En memoria de Benjamín Wong Castañeda, periodista de los que siempre nos harán falta.
Dos renuncias en posiciones clave de la administración López Obrador actualizaron la percepción de que está en curso un ajuste profundo en el equipo, bajo dos impulsos centrales: la expulsión, más o menos maquillada, de quienes han fracasado en la encomienda recibida (Josefa Blanco Ortiz Mena), o la partida de aquellos que prefieren bajarse de un barco en cuya ruta han dejado de confiar (Germán Martínez).
Ambas características parecen reconocibles en Alfonso Romo, sin duda el personaje más atípico en el primer círculo de Palacio Nacional. El empresario regiomontano fue dotado de una notable cuota de poder, lo que incluyó designar a incondicionales en posiciones relevantes, sin que hasta ahora dé buenos resultados. Y en contraparte, él mismo parece ser autor de versiones sobre su deseo de poner distancia de la Cuarta Transformación.
A partir de reportes periodísticos sólidos, mayo trajo señales de que Romo había presentado su dimisión. Fue necesario que el propio empresario-funcionario saliera públicamente a desmentir la especie, lo que estuvo acompañado de muy duros descalificativos presidenciales sobre el analista que había advertido del hecho.
Sin embargo, apenas unos días después, el 14 de mayo y en estas mismas páginas, el articulista Hernán Gómez, al que se le atribuye cercanía con la 4T, dijo que Romo habría sido el filtrador de su eventual renuncia. Y lo describió como un insaciable controlador de altos cargos en el gabinete. Para rematar recordándonos que el jefe de la Oficina de la Presidencia no ofrece ninguna garantía de evitar conflictos de interés entre sus funciones públicas y sus negocios personales.
Los indicios son que el señor Romo logró convencer al presidente López Obrador de colocar a varios de sus cercanos en posiciones tan delicadas como el SAT, donde impulsó a Margarita Ríos-Farjat, así como al titular de Agricultura y Ganadería (Sagarpa), Héctor Villalobos; a las cabezas de toda la banca de desarrollo, lo que incluye a Nacional Financiera (Eugenio Nájera), Bansefi (Rabindranath Salazar) y la Comisión Nacional Bancaria y de Valores (Adalberto Palma), a lo que habría que agregar a un bloque de instituciones financiadoras del sector que están en proceso de fusión.
Están ampliamente documentadas las ligas de negocios entre Romo y algunos de los integrantes de ese singular listado, a los que pudieron agregarse los secretarios de Hacienda y de Economía de haber prosperado las pretensiones iniciales que se le atribuyen a este empresario especialista en concebir empresas con una visión que luce huecos importantes, para venderlas cuando apenas avanza su proceso de consolidación.
Una de estas aventuras, por ejemplo, hermanó a Romo con el hoy secretario Villalobos, para producir maíz en la península de Yucatán con respaldos oficiales, lo que a la postre demostró ser una ficción que no sólo engañó a las autoridades y a productores de la región, sino que tuvo un impacto lesivo en la protección del medio ambiente.
En el balance de los daños, Romo se estaría presentando como víctima de la 4T, pues su círculo cercano argumenta que no se le ha permitido suficiente margen de maniobra para emprender sus ideas tanto en proyectos de producción agrícola como de financiamiento. A su visión modernizadora e innovadora, sostiene su equipo, se han opuesto las ideas presidenciales “arcaicas” como los precios de garantía y los programas asistencialistas que le fueron encargados a Ignacio Ovalle.
En contraste, desde la mirada de Palacio Nacional se argumenta que se ha vuelto humo el compromiso de Romo con el presidente López Obrador de impulsar al campo para fortalecer la meta de crecimiento económico de 4% en el país.
El epílogo para la alianza López Obrador-Romo podría estar cercano.
En el polvo del tiempo quedaría la historia del acercamiento entre ambos personajes, que intentó un coctel imposible: López Obrador se nutre del trópico y despunta en una familia de patrimonio notablemente modesto. Romo nació en pañales de seda, presume de un parentesco lejano con Francisco I. Madero y por décadas ha pertenecido, no sin sobresaltos, a la casta dorada de millonarios de la capital regiomontana.
El presidente alberga desde una temprana juventud ideas progresistas, para decir lo menos. Romo Garza es un empresario con fama mundial de innovador, con inquietudes de promoción ciudadana, pero con un código genético y un pensamiento conservador a toda regla: defensor de Porfirio Díaz y, según se ha publicado, incluso del dictador chileno Augusto Pinochet.
Acaso ambos acaben anteponiendo el recuerdo de su primer encuentro, en 2011, propiciado por Dante Delgado. Una cena a la que Romo dijo haber acudido “con mucha flojera”, escéptico ante las propuestas del tabasqueño. “La tuya es una medicina que va a matar al paciente”, le dijo en su primera conversación.
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