La Mafia del Poder los llamaba López Obrador en los discursos de sus campañas del 2006 y el 2012. Esa minoría de empresarios y altos funcionarios que durante las privatizaciones que realizaron los primeros gobiernos neoliberales se enriquecieron de forma fabulosa, hasta quedar varios de ellos en el escalafón de los hombres más ricos del mundo. Una elite rapaz que durante las décadas neoliberales que siguieron, continuaron saqueando sin misericordia al país. Al fin el dinero del Estado no parecía tener un dueño que lo vigilara, al fin que la riqueza del país podía repartirse entre unos cuantos, mediante coimas a los funcionarios.

La Elite Depredadora los llegó a nombrar el candidato López Obrador alzando un puño en el aire en el año 2012.

Para su tercera campaña, la del 2018, López Obrador decidió mejor suavizar las palabras de la narrativa. Abrió sus libros de historia y extrajo de ahí una palabrita de graciosa y silbante eufonía para nombrarlos. Los fifís. Es decir, los miembros de la elite opositora al Presidente Francisco I. Madero. Los que lo denostaron desde la prensa filo-fifí, se infiltraron en su gabinete, tomaron la dirección del ejército y una noche sin luna lo pusieron contra una barda y lo fusilaron.

Como Presidente, López Obrador no ha dejado de referirse a ellos, después de todo su principal meta declarada es limpiar de corrupción al gobierno, escritorio por escritorio, pero casi siempre lo hace con la graciosa palabrita. Los fifís. El problema ha venido surgiendo en la medida en que la palabra fifís se ha ido distorsionando en el uso cotidiano: se ha ido ensanchando para que su significado englobe a todo aquel que tiene lo suficiente para gozar de una vida digna y con cierto bienestar. Los universitarios, los empresarios pequeños, medianos o grandes, los comerciantes, los artesanos exitosos, y etcétera y etcétera. La Clase Media.

Esto es lo que ha resultado: cuando hoy el Presidente López Obrador habla ante el micrófono de sus conferencias mañaneras de los fifís, aún si entre las sienes piensa en esa minoría rapaz, lo que el país entero escucha es que abofetea simbólicamente a la esforzada Clase Media. Y parece entonces un sinsentido. La Clase Media no puede ser el enemigo a vencer para un gobierno que se dice de Izquierda, a menos de que se trate de una Izquierda maoísta. Un gobierno de Izquierda Democrática quiere elevar a los pobres precisamente a la Clase Media. Su misión se cifra en asegurarles a los pobres la educación, la salud y la vivienda confortable de las que la Clase Media goza, gracias a su propio y denodado esfuerzo, en circunstancias así de adversas como las que les ha ofrecido un país saqueado de forma sistemática.

Vivimos hoy pues uno de esos raros momentos en que la semántica se vuelve importante en un país. No importa ya cómo ocurrió, no importa cómo a diario se sigue consumando el equívoco, el hecho es que la palabra fifís provoca una polarización estéril, un malestar, una sensación de injusticia, el vago terror de que la aplanadora del gobierno aplastará a una clase social por motivos misteriosos. Es tiempo pues de declarar perdida la batalla semántica por la palabra fifí: la batalla la ganaron ya los auténticos fifís, que hoy, parapetados cómodamente tras la Clase Media, parecen haber desaparecido de la narrativa nacional.

Es necesario redescubrirlos. Palmear el aire para disipar el humo retórico. Reenfocar con una nueva expresión más precisa a ese 0.01% que lleva décadas transfiriendo la riqueza del país a sus cuentas en los paraísos fiscales. Son ellos los verdaderos enemigos del resto de las clase socio-económicas y vencerlos sí que sería una lucha que cohesionaría al 99.09% de la población. Desde cualquier punto de vista, de Izquierda, de Derecha o del Centro, nadie podría objetar esa lucha justa. Una lucha que además, y no es menor el apunte, es posible de ganar.

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