El liderazgo real del PRI intentó ayer mandar una señal de renovación con el cambio de sus dirigentes. A juzgar por lo ocurrido y con los resultados electorales a la vista, puede concluirse que la lección ni siquiera empieza a ser aprendida.
Lo ocurrido este lunes en las instalaciones del Institucional anticipa el mismo ajuste de cuentas que ya vimos en el 2000, cuando se ofreció cambiar todo pero todo siguió no igual, sino peor que nunca.
Retirar a René Juárez Cisneros con la triste oferta de encabezar en la Cámara de Diputados una fracción ridícula, para colocar en su lugar a la señora Claudia Ruiz Massieu, supone anunciar a la militancia que no es asunto suyo interferir en decisiones que le competen a los de arriba.
La verdadera pregunta a la que el PRI debe responder no es por qué Morena, el partido de Andrés Manuel López Obrador, lo humilló ante las urnas. Sino cuál es la razón de que millones de personas dejaron de creer en ese partido en el breve lapso del actual gobierno, y ahora no se abstuvieron sino que votaron en su contra, con vigor tal que puede ser descrito como rencor, incluso odio.
Aun más, la revisión de cifras arrojadas por los comicios revela que en estados con arraigo histórico del PRI, como Yucatán, entre otros, la candidatura presidencial de José Antonio Meade no sólo perdió en el estado, en las diputaciones federales, en las senadurías. No ganó una sola sección electoral.
En estos días corre entre los pasillos del sistema PRI que si una casilla hubiera sido instalada en la Secretaría de Hacienda, donde despachó Meade Kuribreña, hubiera sido derrotado.
¿En dónde radican los factores del odio de los priístas, por sus dirigentes, por su gobierno, por sus candidatos? ¿Por qué se acumuló tanto rencor interno?, debió preguntarse ayer René Juárez Cisneros antes de dejar al puesto. ¿Por qué los nuestros nos han castigado así, no el pasado 1º de julio, sino en cada elección desde el 2012, en las que perdíamos progresivamente votos, incluso cuando llegamos a ganar los cargos?, pudo preguntarse Claudia Ruiz Massieu.
Los que consideren que con los comicios se agotó el sacudimiento que tendrá el PRI no han revisado las listas de los diputados y senadores que arribarán a las cámaras a partir de septiembre próximo. Habrá ciertamente actores que apuesten al debate ideológico y la deliberación parlamentaria. Pero eso será el espacio menos concurrido.
Lo que el Congreso vivirá será un poderoso y desbordado “Bronx”, como se da por llamar en el ámbito de San Lázaro y Senado a los grupos provocadores, guerrilleros, en los que siempre estuvo contenida la oposición. La diferencia será que a este nuevo “Bronx” nadie podrá ignorarlo o desdeñarlo. Será un bloque aplastante, arrollador.
El tema tiene que ver no sólo con el destino del PRI, que hoy se presenta ante el país como una organización aturdida, víctima de un naufragio. Un dato para documentar su marasmo: en agosto de 2015 Manlio Fabio Beltrones fue electo por sus correligionarios para cubrir un periodo que termina en el mismo mes de 2019. Su propio desastre electoral en 2016 lo llevó a separase del cargo. Hasta hoy, tres sucesores ha tenido ya el político sonorense, dentro del mismo periodo. Y se antoja que serán más.
Es posible que en este momento el diagnóstico sobre la condición del PRI lo describa como un enfermo terminal, a sus casi 90 años de edad. Y que el pronóstico anticipe que sus cuadros más experimentados acabarán migrando hacia Morena u otras formaciones con inspiración progresista, o que caigan en brazos de una modalidad renovada del PAN u otra agrupación de carácter conservador y con mecenas dentro del empresariado.
Pero existe otro escenario en el que el Institucional puede retomar a las voces luminosas que perfilaban un camino liberal para el país. Hace uno días López Obrador dijo que respetará la crítica y la oposición. “Lo que resiste, apoya”, declaró en una frase bien lograda. Lo que no hizo fue dar crédito al autor de la misma: Jesús Reyes Heroles, ex presidente del PRI en los años del partido único y, sin embargo, promotor de la pluralidad política en México.
Lo que la democracia mexicana necesita es un PRI con capacidad de ser oposición, como la ha empezado a demostrar el PAN, así sea lentamente, tanto en su coherencia interna como en su base política: el bloque de magnates que han estado en contra de López Obrador antes, ahora y lo estarán en el futuro.
Pero el PRI debe calcular si en el país sigue teniendo cupo un segundo partido conservador, pero éste animado por una casta tecnocrática refinada y arrogante.
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