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La percepción casi generalizada de lo que ocurrirá el 1 de julio, tanto en México como en el extranjero, se basa en las enormes diferencias que se observan en la intención del voto de la inmensa mayoría de las encuestas realizadas hasta ahora en esta elección presidencial: que la ventaja del candidato puntero, Andrés Manuel López Obrador, es tan amplia (entre 20 y 30 puntos del segundo lugar según el sondeo) que no hay duda de su triunfo. Es lo que analistas y encuestadores llaman la “inevitabilidad” del triunfo de Morena, construido, en parte, con el fenómeno político de López Obrador, pero también como parte de una estrategia precisa que, a partir de moldear percepciones, terminó por influir también en la intención de los votantes.
Pero en contra de esa idea que proclama que “este arroz ya se coció”, hay grupos sociales y de votantes, entre los que están por supuesto los partidos que compiten con Morena, PAN y PRI con sus aliados y sus respectivos candidatos, que difieren de esa percepción y, en una apuesta política centrada en modificar escenarios ya consumados en los 13 días que restan a a las campañas e incluso el mismo día de las votaciones, aseguran que “una cosa es la intención de voto que se mide con encuestas y otra muy distinta será el voto depositado en la urna el día de la elección”.
En la guerra de odios enconados, esto es quizá lo único en lo que coinciden en los cuarteles de Ricardo Anaya y José Antonio Meade: no se resignan a la derrota y pregonan la tesis de que “las encuestas miden la intención de voto de aquellos que la declaran, pero, al mismo tiempo, los estudios demoscópicos arrojan poca (o nula) información sobre aquellos que rechazan proporcionar una respuesta”. En todas las encuestas —apuntan por igual panistas que priístas— la letra pequeña indica el porcentaje de personas que rechazaron la encuesta.
Por ejemplo, en el cuarto de guerra de Anaya afirman que incluso la metodología de la encuesta recientemente publicada por la Coparmex, que presume de 13,317 entrevistas completas, la muestra más grande levantada en estas elecciones, también se indica que en 10,115 domicilios ocupados hubo una negativa a contestar la encuesta. Es decir, hubo casi un rechazo (0.75 para ser precisos) por cada entrevista efectiva. “La pregunta que se hacen muchos, incluyendo los equipos de campaña, es cómo votan, si votan, en esos 10 mil domicilios donde hubo rechazo. A eso hay que sumar que 27.8% de los entrevistados que contestaron (unos 3 mil 700 casos) fueron clasificados en la categoría de “No sabe/no responde”, comenta un asesor cercano del candidato de Por México al Frente.
Y añade el frentista: “Con estos datos, podemos llegar a la conclusión de que una cosa es la intención de voto y otra muy diferente será el voto depositado en la urna. Hay estados donde los partidos de la coalición Por México al Frente tienen fuerza electoral en las urnas, y los partidos que conforman la coalición Juntos Haremos Historia o, más específicamente, su candidato, Andrés Manuel López Obrador, ha sido débil en resultados”.
Los anayistas confían en que pueden ganar en al menos 15 estados donde el PAN gobierna municipios importantes o la entidad: Aguascalientes, BC, BCS, Coahuila, Chihuahua, Durango, Guanajuato, Jalisco, Nayarit, Nuevo León, Querétaro, San Luis Potosí, Tamaulipas y Yucatán. En Puebla y Veracruz se esperan resultados cerrados, mientras que en el Estado de México se estima que los votos se van a dividir en tres tercios. Los estados donde, reconocen en el PAN, mantiene ventaja López Obrador son CDMX, Oaxaca, Chiapas, Guerrero, Quintana Roo, Sonora, Sinaloa, Tlaxcala, Zacatecas.
Así que en el Frente por México, tal vez más que en el PRI —cuyo partido aparece en tercer lugar casi en todas las encuestas—, aseguran que el resultado del 1 de julio será muy distinto a la ventaja que dan las encuestas a López Obrador, y basan su afirmación en el “músculo de los gobiernos municipales y estatales” en la operación del día de votación. Es el choque de percepciones entre los que dicen que “la historia aún no está escrita” y los que afirman que “el arroz ya se coció y juntos haremos historia”. ¿Cuál de las dos percepciones será realidad?
NOTAS INDISCRETAS… El episodio de los 700 mil pesos gastados por Layda Sansores con cargo al presupuesto del Senado fue llevado por la candidata de Morena a una pugna política mayor al acusar de estos “ataques” al ex jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, a su operador, Héctor Serrano, y al presidente de la Asamblea, Leonel Luna. Como a Layda no le alcanzaron sus facturas para probar que no incurrió en gastos suntuarios y onerosos con cargo a los contribuyentes, parece que un asesor suyo, Alberto Esteva, le sugirió escalar el reportaje documentado de Televisa a un asunto político mayor. Y es que Esteva, quien fuera cercano colaborador de Marcelo Ebrard, fue quien convenció a la gastalona Sansores de apuntar sus baterías a lo más alto, en lo que del bando mancerista interpretan como “la primera acción de venganza de Ebrard”. En fin que como Layda no puede explicar sus lujos, buscó en su carta quién se la pagara por recomendación de Esteva, a quien, por cierto, en Oaxaca recuerdan como un mal secretario de Seguridad Pública que tuvo que renunciar cuando le hicieron paro los policías, además de las denuncias de desvíos de recursos de la oposición… Escalera mundialista de los dados. Sube México.