Las investigaciones científicas en áreas como Geología, Física e Ingeniería, particularmente, ayudan a entender el comportamiento de la parte sólida de la Tierra. Esto, en conjunto con el conocimiento de la respuesta de estructuras como casas y edificios ante un sismo, contribuye a reducir el riesgo de derrumbe. En Japón, por ejemplo, la firma Air Danshin desarrolló un sistema de levitación para prevenir que las casas se dañen durante un sismo. Con esta tecnología, la estructura descansa sobre una bolsa de aire desde el momento de su construcción. Al producirse un terremoto, los sensores instalados detectan las vibraciones y activan un compresor que bombea aire a la bolsa. Al inflarse, la bolsa permite que la casa levite aproximadamente tres centímetros sobre el suelo inestable, protegiéndola de las sacudidas. Al finalizar del sismo, la bolsa de aire se vacía y la casa regresa a su posición original.
Otra forma de construir casas resistentes a los sismos es la propuesta por el ingeniero Gregory Deierlein y su equipo en la Universidad de Stanford en EU, que consiste en fortalecer la estructura y colocar aisladores deslizantes por debajo de la casa para que ésta pueda moverse delicadamente de un lado a otro durante el sismo en vez de permanecer estática, previniendo daños en la estructura. De acuerdo con los investigadores, el costo de esta tecnología es muy bajo y podría incorporarse en el diseño de nuevas casas.
Para contar con este tipo de tecnologías no es necesario mirar al extranjero. En nuestro país también se han propuesto varias alternativas para disminuir la vulnerabilidad estructural de los edificios, entre las que destacan los esfuerzos del investigador del Cinvestav (IPN) Wen Yu Liu, por desarrollar un sistema automatizado de control activo de pesos y contrapesos para compensar los efectos de un sismo, que puede instalarse en cualquier edificio. Dicho sistema permitiría reducir las vibraciones en hasta un 80 por ciento, lo que para la población civil puede significar la diferencia entre la vida y la muerte. La tecnología consiste en colocar sensores del tamaño de un celular en cada piso y un sistema de pesos y contrapesos en la parte superior del edificio, que sería el encargado de estabilizar la estructura.
El problema de México es el escaso desarrollo científico y tecnológico. Hay poca gente que está haciendo propuestas para evitar los daños en las construcciones, cuando en un país con grandes territorios sísmicos debería darse un impulso sustantivo al estudio de los sismos y sus consecuencias, que contemple el desarrollo de investigaciones propias y la revisión de los avances que se han hecho en el extranjero.
Si bien es cierto que, acertadamente, el gobierno de la Ciudad de México, en colaboración con instituciones de investigación, trabaja en la construcción de viviendas con materiales más ligeros y un diseño que otorga mayor resistencia a los sismos, no cabe duda de que hace falta seguir trabajando para que las casas que habitamos sean cada vez más seguras. La única manera de tener mayor conocimiento de estos y otros fenómenos naturales es seguir el ejemplo de otros países, relativamente comparables con México por el tamaño de su economía, que han invertido mayores recursos y porcentajes de su PIB en su sistema de innovación y desarrollo tecnológico y científico —Brasil (1%), Argentina (0.7%) y Costa Rica (0.6%), por ejemplo—, de manera tal que no sólo ahora muestran una mayor productividad científica per cápita que nuestro país, sino que gracias a ello están mejor preparados para las emergencias y necesidades sociales. No hacerlo es privarnos de las herramientas que necesitamos para prevenir desastres como el ocurrido el pasado 19 de septiembre.
Directora de la Facultad de Ciencias de la UNAM