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Invocado hace unos días en las campañas presidenciales por su némesis, Andrés Manuel López Obrador, quien dijo que de ganar la Presidencia estaba dispuesto a “perdonarlo”, el ex presidente Carlos Salinas de Gortari es una figura siempre presente y permanente en la política mexicana. El imaginario colectivo de los ciudadanos y de la clase política siempre lo ubica como el “gran titiritero”, el animal político que mueve los hilos desde las sombras. Pero esta vez, en la sucesión que está en marcha, la operación de Salinas, para tratar de influir en la definición del poder, es más realidad que mito.
El ex mandatario tiene una participación directa como el gran asesor y consigliere de una de las figuras clave en la lucha sucesoria: Aurelio Nuño Mayer, el coordinador de la campaña del candidato del PRI, José Antonio Meade, según confirman fuentes del más alto nivel en la campaña priísta. La cercanía del salinismo con Nuño no es nueva y comenzó hace algunos años cuando el grupo del ex presidente vio en el joven político, impulsado por Luis Videgaray y ensalzado por Peña Nieto, la posibilidad de un retorno al poder con un candidato que empezaron a construir y a arropar desde la Secretaría de Educación.
Aunque Nuño siempre se dejó guiar y aconsejar por Salinas de Gortari y sus más capaces operadores, su personalidad soberbia, junto a los enormes negativos que acumuló primero en Los Pinos, como operador de las más fallidas estrategias políticas de Peña, y luego en la SEP donde la reforma educativa y sus repetitivas visitas a escuelas no le alcanzaron para crecer en las encuestas, aunque al final, hábilmente supo moverse y utilizar su enorme influencia en el presidente y su amistad cercana con su antinguo mentor Videgaray, con quien hizo una alianza, para ser designado como el “coordinador de la campaña” de Meade, o lo que es lo mismo, el plan B del presidente.
En toda esa estrategia, que lo ayudó a colocarse en la segunda posición de la campaña del PRI, la ruta y el consejo de Salinas y sus hombres fue fundamental. El ex presidente sabía, por experiencia propia, de lo estratégico que resulta el puesto de coordinador porque él vivió personalmente la obligada y dolorosa sustitución de Luis Donaldo Colosio cuando el sonorense fue arteramente asesinado en Lomas Taurinas el 23 de marzo de 1994. Sabía que quien ocupara esa posición, automáticamente se convertía en la segunda carta de Peña Nieto para la candidatura, como algo plenamente aceptado tanto en las cúpulas políticas como en la sociedad.
Por eso cuando a Nuño no le alcanzó para disputar la candidatura, a pesar de que siempre estuvo en el ánimo cercano de Peña Nieto, la estrategia trazada por Salinas fue mover al titular de Educación para presentarlo como la “mejor opción” para ocupar la coordinación de campaña. Si a Meade se lo vendió Videgaray a Peña como la opción “ciudadana” para lograr votos necesarios de la sociedad y fuera de la desgastada clase priísta, ¿quién mejor que un joven como Aurelio que, al mismo tiempo que era priísta —según su extraña credencial aparecida milagrosamente— también tenía la visión fresca y la capacidad operativa para dirigir una campaña novedosa y diferente que fuera más allá de la estructura tradicional del PRI?
Lo demás fue una conveniente alianza Videgaray-Nuño y, siempre de la mano del salinismo, el joven titular de la SEP se colocaba en la segunda línea de salida, siempre listo para que en caso de un “no deseado” pero necesario relevo del candidato, Aurelio estaba listo y habilitado para entrar al rescate en cualquier escenario, ya se de incapacidad física de Meade, de ausencia total o de plano de una sustitución necesaria en caso de que no resultara ser el exitoso candidato que compraron en Los Pinos. Eso podría explicar por qué los rumores de una caída próxima o inminente siempre han acompañado y no sueltan al ex titular de Hacienda, que hoy se mueve en la incertidumbre, ya no sólo de un estancamiento, sino de un retroceso preocupante en las encuestas, atribuible en un 50% a su poca capacidad de entusiasmar a los votantes, pero en otro 50% a las fallidas y torpes estrategias de su equipo de campaña coordinadas coincidentemente por el mismo Aurelio Nuño que se beneficiaría con su caída.
Nadie duda que el ex presidente Salinas es hoy, tres décadas después de estar fuera del escenario político formal y con sus escasas apariciones para entrevistas, libros y reflexiones, la figura política viviente de mayor peso, inteligencia, experiencia y solidez académica; como tampoco nadie pone en duda su intensa actividad política tras bambalinas. Y hoy Salinas está activo en la campaña presidencial del PRI como asesor personalísimo de Nuño. Falta ver si esta vez le sale bien el plan de hacer de un coordinador cercano a él un candidato presidencial en potencia. La última vez que lo intentó, en aquel trágico marzo de 94, se topó con la desagradable realidad de que Ernesto Zedillo Ponce de León, que él creyó que era suyo, no le fue leal a él sino a José Córdova Montoya, y a la postre el Zedillo candidato sustituto y luego presidente se volvió su peor pesadilla ¿Le saldría mejor el experimento con el joven Nuño?