la Escuela Nacional de Trabajo Social de la UNAM, todos estos datos nos deben alertar y empujar a pensar que el suicidio de niños y adolescentes no es un fenómeno aislado del resto de los problemas sociales y
familiares.
“No sólo tiene que ver con un deterioro de la salud mental a consecuencia de una depresión. Con el confinamiento por la pandemia de Covid-19, los problemas sociales, en los que la pobreza, la desigualdad y la falta de oportunidades juegan un papel de primer orden, se agudizaron. Innumerables familias han atravesado por condiciones laborales y económicas muy difíciles. Además, al estar fuera del contexto escolar, tanto los infantes como los adolescentes no han podido construir relaciones vinculares con sus amigos y compañeros. Por si fuera poco, ha habido un incremento de la violencia familiar y muchos niños han sido víctimas de abuso sexual y psicológico dentro de su propio hogar. Entonces es importante mirar el suicidio de infantes y adolescentes no como un fenómeno aislado, sino como un fenómeno que somatiza otros problemas que se viven en el país.”
Señales de alerta
Diversos estudios documentan algunas señales de alerta de una depresión en niños y adolescentes que eventualmente pudiera conducirlos a un intento de suicidio, como trastornos del sueño (en específico insomnio), terrores nocturnos, enuresis (incontinencia urinaria), encopresis (incontinencia fecal), cambio de hábitos alimenticios, aislamiento, comportamiento inestable, irritabilidad y enojo sin una causa aparente.
“Los niños no expresan las emociones del mismo modo que las personas adultas. Por eso, cuando un niño se muestra demasiado enojado, debemos considerar la posibilidad de que más bien padezca una depresión y que ese enojo en realidad esté enmascarando este trastorno emocional. El cuidado de los niños es una responsabilidad social, y si la familia advierte una o varias de estas señales de alerta, de inmediato tiene que pedir ayuda y asesoramiento a un especialista en salud mental”, explica la investigadora.
Actualmente, la salud mental es una categoría polivalente que debe ser comprendida desde diferentes dimensiones: psicológicas, sociales, culturales…
“Los profesionistas que nos dedicamos a la salud mental desde la psicología, el trabajo social, la antropología… tenemos que poner nuestros conocimientos a disposición de las comunidades y las familias para que logren un mejor desarrollo. Y en cuanto al cuidado de los niños y adolescentes, insisto: es una responsabilidad social. Así, en la medida en que los cuidemos, estaremos cuidando también los procesos de nuestras comunidades”, agrega Ruiz Serrano.
Orientación
En México hay alrededor de 40 millones de personas con un rango de edad de cero a 18 años; y de éstas, por lo menos 20 millones no logran satisfacer sus necesidades ni sus derechos fundamentales (por lo que se refiere a los niños con un referente étnico, nueve de cada 10 están en la misma situación) y ocho de cada 10 niños han sufrido abuso corporal en sus hogares como una medida de crianza, de acuerdo con un informe elaborado por la Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM).
Y, para colmo de males, México ya es el primer país productor de pornografía infantil, por encima de Tailandia; y entre enero y junio de 2020, las denuncias por este tipo de pornografía aumentaron 157% con respecto al mismo periodo de 2019, también de acuerdo con la REDIM.
Acerca de esto último, la investigadora dice: “Hoy en día, como los niños y adolescentes dedican muchísimo tiempo a las redes sociales e Internet, sus padres o tutores estamos obligados a conocer los contenidos que ven y a examinar la manera en que establecen relaciones con sus pares y personas adultas, ya que así podremos disponer de más información para orientarlos. Su exploración del mundo es absolutamente válida, pero implica riesgos y peligros.”
Regreso a clases
Debido la pandemia, el último año y medio, los niños han vivido, dentro del ámbito doméstico, en condiciones no propicias para desarrollarse integralmente y ejercer a cabalidad sus derechos.
De ahí que, basado en el análisis de los daños que pueden acarrearles el confinamiento y la falta de socialización, el gobierno mexicano hiciera un llamado para que regresaran a clases el lunes 30 de agosto del año en curso.
“Las clases no sólo se relacionan con la adquisición de conocimientos y la obtención de un certificado escolar que permita pasar al siguiente grado, sino también con lo que la escuela como institución representa: vínculos, escenarios de socialización y aprendizaje de las habilidades para vivir en sociedad. Con todo, el proceso de desconfinamiento no será nada fácil. En este momento, nuestro cerebro piensa en la sobrevivencia y, claro, no pocos padres y madres sentimos temor de que nuestros hijos puedan contagiarse con el virus SARS- CoV-2 en la escuela. Pero si ponemos en una balanza las afectaciones biopsicosocioculturales de la pandemia y los beneficios del regreso a clases, podemos ir creando —a partir de las medidas dictadas por el gobierno y organismos internacionales como el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia [UNICEF, por sus siglas en inglés], pero también de una conciencia social— las estrategias necesarias para que dicho regreso sea lo más seguro y exitoso posible”, finaliza Gabriela Ruiz Serrano.