Esta no es una fábula. Este escrito fue redactado por la filósofa Amelia Valcárcel y la escritora Sabina Berman, quien escribe esta nota, en la ciudad de Monterrey este domingo 14 de octubre recién pasado. Lo publico por considerarlo del interés de quienes hablamos el español.

Un mensaje al sentido común.

1. La lengua es nuestro instrumento para nombrar el mundo. Lo que la lengua no nombra, no deja de existir, pero sí está ausente de nuestro relato de lo que es el mundo.

El mundo no cesa de cambiar y tampoco la lengua cesa de modificar nuestro relato del mundo.

¿Qué ocurre cuando la lengua contiene reglas que estorban su agilidad para relatar al mundo que ha cambiado?

2. Este es el caso en el que hoy vive el español.

El español que heredamos y hoy usamos contiene reglas que corresponden a un mundo patriarcal, donde las mujeres vivían supeditadas a los hombres, sin voto, sin dinero propio, sin capacidad de decidir sobre sus propias vidas.

En ese mundo los hombres eran de facto los únicos en la esfera del Poder y la Autoridad. Parecía entonces natural que lo masculino fuera en el lenguaje la categoría universal y lo femenino una categoría supeditada, particular.

3. El mundo, afortunadamente, ha cambiado. Las mujeres han salido de las casas. Estudian. Trabajan. Votan. Ganan dinero. Deciden sobre sus cuerpos y sus vidas. Son médicas. Son maestras. Son juezas. Ministras. Secretarias de Estado. Presidentas. Son libres y soberanas.

Es entonces natural que hoy el español deshaga las reglas que mienten a esta nueva realidad. Y que invente nuevas reglas que la relaten con mayor precisión.

Sincerémonos. La regla del español que indica que el plural masculino representa a lo masculino tanto como a lo femenino, esconde este delicado e
incómodo secreto: no funciona en la realidad.

Al decir los médicos, es falso que imaginemos a médicos hombres y mujeres. Imaginamos sólo hombres. Al decir obreros, es falso que imaginemos a obreros hombres y mujeres.

Lo mismo ocurre con otras reglas. Por dar otro ejemplo, aquella que indica que el sustantivo masculino singular nombra a un hombre igual que a una mujer. Presidente no nos hace imaginar a una mujer en ese cargo. Arquitecto no nos hace imaginar a una profesional mujer.

Y la mera antigüedad de las reglas no las justifica. Como tampoco el criterio de la brevedad de la expresión justifica la desaparición de las mujeres de donde se quisiera representarlas. Abreviemos, pero no a la mitad de la especie de nuestro relato del mundo.

4. El español es nuestra herencia común pero también es nuestra labor diaria y la herencia que a su vez dejaremos a otros y otras. Es un instrumento de una hermosa agilidad y de una capacidad inventiva asombrosa. Tengámosle fe: los cambios no lo están destruyendo, lo están reavivando.

Vayámoslo ajustando a este mundo nuevo y sin duda mejor. Trabajémoslo a solas y en la conversación pública. Las reglas de la lengua inclusiva están por inventarse: estemos a favor de ayudarle al español a que nos relate con mayor justeza a todos y a todas.

Para firmar este Manifiesto de Monterrey por una lengua viva:

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