Esa mala tarde de 2006, frente al gobernador mexiquense Enrique Peña Nieto, Olga Sánchez Cordero, ministra de la Corte, disimulaba su irritación ante las vejaciones a manos de policías que había sufrido un grupo de mujeres durante el violento operativo estatal en la zona de Atenco.
“Usted debe hacer que se persiga este delito, señor gobernador… es necesario castigar a los culpables”, insistía esta abogada, con la mirada clavada en el hombre que ya entonces atraía sobre sí los reflectores de la política nacional. Su intervención en Atenco era aplaudida en los pasillos del poder y en círculos empresariales como muestra de cómo deben hacerse las cosas.
Se trataba de un contraste inevitable ante la presunta pequeñez de carácter de Vicente Fox y su secretario de Gobernación, Santiago Creel, doblegados por los campesinos con machetes de Atenco que habían frenado el proyecto de un nuevo aeropuerto.
De acuerdo con testimonios recogidos de esa escena, Peña Nieto miró con condescendencia a su interlocutora, la misma que aprendió de su abuela el oficio de guerrera, y le replicó:
“Sí, ministra, yo sé que usted es una defensora de las mujeres…”.
Ella calculó que la justicia por Atenco debería esperar, pero que la relación con Peña Nieto no sería nunca fácil. Y así ocurrió aun cuando éste se desempeñó como presidente de la República.
Diez años después, con cuatro décadas ya de experiencia profesional; retirada desde 2015 en el máximo tribunal, Sánchez Cordero se alborozó como diputada constituyente de la ciudad de México. Cuando en febrero de 2017 se cerró esa etapa, estaba convencida de tener vocación de legisladora.
“¿Y por qué no senadora?”, se preguntó con el mismo arrojo mostrado por la joven mujer que a los 24 años de edad, con tres hijos menores y un esposo, cortó amarras familiares y se echó a estudiar en Londres, llevando en las maletas buenos recuerdos y algunos raspones de su paso por el movimiento estudiantil de 1968.
Imaginándose en un escaño senatorial analizó sus escenarios, las puertas por tocar, y optó por la de Andrés Manuel López Obrador. El personaje no le era ajeno, pues tuvo en su escritorio de ministra la pertinencia del juicio de desafuero contra el político tabasqueño que en 2006 impulsaban los citados Fox y Creel. Se dieron por vencidos no solo porque el entonces jefe de Gobierno capitalino crecía en el aprecio público como víctima del poder, sino porque ya en la Corte se concretaba un respaldo del máximo tribunal en un documento que lucía la firma de Sánchez Cordero.
López Obrador ha contado a sus cercanos que no conocía cercanamente al personaje que esa tarde le pidió ayuda para ser senadora. Pero sabía su historia, sus batallas en favor de la equidad de género; sus posiciones sobre el aborto, sobre Florence Cassez y otros temas.
En la reunión entre ambos, que incluyó una amplia conversación, quedó sellado el compromiso de la candidatura al Senado. Sánchez Cordero se retiró a casa satisfecha, y así lo compartió con su familia y su hija, Paula García Villegas Sánchez, otra mujer aguerrida, magistrada de circuito, temida incluso en la casa presidencial por la independencia de sus resoluciones.
Pero en sus oficinas, López Obrador se quedó cavilante. Colaboradores suyos consultados por este espacio refieren que durante las conversaciones para anunciar la integración de un gabinete que entraría en funciones si se triunfaba en las elecciones, se abordó la decisión del tabasqueño para que hubiera equidad de género en la lista.
Nombres fueron y vinieron en esa reunión de trabajo. Salió a la lista el espacio de la Secretaría de Gobernación. “¿Por qué no una mujer; sería la primera en esa cargo en la historia?”, preguntó López Obrador. Algunos intentaron objetar la idea cuando el ahora virtual presidente electo soltó: “Como Olga Sánchez Cordero, por ejemplo…”.
Días después, la ministra en retiro fue convocada de nuevo a las oficinas del candidato. Le pareció un mal augurio. Supuso que había sido removida de las listas para el Senado. Cosas de la política, pensó quizá, pero el asunto la contrarió hasta el momento mismo de la cita.
Al encontrarse nuevamente con el candidato presidencial quiso apresurar el mal trago, pero se congeló cuando su interlocutor lo explicó el motivo de la nueva conversación. La quería en su gabinete.
A ello han seguido muchas conversaciones, algunas controversiales como en el caso de la amnistía. “Andrés la escucha, y le dice que ella es la que sabe más de esos temas… que estarán de acuerdo”, se dijo.
Esa misma mujer comenzó ayer a hacer llamadas telefónicas con los gobernadores del país para ofrecer trabajo conjunto, colaboración y mutua responsabilidad. Pero su primera frase siempre es: “Le llama la próxima secretaria de Gobernación…”.
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