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10 de diciembre
-“¿Qué es para ti la Navidad?-
-Es una época para estar con la familia.
- Amor, familia, el nacimiento, regalos, recuerdos familiares…
- Yo recuerdo ir a la iglesia, después estar jugando con las luces y cuando subíamos a cenar y a abrir regalos ya había llegado Santo Clos…
- A mí, el arbolito, las esferas hechas en casa, había unas campanas hechas con los cartones de huevo, en color azul y con un cascabel dentro. Nunca sonaron pero me gustaban por coloridas…
-¡Ah caray! ¿A poco si íbamos a la Iglesia antes de que llegaran Santa Claus…?
- ¡A MÍ ME GUSTAN LOS REGALOS, Y QUE VENGAN MIS PRIMOS!”-.
Esto fueron comentando uno a uno los 7 hijos, el hermano menor y los nietos de Eugenia, que estaban sentados frente al televisor poniéndose de acuerdo para la cena de Navidad. Aunque todos eran mayores de edad, con hijos y muchos no vivían con ella, la casa familiar siempre era el centro de cualquier actividad que hiciera que los reuniera. Aunque para eso hubiera caos días anteriores.
-Aunque dudo mucho que haya cena, o Navidad; vamos ve la fecha en que estamos y no veo claro en cuanto a lo que cada quien tenemos que traer y pues la casa está patas p’arriba y no veo cuando vayan a terminar. Digo, el cascajo quedaron de llevárselo hace 15 días y aquí sigue.- se quejó Aurora, una de sus hijas.
Gerardo, el hijo mayor añadió: -sí mamá, checa la fecha y no hay adornos siquiera-
Como no- le interrumpió Rebeca, otra de las hijas, - tenemos polvo que es como si fuera la nieve.
-Aparte-añadió Roberto, otro hijo -con todo ese cascajo haz de cuenta que estás en la zona donde nació Jesús, con eso de las guerras, es más ni siquiera hay nieve ahí.
-Estás mal mi chavo-interrumpió Damián, el hijo adolescente de Rebeca- si llegar a nevar en algunas zonas, pero son muy altas y…
-¡Ah! ¿ora eres meteórologo?- se burló Carlos el hijo más chico.
Fernanda interrumpió dirigiéndose a Eugenia- Bueno mamita ¿y que pasó con el lomo, ya encontraste quien lo hiciera?-.
-Sí mamá- dijo Luisa, o sea estamos a 14 días y nada de quien traerá qué y que onda con el lomo-.
Eugenia los escuchaba uno a uno, armándose de paciencia. Le gustaban esas épocas, la casa adornada, la reunión dónde después de la cena se podían desvelar y seguir al día siguiente sentados viendo películas y jugando juegos de mesa. Normalmente a estas alturas ella ya se había encargado de adornar y pasar lista de quién llevaría qué, pero con el arreglo de su casa, una casa de 100 años que había aguantado a todos y de todo, ya merecía tener un buen arreglo. Habían dos trabajadores que estaban a todo lo que daba para terminar antes del 24 y aunque eran muy limpios y ordenados y a la casa no le faltaba mucho, Eugenia no veía para cuando terminarían y sobre todo llevarse ese cascajo multicolor.
-Bueno ya, - les dijo- Dejen de repelar y vamos a realizar la lista.
-“¿Quién te manda tener tantos hijos mamita?-se burló Gerardo.
Eugenia alzó la vista.-“Sí, realmente a veces me pregunto eso”-.
20 de diciembre.
-Tengo alergia de mi alergia- se quejó Rebeca- mira parecen canas y no me salen ya con esto ya presumo que tengo.
-Alucino ese cascajo- comentó Lucía, -paciencia me de Dios.
Eugenia entró a la sala hablando por el teléfono- ¡Pero porqué aumentó tanto el precio!¡Es un lomo como el que han hecho ya muchas veces! ¡Qué! ¿No hay el ingrediente en México? ¡No estoy pidiendo nada extraordinario!-.
Los hijos que estaban ese día veían a su madre toda preocupada por el lomo y el precio. –“¿Pus que pidió?”-preguntó uno de los presentes mientras mataba muñequitos en el videojuego y todos los demás lo veían cual espectadores viendo una película de acción.- pos sepa pero… ¡Dale ahí pendejo, te van a ma…ya ves te dije que te movieras en ese lado-.
-¿Bueno, de verdad a quién se le ocurrió arreglar la casa en este momento y en esta fecha, fue a alguna de ustedes, cierto?- preguntó Carlos.
-Eh pues fue decisión de los que vivimos en esta casa*
-Pero ve- le contestó Roberto, no hay adornos, que Navidad tan chafa y ve su cascajo. Ya mejor ni hagamos nada-.
-Ya mejor ni hagamos nada- se burló Lucía- ya sé, ¿por qué no mejor nos vamos a tu casa?-.
-Pues si quieren pero está bien chiquita y ya saben las condiciones-.
Eugenia hacía la lista de lo faltante y buscaba lugares para que le preparan el lomo al chipotle que había visto en una página de recetas. En su momento había pensado en cocinarlo, pero se le vino encima el arreglo de la casa y por primera vez en mucho tiempo quería disfrutar su casa sin necesidad de estar metida en la cocina.
Ya había repartido la lista a todos sus hijos, no sin antes haber tenido serias discusiones en uno de los tantos grupos de whatsapp que se abrían en estas fechas. Hubo unos que dijeron sí sin chistar, hubo otros que se quejaron y otros que querían cambiar el menú a pocos días.
Todo iba perfecto, o bueno casi todo a excepción de ese montón de piedras con resquicios de colores recordándoles a cada uno los momentos que habían vivido en esa casa de más de 100 años. Comenzaba otra discusión sobre la famosa cena cuando se apareció uno de los trabajadores a la puerta.
-Señito oiga, necesitamos otra bisagra de 3 ½ porque la que compraron resultó rota y pues se terminó la pintura…
-¿Cuándo terminará don? – le preguntó Eugenia.
-Mire señito pal 23 todo estará limpio, como nueva, por esta, verdá de Dios.-
-¿El 23? ¡Pero tendré casa llena ese día!-
-Yo le prometo que p’al 23 tendrá todo arreglado y yo trabajo hasta que el mundo deje de girar-.
-Qué filosófico me resultó el don-le comentó Rebeca a Roberto en voz baja.
23 de diciembre por la tarde.
Los hijos de Eugenia que no vivían ahí fueron llegando poco a poco con regalos, sus maletas, nietos, y lo que les tocó de la lista para la cena. Cada que entraban lo primero que preguntaron fue ¿No se han llevado el cascajo? ¿No que ya iban a terminar? ¿No hay el lomo todavía? Eugenia solamente suspiraba y les decía que todo iba a estar bien para el 24. Porque ella sabía que todo iría bien para el 24.
24 de diciembre por la mañana
Eugenia se levantó a la hora de costumbre, revisó los cuartos donde estaban dormidos sus hijos y nietos como era su costumbre, acompañada por los perros que siempre la acompañaban a su quehacer matutino y puso la olla para preparase un café, como de costumbre.
Comenzó a sacar la vajilla, a ordenar todo lo que se necesitaba para la cena y acomodar cada cosa en la mesa de la cocina. Como era la costumbre de cada cena de 24.
Uno a uno fueron levantándose hijos y nietos, estos últimos al ver ese montón de cascajo, no dudaron ni un momento en utilizarlo como fortaleza, como ciudad, como tierra para jugar. A veces un adulto pasaba y les tomaba fotos.
Fernanda llegó con su marido y su hijo con la carpa y los calentadores para el patio. El marido al ver el cascajo preguntó porque no se lo habían llevado. Después Alberto, el hermano se levantó quejándose porque no había lomo a esas horas. En poco rato todos empezaron, como de costumbre, a quejarse por algo que si tu pusiste más, tu menos, tu ni vives aquí, tú, ayuda con los niños que no se ensucien, tú esto, tú lo otro. Eugenia estaba a tres de explotar.
Damián y los niños más pequeños estaban junto al cascajo cuando se escuchó un golpeteo en la puerta. Eran los trabajadores que traían el camión de redilas, Damián trató de llamar a su madre, tíos o abuela pero estaban tan enfrascados en su discusión que él solo se las arregló.
Eugenia estaba a punto de gritar que ya se fueran todos a sus respectivas casas cuando Damián y los nietos pequeños la interrumpieron: “Abuela, mira”.
Todos voltearon a ver, el cascajo iba reduciendo poco a poco. Rebeca corrió hacia esa pequeña montaña y rescató un pedazo de ladrillo con un pequeño hueco. Lo llevó para limpiarlo. Los demás voltearon a verse extrañados.
Se terminó de pagar a los trabajadores, y la familia comenzó a preparar todo para la cena.
-¿Y el lomo?-preguntó Alberto. -¿Qué cenaremos?-
-No hay ya total- comentó Eugenia toda fúrica- ya se llevaron el cascajo eso era lo importante ¿no? Total, tenemos pasta, ensalada y postres y…
-orita se arregla má, interrumpió Carlos. Entre todos se pusieron a buscar un restaurante y minutos después salieron dos de los hermanos a una taquería cercana. Llegaron dos horas después con órdenes de tacos de bistec, de cecina, alambre, pollo y hasta vegetarianos.
Cuando terminaron de poner la mesa. Rebeca llegó con el pedazo de ladrillo. Le había colocado una vela, de tal modo que quedó como un extraño y original centro de mesa. Volteó a ver a su mamá y le dijo: -Este será un pequeño recordatorio de que aunque a veces nuestra familia es un desmadre siempre estamos juntos y que aunque pasen muchas composturas esta casa siempre será nuestro refugio.
Todos asintieron, unos haciendo burla del comentario pero todos estaban de acuerdo. Al final la noche transcurrió, como de costumbre, con comentarios, risas y juegos. Para cuando los nietos más pequeños dormían juntos en una cama, como de costumbre, Aurora comentó: -¿Pues qué, nos echamos un continental?
-Órale, como de costumbre-.