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El 7 de marzo de 2015, Fernando del Paso, quien falleció ayer a los 83 años en Guadalajara, Jalisco, reapareció en la escena literaria tras varios infartos y complicaciones que lo mantuvieron cerca de los hospitales y lejos de la vida pública. Ese mismo año, en que celebró su cumpleaños 80, decidió volver y con voz fuerte al recibir el Premio José Emilio Pacheco a la Excelencia Literaria que otorga la Feria Internacional de la Lectura de Yucatán, dijo:
“¡Ay, José Emilio! ¿Qué vamos a hacer, qué se puede hacer con 23 mil desaparecidos en unos cuantos años? ¿O son 23 mil 43? ¿Y cómo sabemos quiénes son culpables? ¿O vamos a fabricar culpables por medio de la tortura, como es nuestra costumbre?”.
Aunque con ciertas deficiencias del lenguaje, en Mérida, Yucatán, el escritor, diplomático, publicista y académico —nacido en la Ciudad de México el 1 de abril de 1935— fue enfático cuando señaló: “Dime José Emilio: ¿A qué hora, cuándo permitimos que México se corrompiera hasta los huesos? ¿A qué hora nuestro país se deshizo en nuestras manos para ser víctima del crimen organizado, el narcotráfico y la violencia?”.
La vida del autor fue plena: viajó, leyó, escribió, sembró palabras y cosechó lectores. Nunca dejó de decir lo que pesaba. A finales de 2014, en la FIL Guadalajara, Del Paso alzó su grito trémulo: “Que el presidente Peña Nieto sepa que Ayotzinapa somos todos”.
Del Paso, el escritor que quería ser médico, murió como quiso hacerlo: publicando; hace apenas unos días el Fondo de Cultura Económica lanzó el más reciente libro del llamado Emperador de la Palabra, uno de sus proyectos más acariciados: La muerte se va a Granada, pieza dramática en verso que recrea los últimos días de Federico García Lorca.
Esa pieza en dos actos la dedicó a sus hijas: Adriana y Paulina, dos de sus cuatro amores: los otros fueron su hijo Alejandro y su esposa Socorro. La obra sería comentada por el escritor en el marco de la próxima Feria Internacional del Libro de Guadalajara, donde también participaría en el homenaje a Juan José Arreola.
El autor de obras fundamentales para la literatura hispanoamericana, como Noticias del imperio, Palinuro de México y José Trigo, hizo de 2015 su año. Recibió varios homenajes y recibió tres galardones: el Premio José Emilio Pacheco a la Excelencia Literaria, el Premio Granito de Arena —organizado por la Universidad de Guadalajara— y, para cerrar, el Cervantes de las Letras, que recibió de manos del Rey Felipe IV, en España, el 23 de abril de 2016.
Al recibir ese prestigioso premio dijo: “Las cosas no han cambiado en México sino para empeorar, continúan los atracos, las extorsiones, los secuestros, las desapariciones, los feminicidios, la discriminación, los abusos de poder, la corrupción, la impunidad y el cinismo. Criticar a mi país en un país extranjero me da vergüenza. Pues bien, me trago esa vergüenza” y aprovechó ese foro para denunciar la aprobación de la bautizada como Ley Atenco. Y remató: “Esto pareciera tan sólo el principio de un estado totalitario que no podemos permitir. No denunciarlo, eso sí que me daría aún más vergüenza”.
El día que le fue anunciado el Cervantes, el autor dijo a EL UNIVERSAL: “Nuestro gobierno no ha hecho nada porque prevalece la miseria entre los 50 millones de pobres y empobrecidos, desempleados y empleados con un salario mínimo, de hambre y víctimas de la extorsión, el crimen organizado y el narcotráfico dejan de contribuir a la grandeza del territorio y de la historia de México no con granitos de arena, sino con granitos de pólvora”.
Publicó además obras como Linda 67 y Viaje alrededor de El Quijote, y fue publicista y dibujante. Estudió el bachillerato en Ciencias Químicas y cursó materias de Economía. Quiso ser médico por una inspiración romántica, como su protagonista de Palinuro de México, pero cambió de parecer.
Vino luego la certeza de que su verdadera vocación era la literatura, la cual pulió bajo las lecturas de William Faulkner, Christian Wolfe, James Joyce, Juan Rulfo, Lezama Lima y Lewis Carroll, entre otros escritores.
A la literatura le dedicó la vida y nunca se arrepintió. “Me siento muy, muy contento, aunque uno nunca está 100% satisfecho. De todos modos estoy contento con lo que he escrito”.
Fernando del Paso recibió en 1966 el Premio Xavier Villaurrutia por su primera novela, José Trigo; luego llegó Palinuro de México, con la que obtuvo el Rómulo Gallegos en 1982; y años después, la celebrada Noticias del imperio, que le dio el Premio Mazatlán de Literatura en 1988.
Fue un escritor del mundo y con mundo, de ahí sus lecturas, su gusto por la ropa nada discreta que contravenía las normas sociales; su elegancia era suprema, su indumentaria vistosa y hasta extravagante. Fue un verdadero Dandy de las letras, el Emperador de la palabra.
El escritor vivió 14 años en Londres y trabajó en la BBC, luego vivió en París, ahí fue agregado cultural y desarrolló su carrera como guionista y productor de programas para Radio Francia Internacional.
Una de las obsesiones literarias del Premio Nacional de Ciencias y Artes 1991 y miembro de El Colegio Nacional y de la Academia Mexicana de la Lengua fue su pasión y amor por México, así lo manifestó en sus novelas fundamentales. Fue un apasionado de la historia, el islam, el judaísmo, el Quijote y de la belleza del lenguaje.
Del Paso deja legiones de lectores, una pasión por los libros y la lectura que impulsó en los años al frente de la Biblioteca Iberoamericana Octavio Paz, en Guadalajara, entidad que tomó como su patria chica y donde la Universidad de Guadalajara le otorgó el grado de doctor honoris causa.