En noviembre pasado, durante un discreto coloquio en la casa de José Antonio Meade al sur de la ciudad de México, su amigo Mikel Arriola se enteró que el ex secretario de Hacienda sería el abanderado del PRI para conservar Los Pinos. El primer comentario del entonces director del IMSS fue: “Hay que pelear por la capital”. En ese momento se fraguó la candidatura de este descendiente de una familia de origen vasco que llegó al país en 1929 y se quedó para siempre.

Pero es probable que ni Meade ni Arriola hayan calculado el amargo desafío que suponía disputar la jefatura de Gobierno de una plaza que durante 20 años ha estado en control de un mismo partido, el de la Revolución Democrática, y donde en las pasadas tres décadas el PRI sólo tuvo un breve periodo de esplendor, bajo la regencia que condujeron Manuel Camacho Solís y Marcelo Ebrard (1988-1994)… los mismos que dedicaron los años siguientes a buscar sepultarlo.

Abandonado así; depredado por operadores de baja estofa; cooptado desde los gobiernos del PRD, el PRI que vive la capital del país tiene hoy un rostro extraño en la persona de Arriola Peñalosa. Un candidato que ha trazado una campaña osada y novedosa, pero cuyo principal enemigo está en casa.

Arriola ha debido consagrar parte de su tiempo en la definición de estrategias para buscar votos en el segmento conservador de la ciudad descuidado por las agrupaciones de izquierda, notablemente Morena y el PRD. Pero el resto de su esfuerzo debe dedicarlo a sobrevivir al acoso con el que lo acorralan las mafias largamente cultivadas por algunas de las peores expresiones de la política partidista (de suyo muy descompuesta) en la ciudad.

El producto nato de este estado de cosas es encarnado por Cuauhtémoc Gutiérrez, ex dirigente del PRI en la ciudad de México y principal factor de poder priísta. Él carga con acusaciones de promover una red de prostitución para su uso personal y de sus aliados. El otro “líder moral” del priísmo en la metrópoli es el señor Adrián Rubalcava, ex delegado en Cuajimalpa, sobre el que se ha documentado ampliamente que opera grupos de choque para imponer su influencia y amedrentar a sus adversarios.

La estrella emergente de tal dupla es el señor Israel Betanzos, otro ex dirigente del PRI, ex coordinador de ese partido en la Asamblea capitalina y hoy destacado candidato a diputado federal. Nada ocurre en el Institucional capitalino si no es autorizado por este trío de “militantes distinguidos”.

El largo periodo de control de Gutiérrez como dirigente formal fue tutelado durante sucesivos gobiernos del PRD, notablemente el de Marcelo Ebrard (2006-2012), a quien convenía más tenerlo como un opositor de paja que como un empleado registrado. De toda suerte, según fuentes dignas de crédito, Gutiérrez recibía pagos regulares y otras prebendas desde la administración capitalina.

Este es el PRI con el hubo de lidiar en 2006 y 2012 Beatriz Paredes durante sus sucesivas campañas para la jefatura de Gobierno. En la primera vuelta hizo un activismo por encima de la estructura local y aun así logró un relativo buen desempeño en las urnas, con más de un millón de votos en su favor.

En 2012 se le llamó para repetir la suerte, pero se le dejó sola. La señora Paredes, con una larga trayectoria pública y partidista, optó por un discreto mutis, realizó una campaña apenas testimonial y aun así obtuvo poco menos de un millón de votos. Harta, migró a Brasil como embajadora, pero recién regresó para sumarse a la campaña de Meade Kuribreña.

En el entorno nacional la suerte de Mikel Arriola no luce mucho mejor. Incluso no cuenta con el respaldo del Panal y el Partido Verde, que respaldan a Meade a nivel nacional, pero en la Ciudad de México marchan con candidatos propios.

Corrientes nacionales del propio PRI, como las que se identifican con algunos gobernadores o con Manlio Fabio Beltrones, tampoco profesan mayor simpatía por Arriola. En marzo pasado renunció a la presidencia del PRI capitalino Mariana Moguel, diputada local e hija de Rosario Robles, titular de la Sedatu federal. Ambas fueron activas promotoras de la fallida precandidatura presidencial del ex secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong.

El equipo de Mikel Arriola, que conduce Francisco Olvera, ex gobernador de Hidalgo, actual presidente del PRI en la ciudad, ha debido acreditar a representantes propios en las casillas de votación para los comicios de julio próximo, pues desconfían de la labor que puedan tener los operadores de Cuauhtémoc Gutiérrez y los señores Rubalcava y Betanzos. Asimismo, pudieron promover algunas candidaturas para legisladores locales o federales, o jefes delegacionales, en las demarcaciones que menos interesan a estos caciques partidistas.

Una campaña en estas condiciones puede avanzar o no en el ánimo de los votantes. Su verdadera proeza es la sobrevivencia.

rockroberto@gmail.com

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