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Armando Ramírez (7 de abril de 1952) amaba al Centro Histórico de la Ciudad de México como se ama a una mujer que le ha dado todo, esa era una de las metáforas predilectas del narrador y cronista que ayer murió a los 67 años. Su amor por la urbe y por el barrio, guió la totalidad de su obra literaria y periodística.
A principios de este año en redes sociales se supo que Armando Ramírez Rodríguez había sido internado en el Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía por un problema en la columna vertebral y se llamó a apoyarlo. Dejó el hospital y salió feliz a promocionar su novela Déjame, incluso la presentó en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería y el pasado sábado se presentó en el Faro de Oriente, él ya no pudo ir.
La tarde de ayer, sus hijos: Marcela, Jimena y Armando Ramírez Sánchez, en un comunicado a través de la cuenta de Facebook del escritor, informaron: “Hoy la familia Ramírez comunica... Que nuestro padre acaba de fallecer... Queremos recordarlo como lo que fue... Un enamorado de la vida, su ciudad y sus barrios... Pero sobre todo del papá más chingón, amoroso, comprensivo y alentador”, señalaron y concluyeron: “No hablaremos de cómo falleció si no de cómo fue un guerrero de vida”.
El autor de Chin Chin el teporocho (1971), Noche de califas y Tepito (1983), Quinceañera (1987) y Déjame (Océano, 2019), novela que el pasado el 23 de febrero presentó en La Capilla del Palacio de Minería, sobre esa novela conversó con EL UNIVERSAL por esos días.
“Escribo a diario, no he dejado de hacerlo, pero tardo cuatro o cinco años entre un libro y otro”, dijo el narrador antes de reiterar que Tepito, su barrio, está en el Centro Histórico; “de donde nací en Tepito a Palacio Nacional hay ocho calles, realmente es parte del Centro Histórico, mis caminatas naturales eran por la calle de Argentina, Brasil, Bolivia, Costa Rica y de ahí hasta Pino Suárez”.
El colaborador de varios medios y que fuera jefe de redacción del programa “Hoy en la cultura” de Canal Once, aseguró en entrevista: ”Desde niño viví la Ciudad y entonces aprendí que tenía que escribir de todo esto, pronto me di cuenta que esta ciudad es afortunada en el mundo, porque tiene tanto la cultura prehispánica, los recintos sagrados debajo de edificios como el Palacio del Arzobispado, el Palacio de Moctezuma que está bajo el Palacio de Bellas artes o las ventanas arqueológicas que están en Catedral o en el Museo de la Caricatura”.
¿Sobrevive esa ciudad de su infancia? se le preguntó al cronista. “Ha cambiado mucho pero en lo profundo sigue siendo la misma, ahora puede uno disfrutar el Templo Mayor, puede ver las escalinatas que se descubrió Manuel Gamio, las librerías que había de niño casi que desaparecieron, antes había mesas donde uno podía hojear los libros; desaparecieron los cines sobre la calle de Argentina, estaba el Cine Alarcón, el Cine Victoria, el Cine Bahía; un cine la daba vida a la calle porque estaba la tortería, el café de chinos, pues todo eso hacía que hasta las doce de la noche hubiera una vida intensa”.
Armando recordaba todo, incluso ese camión que iba de La Villa a Xochimilco y cruzaba el Zócalo; el descuidó en el que por muchos años sobrevivió el Centro Histórico; recordaba también su recuperación en 2006 y 2007 hasta dejarlo en un atractivo turístico; sin embargo, decía, todavía le falta recuperar mucho.
“Atrás del Palacio Nacional, que no ha sido muy tocado, está la ruta de los conventos, están los conventos de San Pablo, de Jesús María, la Santísima Trinidad, el de Teresa la Nueva, el de Loreto, San Sebastián; todos están en la calle de Jesús María y bien podrían ser un recorrido turístico porque tienen jardines que son muy bonitos, si usted se va a la Santísima Trinidad va a haber que no le pide nada a Roma ni al barrio gótico de Barcelona, desgraciadamente no lo han sabido explotar para el turismo internacional, generaría mucho empleo”.
Armando conocía el Centro Histórico como la palma de su mano, así lo dejó escrito en su obra; indagaba en libros de historia, en la narración oral, en la literatura; citaba por ejemplo a Octavio Paz, quien decía que el Centro era de rojo y gris, es decir, de tezontle y cantera. Armando aseguraba que aún cuando quisiera sacar su obra literaria de ese territorio no podría: “Podría cambiar mi barrio, pero lo traería en la mente”.
Aunque sin nostalgia, cuestionaba que el Tepito en el que había vivido estaba lleno de niños jugando en la calle, pero eso ya no existe porque las calles y las banquetas ahora son laberintos de estructuras metálicas de los puestos. “La vida de barrio se ha acabado. Antes en las vecindades había 60 u 80 familias viviendo, hoy hay 20 familias y 60 bodegas de comercio”.
Armando Ramírez, quien también escribió para cine en el que interpretó algunos pequeños papeles, aseguraba amar el Centro, “no dejo de ver sus defectos pero es más la grandeza de la ciudad que lo que han hecho por quererla destruir”. Amaba tanto el centro que se encontraba escribiendo un libro sobre la calle de Tacuba.
Nunca recibió los premios. El doctor en literatura y crítica literaria, Enrique Aguilar escribió en Facebook que al presentar Déjame había dicho que por esa novela en particular Ramírez merecía el Premio Xavier Villaurrutia y señaló: “Así de buena me parece esa narración en la que Armando incluyó toda su sabiduría y malicia narrativas. No le dieron ese premio, ni otros reconocimientos que él se merecía. Eso no lo amargó. Más bien su orgullo fue siempre haber tenido trabajo, al lado de gente brillante, y publicar sus libros sin problemas. Mi familia hoy tiene uno menos. Chíngale.”
Muchas instituciones culturales, medios de comunicación en los que Armando Ramírez Rodríguez laboró lamentaron su deceso; uno de los más cálidos fue el de la agrupación Tepito Arte Acá, que escribió: “Armando Ramírez, cronista del Barrio, escritor, periodista, guionista y valedor. Nos deja en la orfandad de su verbo y de su siempre iluminadora presencia. Cofundador del Arte Acá, autor del Chin Chin y otras historias de las gentes, trajinador del micrófono que rastreaba los rincones de su ciudad secreta aquí, allá y acullá. Ahí luego te alcanzamos, compa. Y te echaremos en falta, pero nomás tantito”.
Es que hay algo en la memoria de los mexicanos, el amor de Ramírez por el barrio y por la ciudad, pero también una frase, su frase: “Total, qué tanto es, tantito...”