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Huberto Batis, el ensayista, investigador, crítico literario, bibliófilo y denodado pornógrafo pero ante todo maestro de escritores y patriarca del periodismo cultural, que cultivó como pocos la solvencia intelectual de la academia y la pulcritud del periodismo literario, murió el pasado miércoles a los 83 años, en su casa de Tlalpan, al sur de la Ciudad de México, a causa de la fibrosis pulmonar que padecía desde hace varios años.

El escritor y periodista que perteneció a una generación de jóvenes, brillantes y escandalosos que pronto dieron en llamar Generación del Medio Siglo —donde estaban creadores como Inés Arredondo, Juan García Ponce, Juan José Gurrola y Juan Vicente Melo— forjó una carrera de 57 años impartiendo clases en la UNAM y una vida en los suplementos culturales que le ganaron el título de Patriarca del periodismo cultural.

Batis, el célebre editor que ha sido definido como provocador, iconoclasta, erotómano, editor fúrico y a veces maledicente, abrió las puertas a decenas de escritores y periodistas en las varias revistas y suplementos culturales que dirigió; y desde esas mismas páginas puso al erotismo y a la polémica en la atención de lectores.

El maestro universitario que desde las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM enseñó a sus alumnos que hacer un suplemento es lo mismo que agarrarse a golpes con la mediocridad y las medias tintas, nació en Guadalajara, Jalisco, el 29 de diciembre de 1934. Cuando llegó a la Ciudad de México, a mediados de los años 50, lo primero que hizo fue cambiar en su apellido la “z” por una “s” y le quitó el acento, así dejó de llamarse Agustín Huberto Bátiz Martínez y selló el nombre con el que se volvió celebrado y temido: Huberto Batis.

Maestro en Lengua y Literatura Españolas por la UNAM, Batis fundó escuela desde 1960 cuando creó Cuadernos del Viento, una revista que mantuvo viva hasta 1967 y que hizo junto con Carlos Valdés, uno de sus primeros cómplices. A partir de ahí vendría una larga cadena de publicaciones en las que colaboró: fue jefe de redacción de la revista del Banco de México; editor en la Dirección General de Publicaciones de la UNAM, que tuvo a su cargo el último año; formó parte de la redacción de la Revista Mexicana de Literatura, bajo la dirección de Juan García Ponce; y director de la Revista de Bellas Artes.

Batis, el maestro que desde un sillón de su casa, dictó sus últimas colaboraciones que se publicaron en EL UNIVERSAL, en las páginas del suplemento cultural Confabulario, dejó su impronta en varios sitios: fue coordinador de ediciones de los XIX Juegos Olímpicos; coeditor de la colección SepSetentas y trabajó en la dirección editorial del Fondo de Cultura Económica; editó la revista La Capital; fue investigador y director del Centro de Estudios Literarios de la UNAM; coordinador editorial de Cuadernos de Poesía de la UNAM; y del taller de crónica del INBA; hasta que llegó sábado, el suplemento de unomásuno en 1977 y que dirigió desde 1987 hasta mediados de 1999.

“Me lancé a la más larga aventura de mi vida (duró 22 años)”, escribió Batis al recordar su paso por sábado en el libro Por sus comas los conoceréis, un compendio de “peripecias, conflictos, triunfos y descalabros” de ese suplemento al que todavía estuvo ligado un tiempo a través de su mítico “Laberinto de Papel” y mediante la organización de fotografías y documentos del archivo del célebre sábado, donde descubrió y dio cabida a decenas de escritores como Evodio Escalante, Guillermo Sheridan, Guillermo Fadanelli y Enrique Serna.

Como investigador, Huberto Batis elaboró los índices de la revista El Renacimiento, dirigida por Ignacio Manuel Altamarino, que fue su tesis de maestría (Índices de El Renacimiento. Semanario literario mexicano (1869), UNAM, 1963), y cuya edición facsimilar coordinó en 1979 para conmemorar el 50 Aniversario de la Autonomía Universitaria. Fue colaborador de El Heraldo Cultural, La cultura en México, Siempre!  y Artes de México; Premio de Periodismo Cultural Fernando Benítez 2001 y en 2009 recibió la Medalla de Oro de Bellas Artes.

La aventura de ser “Batis”. Antes de considerarse maestro de periodistas, escritores y editores, Huberto Batis se asumió como alumno: primero de sus maestros jesuitas en el Instituto de Ciencias en Guadalajara, de donde su padre lo sacó de las orejas por involucrarse en pleitos estudiantiles; y después del juniorato jesuita de San Cayetano, a donde entró con la intención de hacer carrera religiosa. La aventura duró sólo unos años, pero ahí desarrolló una excelente redacción, ortografía y una distancia de la fe católica con la que se reconcilió al final de su vida.

En realidad su oficio fue incomodar a las mentes recatadas, lo hizo con fe, en especial en sábado a través de dos columnas que fomentaron la polémica: El desolladero y El diván. En la primera se dieron las polémicas culturales; en la segunda, los contenidos eróticos que eran escándalo para las buenas conciencias.

Él decía: “El periodismo cultural es el comprometido, defiende sus puntos de vista en artículos informativos en periódicos convencionales, si bien tiende a ser dogmático e intransigente”.

Su gran triunfo fue su apertura y entusiasmo por las propuestas de los más jóvenes; lo hizo desde el periodismo y desde las aulas. El pasado miércoles, se fue el sabio de la edición, el intelectual provocador y hombre con gran sentido del humor.

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